No contento con las injurias a su padre (un campesino de clase media-baja que se hizo muy rico en la década de los 70 cuando empezaba a despuntar el narcotráfico, llegando a tener hasta helicóptero para visitar sus fincas, un lujo que solo se daban terratenientes millonarios), el destino hizo que precisamente ese helicóptero apareciera por coincidencia en Tranquilandia, el más grande laboratorio de cocaína jamás encontrado. Esa tremenda trampa del azar, junto con su participación como rejoneador en las corridas de toros que organizaba Pablo Escobar para conseguir fondos para la noble causa de “Medellín sin tugurios”, así como sus lazos familiares y estrecha amistad con los miembros del Clan de los Ochoa, dio para pensar que don Alberto Uribe Sierra tenía cercanías con el narcotráfico y el Cartel de Medellín.
“Una asombrosa mala suerte ha perseguido desde siempre al mejor presidente de la historia de Colombia, duélale a quien le duela”.
Desde siempre, se ha hecho también evidente la sistemática persecución política al expresidente de marras, como cuando Belisario Betancur lo destituyó de la alcaldía, porque participaba en las fiestas, corridas de toros y eventos programados por los miembros del Cartel de Medellín, en diversas zonas de Antioquia. Hasta utilizando alguna vez el helicóptero asignado a la alcaldía, para asistir a los festejos. Sin comprobar que a tales eventos lo llevaba su profundo y declarado amor por los caballos y la poesía.
La desafortunada participación de Uribe como socio en diversas empresas con narcotraficantes, como los Gallón Henao, Luis Carlos Molina Yepes o César Villegas, así como las licencias que aprobó desde la dirección de Aerocivil para aeronaves, vuelos y pistas de narcotraficantes como Álvaro Suárez Granados, piloto preferido de Pablo Escobar, los hermanos Sierra Pastrana, conocidos pilotos de la mafia, Jaime Murcia Duarte, señalado de tener vínculos con el narcotráfico, Luis Carlos Herrera Lizcano, propietario de una aerolínea utilizada para transportar cocaína, o las pistas aéreas de la hacienda Nápoles de Pablo Escobar o la de Jaime Cardona, reconocido narco de la época, hecho que llevó a Iván Duque Escobar (gobernador de Antioquia en ese momento y padre de Iván Duque Márquez) a denunciar esta desafortunada situación ante el presidente Turbay, para que tomara cartas en el asunto, pues consideraba que el joven director no conocía las andanzas de la mafia.
Así como su sobrina y cuñados, pertenecientes al clan de los Cifuentes Villa y vinculados con el cartel de Sinaloa, su aparición en un listado de la oficina de inteligencia de los EEUU como Narco #82, la entrada a Palacio de “alias Job” sin su consentimiento y aprovechando la total transparencia y pulcritud que han caracterizado su vida política, el incremento de las masacres en sus gobiernos departamental y nacional, su hermano acusado de ser supuesto miembro fundador del grupo paramilitar de los 12 apóstoles, su primo Mario condenado por paramilitarismo, las denuncias por la conformación y entrenamiento de grupos paramilitares en las haciendas La Carolina y Guacharacas, entre otros, son hechos que se han encargado de gestar la tremenda adversidad que ha perseguido la vida y los actos públicos y privados del nunca bien ponderado Grancolombiano.
El infortunio del honorable líder de la “gente de bien” se hizo más notorio cuando sus más cercanos colaboradores traicionaron su confianza, el respaldo que les dio y la buena fe que siempre ha caracterizado sus actos, cometiendo delitos a su favor, a sus espaldas y por supuesto, sin su consentimiento. Tal es el caso de Luis Carlos Restrepo y la falsa desmovilización del boque cacique La Gaitana, el presidente de Asogan Hernando Montes cuando se alió con paramilitares y contribuyó económicamente a su campaña presidencial del 2002, de Diego Palacio que sobornó a congresistas para que aprobaran su reelección, de Sabas Pretelt que hizo lo propio con Yidis Medina, del secretario privado de presidencia Alberto Velásquez ejecutor de dichas prebendas, su ministro de agricultura Andrés Felipe Arias que le dio por repartir subsidios no reembolsables entre los aportantes a sus campañas, a sus familiares e incluso a él mismo con la asignación de $3.270 millones al Ubérrimo, María del Pilar Hurtado que desde el DAS se puso a chuzar magistrados, periodistas y políticos opositores a su gobierno, su secretario Bernardo Moreno condenado también por el tema de las chuzaDAS, el exdirector del DAS Jorge Noguera condenado por paramilitarismo, concierto para delinquir y homicidio agravado, su jefe de seguridad Mauricio Santoyo y sus vínculos con paramilitares y narcotraficantes, siendo el único general de la República extraditado por tales delitos, el también general y jefe de seguridad Flavio Buitrago condenado por lavado de activos y enriquecimiento ilícito, su viceministro de transporte Gabriel García, único condenado por el escándalo de Odebrecht, su ministra de defensa y actual vicepresidente Martha Lucía Ramírez, quien lideró la operación Orión en la que murieron y desaparecieron decenas de jóvenes en la comuna 13 de Medellín, el general Mario Montoya acusado de ejecuciones extrajudiciales o el general Rito Alejo del Río el gran pacificador de Urabá, su abogado Diego Cadena y el representante a la cámara Hernán Prada, investigados por compra de testigos y fraude procesal… y tantos otros socios, amigos, copartidarios o subalternos, que han sido perseguidos por la justicia, como las decenas de congresistas condenados por parapolítica durante su presidencia, las suspicacias que genera el hecho de que José Obdulio Gaviria, su compañero político de tantas heroicas, desinteresadas, altruistas y sacrificadas luchas políticas, sea primo de Pablo Escobar y hermano de dos narcotraficantes presos en USA, el extinto DAS que estuvo al servicio del paramilitarismo, la construcción de la represa El Cercado que ha dejado sin agua a la Guajira para dársela a finqueros cercanos a sus afectos, la desaparición y asesinato a sangre fría de miles de campesinos indefensos presentados como guerrilleros dados de baja (mal llamados falsos positivos) para hacer creer a sus seguidores que se estaba ganado la guerra, la extraña aparición del helicóptero de la gobernación de Antioquia durante la masacre de El Aro, las mentiras de Juan Carlos Vélez Uribe, gerente del NO en el plebiscito, quien borracho dijo que tal campaña estuvo basada en la manipulación de los odios y los miedos para que la gente saliera a votar berraca, sus hijos envueltos en los escándalos de las Zonas Francas, los Panamá Papers, las evasiones de impuestos o el cartel de la Chatarra y que estuvieron reunidos con los Nule y Odebrecht en Panamá, justo antes de la adjudicación de la Ruta del Sol II, o las investigaciones directas o indirectas que se le cursan por la muerte de Pedro Juan Moreno Villa, César Villegas, Alfredo Correa D’Andreis, Jesús María Valle, Francisco Villalba, Carlos Areiza,… y tantos otros buenos muertos.
Para que ahora resulte que Fernando Sanclemente, el embajador de Colombia en Uruguay al que le encontraron tres laboratorios de cocaína en su finca, fue por desventura también director de la Aerocivil en su presidencia. Y para completar, su asesora privada María Claudia Daza, abusando de la transparencia y confianza del presidente Duque, así como de la honradez y pulcritud que ha caracterizado la carrera política del nunca bien valorado presidente eterno, compre votos en la Costa con dineros ilícitos del narcotraficante Ñeñe Hernández, un total desconocido para los honorables miembros del impoluto Centro Democrático.
Hechos aislados que solo dan cuenta de la asombrosa mala suerte que ha perseguido desde siempre al mejor presidente de la historia de Colombia, duélale a quien le duela.
¡Qué hombre tan de malas, por Dios! Razón tienen sus partidarios de arroparlo como a un Mesías.