En las últimas semanas hemos asistido a masivas movilizaciones ciudadanas, en su mayoría, jóvenes que exigen políticas sociales que permitan tener un presente justo y con oportunidades. Estas protestas han sido generadas por una crisis social que se profundizó por efectos de la contracción económica derivada por efectos del Covid-19; pero, no es un hecho nuevo o emergente; sino el resultado de décadas de acumulación de problemas sociales de carácter estructural irresolutos postergados de un gobierno a otro. Una especie de repetición de ciclos históricos, donde, solo cambian los actores y las temporalidades. Las manifestaciones sociales se tomaron las calles como expresión de un derecho y ejercicio democrático; como lo es, la protesta social y pacífica.
En las calles se encuentra marchando el país nacional, desconocido e invisible ante la lógica centralista que ha gobernado por décadas y, que ha marginado y desconocido las demandas y necesidades sociales. Ese país nacional está representado por distintos actores sociales: indígenas, campesinos, trabajadores, docente; en especial, los jóvenes que son la fuerza mayoritaria, quienes, con energía, ímpetu y sueños reclaman un país que les brinde oportunidades que hoy son escasas; por no decir inexistentes.
No obstante, los jóvenes representan la esperanza, su compromiso de marchar y expresarse en las calles con el poder de sus convicciones y argumentos debe llevar al país político representado en sus dirigentes; a leer esa expresión y entender que es un imperativo moral y social entregarles un país donde puedan construir sus sueños; además, esa expresión masiva de la juventud, debe inspirar y alimentar con optimismo y fe, a todos los colombiano; en primer lugar, a quienes tenemos responsabilidades, porque esa energía, fuerza y rebeldía juvenil significa “vida” en una sociedad como la nuestra; debido a que, cuando esa fuerza exige verdaderas transformaciones, el mensaje es claro, el país tiene la fuerza más vivificantes y constructiva que una sociedad pueda tener y, esos son sus jóvenes. No como sujetos pasivos e indiferentes, sino activos y propositivos; de esa forma el país político y la institucionalidad pueda leer y comprender el encargo de la conciencia social. Además de esto, proteger esa fuerza transformadora que expresa que Colombia tiene razones para luchar y construir un presente próspero y digno.
Por ello, en medio de las marchas aparecen calificativos en pro y en contra; muchas con una narrativa deslegitimadora o negacionista de lo que representan las manifestaciones pacíficas para el fortalecimiento de la democracia; muchos desconocen que los actores sociales que están marchando hacen parte de la sociedad civil organizada; y que, la democracia moderna es un actor de poder. Entre sus funciones está la de presionar a través de los cauces democráticos al Estado, cuando este no resuelve las demandas y necesidades; además, las protestas sociales son efectos de la desconexión de los partidos políticos; cuya finalidad, es ser los voceros de la sociedad civil frente al Estado. La actual crisis nacional, compleja y diversa debe ser una oportunidad real y sincera para intervenirla.
No podemos seguir aplazando las reformas estructurales que la sociedad colombiana demanda, tenemos razones de vida, de presente y futuro que nos impide ser egoístas con nosotros mismo, con la generación que representamos, y la que ha de reemplazarnos; esa razón se llama “jóvenes de Colombia” que en medio de la crisis nos han devuelto la esperanza. Estamos hablando de una generación dispuesta a luchar para construir y defender un país con las únicas armas que poseen; sus argumentos y sueños. Las calles de Colombia están llenas de esperanza.