Ayer felicité a la primera dama por el vestido blanco que se puso en su primer encuentro con los reyes, y la critiqué por la bailada.
Pero, resulta que al otro día Verónica se zampó un atuendo colorido que, correctamente, invocó comparaciones con un disfraz de marimonda.
No bailó, pero se zampó un disfraz de marimonda, es decir, “bailó pasivamente con el atuendo”, todavía estaba en modo “carnaval”.
Yo les voy a decir lo que yo creo.
Para mi, esa pelada sufre de un síndrome muy colombiano, en su versión “costeña”. Ese síndrome yo lo he bautizado el “síndrome del chachismo biengentista”.
El “chachismo biengentista” es una condición que afecta a la autodenominada “gente bien” de nuestro país. Es un síndrome de superioridad bajo el cual el individuo afectado cree que constantemente debe llamar la atención, o liderar el “bonche”, para reafirmar, una y otra vez, su condición de “gente bien”.
Y voy a explicar cómo se manifiesta este síndrome de manera ilustrativa y con ejemplos, para que todo el mundo entienda claramente de lo que hablo.
Gente como Verónica necesita hacer “bomba” a donde llega, porque la gente bien de Colombia es adicta a esa mierda de nacimiento, y la heredan de sus padres y abuelos. Así, si Verónica va a una fiesta, ella es la que más bulla hace, la que se mete de primera en la pista de baile para que le hagan ronda, la que hace los chistes, la que besa a todo el mundo, y la que camina el salón de la fiesta 155 veces para que la vean. La gente bien no solo necesita de exposición. Uno de sus pecados capitales es la SOBRE-EXPOSICIÓN.
Si Verónica va a un dance club en cualquier gran ciudad, ella siente que tiene que hacer algo raro para llamar la atención. Así, se viste de forma estrafalaria, o hace algo raro en la pista de baile pa’ que la vean, o le busca pelea a otra vieja para que su pareja la defienda. La gente bien es tropelera, y buscar pelea es otra forma de llamar la atención.
Si después de la noche de rumba se van a comer una hamburguesa antes de irse a dormir para neutralizar el alcohol, la gente como Verónica llega al chuzo de las hamburguesas y se pone el sitio de ruana. Haciéndose la chistosa, le toma los pedidos a otros comensales, regaña al cocinero, destapa la cerveza, pide que le suban la música al sitio para echarse una última bailada en ese chuzo, y se la monta a todo el que llega a comer hamburguesas a esa hora. La gente bien es dueña de todo lo que pisa, sea un club nocturno, un chuzo de hamburguesas, o un ventorro de empanadas.
Todo lo de la gente bien como Verónica se dice gritado. El que es “bien” no habla, grita, porque los gritos se oyen más y gente como ella no puede vivir sin llamar la atención. A donde van gritan, porque el “dueñismo” se expresa mejor gritado.
Pero incluso gente como Verónica es consciente de que hay ambientes que son más grandes que su medio de atarvanes acaparadores, que es en lo que se resume la condición de “gente bien”.
Entonces, cuando alguien como Verónica, gente bien de provincia, viaja a Europa a reunirse con reyes o con sofisticados jefes de estado muy por encima de su chabacaneria criolla, ella se siente atrapada, ella se siente encerrada en una jaula. En el Palacio Real de los Reyes de España ella no puede bailar y ser dueña, ella no puede gritar y decirle al Rey un “Guepajé” canchero para vacilarlo; en ese ambiente ella no puede mamarle gallo al paje que sirve los entremeses, ni decirle al cocinero cómo es que quedan mejor las croquetas de atún, o los hors d’ouvre de salmón, ni puede destapar la champaña con relajo. Entonces, consciente de esa limitación indicada por la etiqueta, ella buscar gritar de otra manera, y lo hace con su horroroso vestido de marimonda. Así, en su peculiar cabeza, ella llama la atención así esté limitada por la etiqueta diplomática, y eso es lo único que a ella la importa. Ese vestido horroroso es un grito silencioso de alguien que necesita de la exhibición para vivir, por eso se lo puso.
Y yo les voy a decir lo que con seguridad va a decir al regresar a Sincelejo (o a Bogotá y estar rodeada de sus amigos): “¡Mira, yo tuve el coraje de ponerme ese vestido para ir a visitar a los reyes, y estoy seguro que nadie antes se ha puesto un vestido como ese para ir a visitar a los reyes”.
A ella no le importa que el vestido sea horrible, que parezca un disfraz de marimonda, que se burlen de ella. A ella lo único que le importa es que llamó la atención, que hablaron de ella, y que ella hizo “escándalo”. Las mujeres “bien” costeñas adoran el escándalo. Son las “hijas del escándalo”. Ese biotipo social lo conozco de memoria. Lo único importante para gente como ella es el escándalo, la bulla, la notoriedad.
Comiencen a analizarla de ahora en adelante para que vean que lo que yo digo aquí es cierto. Cuando no esté bailando, la van a ver gritando; y si no está bailando ni gritando, la van a ver con un vestido raro o colorido. Ella tiene que “gritar” de alguna manera, ella tiene que hacer bomba a donde llegue. Verónica Alcocer es una “enfant terrible” tropical, la versión femenina de Abelardo de la Espriella, otro figurín sabanero cortado con la misma tijera.
Por eso se mete en política y mete a su marido en aprietos, por eso pone y quita servidores públicos y ministros. No es que ella quiera ser presidente (y estará loca de remate si aspira a hacerlo), es que ejercer esa influencia sobre su marido es una prolongación de su bulla perenne, de su búsqueda de notoriedad de nunca acabar.
Verónica no se pierde la corrida de un catre. Cualquier cosa que llame la atención o haga bulla, sea con ella o con su marido presidente, ella tiene que estar metida. Es “yo”, “yo” y “solo yo”. Gente que solo vive para alimentar su ego. Y su ego se alimenta de notoriedad, visibilidad y exposición.
Y si Petro algún día le mete su paro y le dice que deje la exhibición, ella se va a volver loca y se va a separar de él. Pero no porque ya no lo quiera, o porque le joda que su marido la controle. Se va a separar porque su divorcio será, con toda seguridad, un divorcio mediático y eso a ella le sirve.
Todo lo que haga bulla, es con ella…
Nada de esto es importante, en realidad. Excepto por el hecho de que, esa es la gente que controla el país.
Uno creería que la esposa de un sobrio presidente de izquierda, como Petro, tendría un comportamiento acorde al de su marido, pero ese no es el caso aquí. Pedirle a Verónica que viaje en esta presidencia en la silla de atrás es pedirle mucho, es pedirle lo imposible, pues ella nunca lo va a aceptar.
Y yo presiento que, a la larga, ese exhibicionismo patológico de Verónica le va a terminar pasando factura a Petro.
Ojalá me equivoque, pero si algo es mi “forte”, son los análisis socio-psicológicos de la autodenominada “gente bien”.
Los pronósticos mundialistas me pueden fallar, pero a la gente la sé medir, modestia aparte…