Cuando no hacemos nada- Por: Edna Rueda

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Medimos con frecuencia la probabilidad de ‘éxito’, como una fórmula que asigna al tiempo libre un valor negativo. Entre más tiempo libre, menos perspectiva de ser productivo, fructífero, lucrativo, incluso valioso.

Podría pensarse que como parte de la aporofobia (fobia a los pobres y a la pobreza), se construye la idea de que el ocio de aquel que no goza de poder económico, no debería siquiera ser considerado.

La ideología liberal de los siglos XIX y XX ofrecía para ‘estas’ personas, como haciendo réplicas del mundo feliz de Aldous Huxley, vacaciones, artes o incluso las festividades como momentos escasos y enmarcados en aceleradores de emociones como el alcohol y las sustancias psicoactivas, estos momentos deben ser cortos y programados.

Pero considerar los tiempos para la introspección, la meditación, el andar lento o el disfrute de un hobby, es un tiempo que se le restaba a la producción y que se cobró al humano como un sesgo moral, que lo termina por catalogar de ‘vago’. La humanidad parece tener una afinidad por el sacrificio, el dolor, la incomodidad y el sufrimiento, no solo como pilar de la mayoría de las religiones, si no como una suerte de correa moral que mantiene la masa atada.

El mundo del siglo XXI, apunta con mayor frecuencia a reducir las tareas pesadas a través de tecnología y a considerar que el trabajo de los extremos de la vida es injusto. Ha dado valor a la salud mental de los empleados, y en algunos países incluso, se han reducido las jornadas laborales en días.

Evidentemente con estos avances, se espera que muchos de los empleos desaparezcan, como lo han hecho siempre que hubo un progreso, que se abran otros espacios con nuevas necesidades y con formas distintas de ser suplidas. Esto también terminará en una disminución considerable (probablemente en el próximo siglo) de la población total, y que con el paso del tiempo los pocos que queden, suplan sus insuficiencias de maneras más limpias, eficientes y sobre todo con tiempo libre. Las tareas serán muy probablemente recargadas en tecnologías como la inteligencia artificial, o robots, quizás replicando un modelo esclavista, esta vez sin el perjuicio de dejar el peso sobre un humano igual que otro, pero en cambio diseñando entidades que lo asuman.

Las preguntas frente a estas hipótesis pueden ser millones. ¿Cuál es el fin de la naturaleza humana, el aprendizaje a través de la recompensa o del sacrificio? Y si no hay sufrimiento, ¿hay motivación? De la esclavitud, ¿lo malo es que se ejerza entre miembros de la misma especie? Pero, si diseñamos una forma ‘esclavizadle’ ¿estaría bien?

 

 


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