Por: Felipe A. Priast-
Esta semana tuve la oportunidad de leer dos columnas en El Tiempo y El Especatdor en donde Juan Esteban Constain y Héctor Abad Faciolince, respectivamente, dan su punto de vista sobre el intercambio de prisioneros entre Rusia y la OTAN del pasado Agosto 1 en donde fueron liberados Evan Gershkovich y Paul Wheelan a cambio de un asesino de la FSB llamado Vadim Krasikov. En realidad, fueron 16 occidentales canjeados por 8 rusos, en total, pero los más visibles fueron Gershkovich, Wheelan y Krasikov.
En el caso de Constain, quien es uno de los pocos columnistas en Colombia que trata temas de calado internacional con cierta proficiencia y halo poético, debo decir que el único pecadillo de su columna sea, quizá, un poco de ingenuidad. Constain trata el tema de los hijos de Artem Dultsev y su esposa, Anna Dultseva, dos “ilegales” -más que ilegales, “sleepers”- del servicio de inteligencia ruso, SVR, quienes se mudaron, primero a la Argentina, y luego a Eslovenia, posando como técnico en sistemas y galerista de arte, respectivamente, solo para ser descubiertos por MI6 en Lubjiana y detenidos por espionaje, dejando a sus hijos completamente perdidos, pues, claramente, estos no sabían que sus padres eran rusos, o espías. Solo ahora que a sus padres los intercambiaron en Ankara por espías occidentales, se enteraron de la verdad.
Y digo “ingenuidad” porque, a pesar del tono poético de la columna de Constain, este columnista no parece entender las implicaciones de lo que significa un “sleeper”.
La palabra “sleeper”, por simple definición, se refiere, como su nombre lo sugiere, a un agente que permanece “dormido” durante años, hasta que por fin se activa. En el caso de los Dultsev, la operación empezó en Argentina -como en el caso del famoso Eli Cohen, el espía del Mossad de los 60s ahorcado en Siria-, en donde los Dultsev construyeron una identidad falsa, adquiriendo pasaportes argentinos falsos, y educando a sus hijos dentro de costumbres argentinas y hablando español. Es de asumir que en esos años en el país austral permanecieron “inactivos”, aunque eso no lo sé del todo. Luego, la pareja de espías -un arreglo bastante ruso, por cierto, en donde parejas de espías siempre han trabajado juntos para vender respectabilidad- parecen haberse activado, y bajo esa nueva identidad argentina la SVR los trasladó a Eslovenia, en donde empezaron a trabajar como “tesoreros” de la red de agentes rusos en Europa, haciendo pagos y desembolsando recursos para el funcionamiento de esta misma. Al parecer, usaban la red bancaria de Eslovenia, un miembro de la EU, para “lavar” plata a través de la compra-venta de obras de arte, obras que pagaban a 4 y 5 veces más de su precio real para poder hacer los desembolsos. Muy seguramente la inteligencia británica le estaba siguiendo el rastro a un de los agentes de esa red, y descubrió como era que este agente recibía los fondos para sufragar su operación, y ahí fue cuando cogieron a los Dultsev.
Yo la pregunta que le hago a Constain es, ¿cómo carajos cree él que se le puede contar esa historia a dos niños chiquitos, y si vale la pena contarles esa historia? Por simples razones de seguridad sería imposible contarle a esos niños la ocupación de sus padres, o hablarles en ruso, porque eso de inmediato los delataría. ¿Dos padres dizque argentinos hablándoles a sus hijos en ruso, en Buenos Aires? ¿En verdad nadie se va a dar cuenta de qué esos dos son espías?
¡Por favor! Eso es ingenuidad. Los sleepers son famosos por eso, porque nadie sabe que son sleepers, ni siquiera su propia familia. ¿Qué clase de “sleeper” es un sleeper que todo el
mundo sabe que es un sleeper? Por definición, nadie debe saber que ese agente está “durmiendo”, excepto por su control.
Es una historia sorprendente para los niños, sí, sin duda, pero no más sorprendente que crecer en familia, perder al padre, y el día del entierro, descubrir que el padre de uno tuvo dos hijos por afuera del matrimonio que ahora buscan parte de la herencia del finado. Constain hace ver esta historia secreta de los padres de esos niños como si fuera algo bastante raro, cuando por fuera del mundo de la inteligencia también existen numerosas parejas con historias más secretas y más terribles. Padres asesinos, padres con pasados nazi, padres con pasados en regimes brutales. Yo, acá, en Estados Unidos, tuve un trabajo en donde me tocó estar en entrenamiento con un ex-militar birmano que después supe había estado involucrado en una matanza horrible en Myanmar, en el 2000, y era el carajo más buena papa que ustedes se puedan imaginar. En Miami, a principios de este siglo, trabajando en restaurantes, trabajé con un croata que estuvo en la guerra en su país a mediados de los 90s. ¡Vaya usted a saber a quién mató ese croata que hacía tan buenos cócteles detrás de sus barra! Y mejor no averigüe qué hace ese cotero que tiene en su empresa, o ese pintor que contrató el año pasado para que le pintara el negocio, que dizque es de Tierralata y trabajo para Vicente Castaño a finales de los 90s. Francamente, descubrir que el padre de uno es un agente de la SVR, y ruso, es de las cosas más benignas en las que puedo pensar para que un niño descubra. Es más jodido descubrir que tu viejo era un nazi, o que tu vieja fue prostituta, mucho más jodido.
Todos tenemos secretos que nuestra familia inmediata desconoce, y entre esos secretos, tener papá espía no están grave, créanme.
El caso de Héctor Abad es más patético, como era de esperarse con este personaje.
Héctor Abad, quien siempre habla o escribe como agente pago al servicio de Occidente, por cierto, cuestiona que un laureado con el Premio Nobel como Oleg Ortov, o un “inocente” periodista como Gershkovich, hayan sido canjeados por un agente como Vadim Krasikov, un agente de la FSB que asesino a un terrorista checheno en Berlín en el 2019.
Mi estimado Héctor, vamos a echarte el cuento como es, para que entiendas un poco antes de salir a decir pendejadas en tus columnas.
Putin es un ex-Coronel de la KGB, y uno bueno y leal. En los organismos de inteligencia de todo el mundo existe cierto orgullo -y esto es especialmente cierto entre los servicios de inteligencia rusos- en rescatar a su gente cuando han sido capturados en operaciones en territorio enemigo. Recuperar a tu gente es la máxima número uno, en especial en operaciones como la de Krasikov, que involucraba el asesinato de un traidor.
Zelimkhan Khangoshvili, el checheno que Krasikov asesinó en el “Kleine Tiergarten” de Berlín en el 2019, era un terrorista checheno que había participado en el “Nazran Raid” en Ingushetia, una república rusa del Cáucaso, en donde murieron como 90 personas, en el 2004. Para rematar el cuento, Khangoshvili se escapó de Chechenia, en donde había cometido numerosos actos terroristas durante la guerra en esa región del 2007-2008 -con ayuda de la CIA, valga decir-, para irse a Georgia, en donde le entregó al servicio secreto georgiano (también cercano a la CIA en esa época) los nombres de numerosos agentes rusos operando en diversas regiones del Cáucaso. Es de asumir que esas redes fueron desmanteladas por los georgianos con la ayuda de la CIA, causándole una gran pérdida a la inteligencia rusa.
¡Compadrito, un carajo con ese prontuario, en el mundo de la inteligencia, se tenía que quebrar, “he had it coming”, como dicen los anglosajones. Antes vivió mucho ese hijueputa.
Ahora, a un agente que ejecuta esa operación, una operación de eliminación de un traidor-terrorista que ha causado tantas bajas en tu organización, se le dan todas las garantías posibles en caso de ser capturado, pues va a ejecutar la operación en territorio enemigo.
Krasikov siempre supo que a él lo iban a rescatar, porque los rusos no dejan atrás a ninguno de sus agentes, menos a un profesional como Krasikov, quien era del círculo de seguridad de Putin. Así que, es cierto que Putin lo quería desesperadamente. En inteligencia no hay nada más valioso que la lealtad para con tus agentes. Ellos tienen que saber que tú, como su jefe, vas a mover cielo y tierra para rescatarlo si cae capturado, porque si no creen eso, el sistema se cae. Khangoshvili tenía que morir, ese hijueputa se lo buscó, eso no tiene vuelta de hoja. Y el encargado de ejecutar la operación debía tener todas las garantías, y esas garantías se las debió dar el mismo Putin. El mensaje es claro: “cualquiera que traicione a Rusia, o se meta con Rusia, lo cazamos, en cualquier parte del mundo”. Así es como las organizaciones de inteligencia defienden su territorio y protegen a un país. Y los agentes que llevan a cabo esas operaciones son los más respetados y los más valiosos. Tú, a un tipo de esos, no lo dejas abandonado para que se pudra en una cárcel del enemigo, tú mueves cielo y tierra para rescatarlo. Krasikov será un “asesino” para los que leen las noticias, pero para los organismos de inteligencia el tipo es James Bond (quien también es un asesino, por cierto).
Así que, no es intercambiar a “un asesino por un premio Nobel”, es intercambiar a James Bond por un premio Nobel.
Y para confirmarte esta historia, mi estimado Héctor, está el caso de Evan Gershkovich, un americano hijo de inmigrantes rusos judíos que estaba espiando para la CIA en Rusia con el disfraz de “corresponsal de prensa” del Wall Street Journal.
Gershkovich llevaba 6 años trabajando en Rusia para distintos medios, y un día se le dio por meterse a espía sin tener el entrenamiento para hacerlo, y lo cogieron recibiendo un listado de estadísticas de producción de la fábrica de tanques de guerra más grande de Rusia, y lo cogieron con las manos en la masa, valga decir, es decir, en el momento en el que estaba recibiendo la información.
Al igual que los rusos, los americanos de inmediato se movieron para rescatar a su “asset”, porque seguro le habían dado garantías en ese sentido, con el agravante de que Gershkovich es judío, así que el el Lobby Judío de Washington también debía estar moviendo cielo y tierra para rescatarlo. La única diferencia es el tipo de operación. Krasikov tenía como misión una eliminación, y Gershkovich tenía como misión recoger información de un agente en el complejo militar ruso. Ambas operaciones son normales y válidas en el mundo de la inteligencia, si bien una requiere de más sangre fría y lleva más riesgo, pues se trata de una operación que implica llevar y disparar un arma u otro objeto letal.
Y, no, a Krasikov no lo canjearon por Ortov, lo canjearon por Wheelan y Gershkovich. Ortov fue la “ñapa”, un bono extra quizá para mostrar buena voluntad de cara a futuras negociaciones de paz en la guerra de Ucrania.
Héctor, compadrito: dedíquese a los suyo, mi llave, que es escribir ligerito sobre cosas mundanas. Claramente, en este caso, tú no sabes de lo que estás hablando…