Por: Juan Rincón Vanegas @juanrinconv -Exclusivo para laregional.net
¿De dónde es Enrique Díaz, le preguntó el periodista Ernesto McCausland?
Con mirada serena y sin pensarlo le contestó jocosamente. “Yo soy donde me coja la noche. Hoy, soy de Barranquilla porque estoy acá. Mañana no sé de donde soy”. La verdad, había nacido en Palo alto, corregimiento de María La Baja, Bolívar, el 3 de abril de 1945.
Eso ratifica que el juglar sabanero Enrique Díaz Tovar, o “Anrique” como lo llamaba un amor fugaz que tuvo en cierta ocasión, era de donde lo trataran bien y le dieran la mejor comida con pescado, porque eso de arroz con suero era para locos.
También dentro de sus jocosidades que iban unidas a sus notas untadas de vallenato puro combinado con música sabanera de la gruesa, exponía sus propios y efectivos argumentos cuando estaba en parrandas, amenizaba casetas o distintas presentaciones.
Es así, como hasta sus últimos días fue fiel a sus preceptos de no tocar su acordeón gratis, razón por la cual no ensayaba. En eso era bien rígido y no hacía excepciones con ninguno.
Una anécdota que ratifica su peculiar condición sucedió en el año 2000, en El Paso, Cesar, cuando en el Festival Pedazo de Acordeón fue invitado a la tarima a realizar una presentación.
Cuando subió, el presentador pidió aplausos para el juglar, y enseguida Enrique tomó el micrófono y ripostó: “Un momento. Yo no vivo de aplausos porque eso no da pal’ mercado. Si el alcalde me responde, yo de inmediato les regalo cuatro o cinco piezas”. En esa ocasión, el alcalde le respondió afirmativamente, pero él insistió que fijaran la tarifa porque después iban a disgustar por ese hecho.
Enrique Díaz era ingenioso, práctico, claridoso y no se guardaba nada. En alguna ocasión estuvo en Chimichagua, y le gustó una morena que tenía las medidas calculadas para su cuerpo.
Preguntó por ella, y cuando le comentaron que era separada, pero que tenía tres hijos, retrocedió en su interés de pretender echarle los perros y manifestó: “Yo no estoy pa’ criá cachorros ajenos, mejor me busco un nido que esté solo”.
Diversas ocurrencias
Son una considerable cantidad de ocurrencias las que se le anotan a este juglar campesino de lenguaje original que durante su vida se dedicó a darle rienda suelta a su talento innato y a gozarse la vida a su manera. He aquí, varias de las recopiladas.
1.- Estaba en una parranda y notó que no había llegado uno de los compadres invitados. Enseguida preguntó por él y le dijeron los motivos. La hija del compadre se había escapado con el novio. Enrique, previendo la tristeza de su compadre, se puso serio y preguntó: “¿Y esa virginidad porque no la pusieron detrás de la oreja, pa’ evitá tanto peligro?”.
2.- El maestro Enrique iba caminando. De repente se metió la mano al bolsillo y sin darse cuenta se le cayó un billete de dos mil pesos. Un niño al ver eso lo tomó y corrió a llevárselo. Al notar la deferencia del menor le dio las gracias, pero le indicó: “Si hubiera sido de 50 mil, no me lo traes corriendo”.
3.- En cierta ocasión, lo contrataron para una parranda llevándolo en una lujosa camioneta cuatro puertas con vidrios polarizados y full aire acondicionado. Salieron a eso de las cuatro de la tarde, y cuando llevaban más de una hora de recorrido, Enrique le dijo al conductor: “Compa, dele más rápido a este aparato que hace frío y está que se ‘esgargara’ un señor aguacero”.
4.- Como solía dar pocas entrevistas, una vez un periodista le preguntó el sitio exacto de su lugar de nacimiento porque se le atribuían varias patrias chicas. Él, se lo quedó mirando y le manifestó: “Vea, pa’ no dar más vueltas, yo nací lejos, por allá en un lugar donde no llegan ni los Testigos de Jehová”.
5.- Estando en una tarima cuando había interpretado varias canciones una joven comenzó a jalarle la bota del pantalón y pedirle a gritos una canción de Kaleth Morales: “Maestro, maestro, ‘Vivo en el limbo’. Maestro, maestro, ‘Vivo en el limbo’, por fa”. Ya angustiado, Enrique paró el conjunto en seco y le dijo: “Vea, muchacha, si tú vives en el limbo, yo vivo en Planeta Rica”.
6.- Alguna vez, en una parranda, dijo que iba a estrenar una canción que relataba un hecho luctuoso. Comenzó a cantar: “Iban tres personas en un tractor, tres se mataron y el otro perdió la vida”. Enseguida, alguien le llamó la atención diciéndole que los muertos eran tres y no cuatro. Enrique lo miró fijamente y le ripostó: “Vea, compa, cállese. No sea sapo, que usted no iba en ese tractor”.
7.- Al maestro Enrique se le ocurrió comprar una motocicleta, para que su hijo se la manejara y lo transportara a todas partes. Una mañana le pidió el favor de llevarlo a reclamar unos medicamentos. Se fueron y durante el trayecto frenó en seco el vehículo. Enrique, viendo eso le dijo: “Bueno, ¿y por qué te detienes así de brusco?”. El hijo le contestó: “Papá, lo que pasa es que el semáforo se puso en rojo”. Ante esto, el juglar manifestó: “Dale rápido que no me puedo demorar. O acaso el semáforo es el que te da la comida que no le obedeces a tú papá”.
8.- La última historia de sus ocurrencias innatas sucedió unos días antes de despedirse de la vida, cuando su hijo Jaime le llevó a la clínica una imagen del Divino Niño para que le pidiera por su salud. Enrique se quedaba pensativo, mientras el hijo le insistía. Entonces, después de algunos minutos no se aguantó más, siendo elocuente y claro: “Vea hijo, yo no hago negocio con pelaos, y menos si son relacionados con la salud”.
Las vueltas de la muerte
En esas disertaciones de Enrique Díaz, entre jocosas y serías que solía hacer, manifestó: “Si uno pudiera negociar con la muerte, ella no tendría donde esconder la plata, porque todos pagaríamos pa’ no morirnos”. Y al final ocurrió así. El maestro Enrique Díaz ni lo intentó, porque estaba destinado para algún día estrenar la famosa ‘Caja negra’.
Así lo hizo el 18 de septiembre de 2014, cuando contaba con 69 años, recibiendo recibió grandes y universales aplausos, pero esta vez no los escuchó, porque de lo contrario habría soltado su célebre frase: “Un momento, yo no vivo de aplausos porque eso no da pal’ mercado”.
En aquella ocasión Ernesto McCausland también le preguntó a Enrique Díaz el por qué había interpretado la canción ‘La caja negra’ con tanta emoción, a lo que contestó.
“El hombre que trabaja y bebe déjelo gozá la vida, pero si el hombre vive bebiendo sin trabajá, algo malo pasa. Entonces mátenlo”. Enseguida cantó el paseo ‘La caja negra’ del compositor Rafael Valencia De Ávila, que él hizo famoso en todas partes.
El hombre que trabaja y bebe déjenlo gozá la vida, porque eso es lo que se lleva si tarde o temprano muere.
Después de la caja negra, compadre, creo que más nada se lleve.