Es hora de la reflexión y la acción. De abolir la “nobleza” y de elegir a hombres y mujeres dispuestas a retomar el rumbo de ciudad pionera, de vanguardia cultural, de ver a toda Barranquilla y su área metropolitana en el máximo esplendor, reconociendo el pasado, restaurando lo destruido, y sobretodo, teniendo en cuenta a sus gentes.
“La historia no tiene leyes que permitan predecir, pero tiene contextos que permiten explicar y tendencias que permiten presentir”. (Nicolás Gómez Dávila.1986)
Hay una fecha que en particular me anda rondando la cabeza. Está relacionada con mi “identidad”. Un aspecto que desde hace unos años me tiene en un reconocimiento de este ser que escribe y habita mi cuerpo. Hablo del 7 de abril. Si usted se toma el trabajo de preguntarle “al mayor, don Google”, le dirá de primerazo que es el “cumpleaños de Barranquilla”, mi ciudad natal, de la que ya me han escuchado hablar. (En mi mente, cada vez que le das clic al enlace, sale mi voz leyéndote esta columna).
Como en todas las celebraciones onomásticas hay bombos y platillos, festejos, conciertos, “águilas van, águilas vienen”, actividades presenciales y ahora, por obvias razones, virtuales, que trasladaron la efeméride a las redes sociales. Trivias, en vivo, stickers, plantillas y otras múltiples formas para decir, por estos 208 años, con el corazón henchido y a grito herido que me siento orgullosa de ser “quillera”.
Ese día, desde temprano debe sonar a todo timbal En Barranquilla me quedo de nuestro ídolo adoptivo, el gran Joe Arroyo. La cuadrilonga ondea en algunos balcones, y los gritos de “Junior tu papá” se hacen escuchar desde la “Ventana del mundo”, hasta la “Aleta de tiburón”; de norte a sur, de monumento a monumento de Daes. Y en el intersticio, un gran silencio de desconocimiento por la historia de esta otrora “Puerta de Oro de Colombia”, y con mucho más pesar, de este, en algún momento de nuestro devenir, “sitio de libres”.
Cuando interrogué a algunas personas sobre el significado de esta fecha, la respuesta fue casi unánime: “ni idea”. En mi cabeza las burlas por el “celébralo curramba”, una vez más, cobraron sentido. Se nos da tan fácil hacer festejos a pesar del desconocimiento. Poco o nada importa cuál sea el motivo mientras haya una excusa para el berroche; estamos prestos para agarrarnos de algo que nos haga sentir partícipes de la historia, de un grupo social, del “curubito”, “de la piña” o “la rosca”.
O como en este caso, de una de esas hermandades o fraternidades de las películas de Hollywood en las que se guardan terribles secretos, se hacen iniciaciones, se comparten chicas, se imparten castigos y de ahí nada sale. De esas en donde preguntar, indagar, cuestionar, o llevar la contraria está mal visto. Nadie dice nada. Nadie vio nada. Aunque las aguas putrefactas y llenas de basuras recorran la ciudad a la vista de todos.
Así es mi Barranquilla. No me malinterpreten, me encanta. Disfruto las tardes con mis amistades, mi gentilicio del alma, su gente, caminar sus calles, las brisas de diciembre, su arquitectura republicana y art decó, el carnaval, la Troja, el Junior, los tres “Buenavista”, y el malecón. Disfruto el ser barranquillera, y en general, todos esos privilegios de los que puedo gozar libremente.
Sin embargo, si hurgas un poquito, y traspasas la barrera del miedo al matoneo por cuestionar, y te atreves, como si tuvieras la Espada del augurio, a “ver más allá de lo evidente”, te darás cuenta de que somos una maravillosa fachada, antes puerta y ahora ventana, que esconde sus realidades atrás de una carroza con la Valdiri encima, de la última noticia de Teo, o tras las bambalinas de algún evento como la Asamblea del BID, para venderle al mundo con soberbia y tufillo de alcurnia que esto es una ciudad moderna, abierta y progresista. El mejor vividero del mundo.
Mientras ahí debajo de la ciudad, y a veces a cielo abierto -aunque intentemos taparlos con cemento- corren los arroyos buscando su cauce natural. No solo el gran Yuma, la Magdalena, sino la ciénaga de Mallorquín, esa que también desconocemos por ser una ciudad de “cara al río”, pero de espaldas a su comunidad. Esa que somos, una combinación extraña entre la maravilla de caminar por el malecón y ver el sol saliendo de atrás de la Sierra Nevada de Santa Marta; mientras unos pasos más allá, debes salir despavorido por los olores fétidos que emanan de las industrias o de los desagües de la realidad.
Ese asentamiento urbano espontáneo que como dice Adelaida Sourdis, “en alas de hidroaviones, remontó los aires y llevó al país a la modernidad”. Pero en donde ahora el 60,7% de las y los trabajadores son informales, y en donde, según el DANE, solo el 38,5% de su población tiene la capacidad económica para consumir tres comidas diarias. Hasta ahí nos llegó el viento de ciudad pionera. Nos convertirnos en el título nobiliario que se pasa de generación en generación, y que con elegancia, pompa e inutilidad restregamos en la cara del resto de la región Caribe colombiana.
Pero quizás, es hora de la reflexión y la acción. De abolir la “nobleza” y de elegir a hombres y mujeres dispuestas a retomar el rumbo de ciudad pionera, de vanguardia cultural, de ver a toda Barranquilla y su área metropolitana en el máximo esplendor, reconociendo el pasado, restaurando lo destruido, y sobretodo, teniendo en cuenta a sus gentes. Esa ciudad que desde tiempos atrás se abre paso con energía estoica hacia nuevas realidades, desde la interacción de múltiples culturas, el reconocimiento de la diversidad, ya que, como dice Jorge Villalón Donoso, es probable que “en la apuesta al patrimonio intangible, estén las claves del fortalecimiento de Barranquilla, es decir, en la libertad de su población para interactuar, en las posibilidades que tenga para educarse y fortalecer esa amalgama de biología y cultura que dieron la impronta a la ciudad que perdura hasta el siglo XXI”.
Recordemos pues que somos “procera e inmortal”, que somos también las y los descendientes de quienes lucharon en el ejército instituido por Rodríguez Torices para derrotar a los realistas de la otra orilla del Magdalena, y proteger el tránsito fluvial hacia Cartagena; acto heroico que fue recompensado en 1913 al erigirla en Villa, capital del Departamento de Barlovento o Tierradentro.
Que los abriles que vengan, por romántico que suene, no sean un “réquiem”, sino el espacio propicio para repensarnos como “sitio de libres”, para recordar a los pobladores de las Barrancas de Camacho, su carácter visionario que los llevó a defender el estado libre e independiente de Cartagena. De los comerciantes, empresarios, artistas, literatos e intelectuales, hombres y mujeres de estas y otras orillas que hicieron de esta ciudad “…bella, encantadora con mar y río, una gran sociedad…”.