Crónica: Camilo Namén, todavía llora con ‘Mi gran amigo’. Por: Juan Rincón Vanegas

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Es el canto del dolor, de la añoranza, de las lágrimas inagotables y del amor hacía un padre que partió para la eternidad sin pedir permiso. Es un merengue con un amigo fiel acostado en el pentagrama del sentimiento donde se marca la más grande nota triste-

El niño que su primer juguete fue un totumo que presumía era un carrito, y ya jovencito vendía cuques con la tártara en la mano. Incluso, intentó ser pescador, pero no se sentía cómodo entre canoas, canaletes y atarrayas, llegó a la medida justa a sus pretensiones.

Precisamente fue en el año 1962, cuando Camilo Namén Rapalino, quien contaba con 18 años compuso la primera canción, una guaracha que tituló ‘Chicho’ hasta que tiempo después se enrumbó por el vallenato tradicional. Enseguida enfocó su inspiración a su querida tierra Chimichagua y a todas las cosas que le llamaban la atención en su entorno.

La inspiración le llegaba en cantidades como los peces que veía a la orilla de la ciénaga de Zapatosa cuando los pescadores los traían en sus canoas. “Eso fue un mensaje divino y tengo un canto de lo agradecido que estoy con Dios”, cuenta Camilo Namén, y enseguida sin más preámbulos canta:

Allá en la mitad del camino yo tuve una gran inspiración que me la dio el Dios divino y ahí me hice compositor.

Hice una bonita canción y del pueblo soy querido de todo el mundo soy amigo y sonriente cargo el corazón.

Hace una parada y continúa hablando. “Dios es el inspirador. Yo digo que la composición es divina, cuando uno tiene la estructuración de entender que el verso debe ser respetuoso y que la melodía sea agradable al oído. A medida que los años fueron pasando más sabiduría me dio el Todopoderoso para componer”.

La emoción la tenía a millón y demoró un rato pensando para decir las palabras precisas. “Yo no soy compositor por encargo, soy compositor de la naturaleza, de la tierra, de los pueblos, de la emoción que me ocasiona una linda mujer, un problema familiar, las vivencias de mis padres y el ejemplo que nos dieron para llegar hasta acá. Esas son obras que enaltecen el corazón y alegran el alma, cuando uno es capaz de cantarle a los grandes o pequeños motivos que tiene la vida”.

La elocuencia de sus palabras iba en alza y hasta tuvo tiempo para hacer la cuenta de las canciones de su autoría y que a la fecha suman 110, de las cuales le han grabado un promedio de 80.

En Camilo Namén, se encuentra el verdadero juglar: Compone, canta, versea y echa cuentos. Es un excelente parrandero.

En esa instancia trajo a colación una historia de su padre Felipe Namén Fraija. “Había un ingeniero que hacía nomenclaturas y ganaba mucho dinero y mi papá lo contrató para hacer ese trabajo en Astrea. Mi papá me invitó, pero no fui por una noviecita. En la noche regresó cargado de plata porque había hecho el contrato. Le dije: “Aja papi, me vas a prestar o me vas a regalar”.

“Ni prestado ni regalado. Dile a tu mamá que te preste”, me contestó.

“En vista de eso pensé que me tocaba era robarlo. Me acosté rápido. Cuando él llegó yo estaba roncando. Él, se acostó y la plata la puso debajo del colchón. De ahí la sacó y la metió en el escaparate. Al rato la sacó y la volvió a meter debajo del colchón. Después se levantó y dijo: Yo no he dormido y respondí, dígame yo”.

Camilo, sonríe y a la vez se entristece porque llegan los recuerdos de ese progenitor quien murió el 19 de enero de 1970, y al que le compuso el célebre merengue: ‘Mi gran amigo’.

“Esas vivencias con mi papá dieron para hacer esa inmortal canción grabada en 1972 por los Hermanos López, cantando Jorge Oñate. Si él se veía conmigo 10 veces, las mismas veces me besaba”.

Calla y regresa a hilvanar esa gran historia. “La generosidad de mi padre era inmensa y por eso el homenaje cantado que todavía me conmueve el alma y no solamente a mí sino a miles de hijos. Esa vez pensé que si Piero le había cantado a su viejo, mi querido viejo, yo podía hacerlo a ese gran amigo que fue mi padre”.

El merengue ‘Mi gran amigo’, es el canto del dolor, de la añoranza, de las lágrimas inagotables y del amor hacía un padre que partió para la eternidad sin pedir permiso. Es un merengue con un amigo fiel acostado en el pentagrama del sentimiento donde se marca la más grande nota triste.

De un salto recuerda la canción ‘Recordando mi niñez’, ganadora del Festival de la Leyenda Vallenata en 1972 donde dibujó en versos la primera etapa de su vida.

Me dio una tristeza porque ayer recordé los tiempos aquellos en que volaba papagayo, y ahora que estoy grande que paso trabajo quisiera volver a la niñez, pero aquellos tiempos se han pasado y ahora con paciencia espero la vejez.

En ese momento hizo un repaso por la gran cantidad de canciones suyas que se han pegado en el alma popular y que tiene un lugar de honor en el pentagrama del vallenato raizal.

El hombre de mil detalles

Los quebrantos de salud lo han apartado de las parrandas, pero sigue como el roble y componiendo cuando la ocasión lo amerita.

“Me siento bien. Yo soy de Dios y él conmigo es especial, incluso estoy en este momento haciendo una canción y con gusto adelanto un verso”:

Yo soy un hombre de mil detalles alejo las penas y el dolor si me muero me entierran en el Valle pa’ está más cerquita del folclor.

Y la tumba al lado de mi padre pa’ que el muerto quede con amor. y que se diga por la calle aquí yace el compositor.

En ese momento las lágrimas se pasearon por sus mejillas y añadió. “Que me toquen mis vallenatos, especialmente ‘Mi gran amigo’, y Juan Charrasqueado. Ese es el mariachi que más me agrada porque se parece mucho al Camilo borracho, parrandero y jugador”.

Se quedó pensativo y después sin más preámbulos expresó: “Por favor que me escriban en la lápida el siguiente epitafio: “Aquí yace el juglar Camilo Namén Rapalino, al lado de mi gran amigo”.

Llegó el abrazo y continúo diciendo: “Que el pueblo que me quiere no me saque del corazón, y me quede en el amor de la gente porque he tenido un sentimiento que es el de cantarle a las realidades para que la gente no me olvide”.

En ese momento las palabras se le esconden en la garganta y es preciso sentarse en el inmenso pentagrama de su vida que sumó recientemente 76 años, para revivir los episodios de la ceiba del puerto que fue testigo de su niñez, del aquel amigo agricultor que la cosecha se la comió la cotorrera, de las canas de la vieja Concha, esas que en los últimos años adornaron su cabeza o de los recuerdos de su pueblo que siempre le causan sentimiento y el alma por dentro se le pone a llorar


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