Se cumplen hoy 80 años de los desembarcos del “Día-D” en Normandía, Francia, y ya nada es igual a lo que en algún momento fue esta fecha.
Hace 40 años, me acuerdo, mi padre estuvo por estas fechas en los Estados Unidos por asuntos de negocios y regresó en esa oportunidad con varios libros sobre “D-Day”, incluyendo el famoso libro de Max Hastings “Overlord”, libros que yo devoré a pesar de mi pobre inglés de esa época. Yo leí “Overlord” con 14 años, en inglés, cuando aún no había leído siquiera “Cien Años de Soledad”, lo que debe ser un caso único de precocidad intelectual en Colombia, al menos sobre ese tema.
Luego vino la celebración de los 50 años con Clinton en 1994, que fue con todos los fierros y en medio de la euforia del fin de la Guerra Fría.
Pero hoy, 80 años después y en medio del conflicto más grande en Europa desde, precisamente, la Segunda Guerra Mundial, hay poco que celebrar. Ya los buenos no son los anglosajones de “Band of Brothers” y demás guevonadas, sino que ahora, por lo menos para mi, los anglosajones son los nuevos nazis, los nuevos “malos”. Y utilizar estás celebraciones como lo esta haciendo Biden, es decir, construyendo paralelismos entre los actos heroicos de la Segunda Guerra Mundial y los dizque “actos heroicos de Ucrania” en esta guerra, me parece el acto más cínico y retorcido posible, pues los ucranianos aquí son los mismos nazis que los héroes de hace 80 años combatieron. Ya no hay nada que celebrar, ya que los Estados Unidos y sus aliados de Europa Occidental ahora están del lado de los nazis, del lado de los genocidas, del lado de los “bullies”. ¿Qué vas a celebrar tú si a lo largo de 80 años tu te has convertido en eso que derrotaste hace 80 años?
A lo largo de mi vida tuve la oportunidad de conocer a varios veteranos de la Segunda Guerra Mundial, por una razón u otra. Uno de mis profesores en la universidad en Nueva York, Mr. Tarter, estuvo con Patton en la campaña de Europa y entre sus más preciosos souvenirs de esa campaña estaba una Luger que le quitó a un oficial alemán que capturó en combate.
Uno de los empleados de seguridad de esa misma universidad, uno de los más viejos, había estado en el Pacífico, en Pelleliu, creo, una batalla sangrienta que fue bien recreada en la serie de HBO “The Pacific”. En México, celebrando un fin de año, conocí a un viejo británico con el que nos tocó compartir mesa que había estado en el desierto con Montgomery. En el Imperial War Museum en Londres conocí a un americano ya viejo sobreviviente de la ofensiva alemana de 1944-1945 en las Ardenas, la llamada batalla del Bulge. Toda su división fue aniquilada, apenas unos cuantos cientos de su división sobrevivieron milagrosamente, y el fue uno de ellos.
Y del lado aleman también he conocido gente. A mi esto no me lo ha dicho nadie pero yo estoy seguro que mi vecino alemán por más de una década en Barranquilla era un criminal de guerra alemán que se fue a esconder al Caribe Colombiano después de la guerra, convirtiéndose en ganadero. Fumaba cigarrillos con una boquilla de plata este alemán, como los nazis de las películas, y su hijo parecía un experimento en nazismo: alto, rubio pelo ‘e pita, y corpulento. Parecía un guardaespaldas de Hitler.
Casi todos estos personajes, al menos del lado aliado, fueron buenas personas, gente marcada por esos funestos eventos que vivieron vidas decentes y se comportaron como gente decente todas sus vidas. Tal decencia ya no existe hoy. Los que hoy dirigen Occidente son unos cínicos degenerados, unos nazis en las sombras. El apoyo de Occidente a ese régimen decrépito de Ucrania encabezado por un judío vendido que comanda una trópita de nazis descarnados es patético.
Hace poco el periodista Seymour Hersh públicó un artículo en donde, supuestamente, el director de la CIA había ido a hablar con Zelensky para decirle que no robara tanto, que ya iban como $400 millones robados de las armas y la ayuda que los Estados Unidos le esta dando a Ucrania, y que ya eso era mucho.
¿Para qué estamos apoyando a esos nazis ladrones, me pregunto yo?, pues esa plata viene de mis impuestos. ¿Para qué apoyamos a un régimen genocida como el de Israel, otra vez, con mis impuestos? ¿Qué es lo que vamos a celebrar hoy cuando el país del que soy ciudadano apoya a nazis y a sionistas?
Y para rematar todo este “shit show” en el que se ha convertido esta celebración de los 80 años de D-Day, Macron decidió no invitar a los rusos.
Cualquier celebración de victoria en la Segunda Guerra Mundial, sin los rusos, es un absurdo, pues esa guerra se ganó gracias a los rusos, quienes fueron los que verdaderamente derrotaron a los nazis.
En estos momentos estoy leyendo un libro de Samantha Power, una historiadora que fue embajadora de Obama en la ONU, titulado “A Problem From Hell”, sobre la posición de los Estados Unidos en los distintos genocidios de los últimos 120 años (el libro fue escrito en el 2002), ganador del premio “Pulitzer” en su momento.
El récord de los Estados Unidos en cuanto a genocidios, desde el genocidio armenio de 1916-1918, es terrible. En pocas palabras, los Estados Unidos nunca han hecho nada confrontados con un genocidio, y entre esos genocidios Samantha Power incluye el genocidio armenio, el genocidio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, el genocidio de los bosnios en la antigua Yugoslavia y el genocidio en Rwanda de 1994-1995. Y si el libro se hubiera escrito hoy, también podríamos incluir este genocidio contra los palestinos, en donde los americanos contemplan sin dolor como los judíos masacran a los palestinos de Gaza. Se llenan la boca para hablar de “derechos humanos”, y de que los Estados Unidos son los grandes defensores de los derechos humanos en el mundo, cuando en realidad, no solo no han hecho nada nunca, sino que, ahora, están de lado de los genocidas.
¿Qué hijueputa vamos a celebrar hoy en el aniversario 80 de D-Day con tan poco para mostrar en ese campo? Se supone que estamos conmemorando esa gran victoria sobre los nazis para que el mundo fuera mejor, y para conmemorar la victoria sobre el fascismo, la ideología que ha cometido el genocidio más horrendo de la historia. Pero resulta que ahora los Estados Unidos y sus aliados son los nuevos nazis. Confrontado con esta ironía evidente, yo no siento que haya nada que celebrar. Es más: me cago en estas conmemoraciones de D-Day.
Hasta hace un par de semanas pensé en viajar a Europa para tomarme algunos días de vacaciones, ir a la final de Champions, y de pasada, quedarme para las conmemoraciones de los 80 años de D-Day, pero se me atravesaron vainas y cancelé el viaje. Además, me di cuenta que ya no quería visitar más Normandía, que ya no quería conmemorar nada, que ese “fuego” que antes sentía por esa parte de la historia ha muerto dentro de mi.
Tal vez vaya a Europa más adelante, pero ya no será para visitar más campos de batalla de la Primera o la Segunda Guerra Mundial. Mejor guardo mi dinero y me voy a Rusia el año entrante para celebrar los 80 años de la victoria de los que verdaderamente derrotaron a los nazis, los rusos. Yo no sé que va a pasar conmigo de aquí al 9 de Mayo del 2025, pero lo que si sé es que, el 9 de mayo del 2025 voy a estar en Moscú conmemorando la victoria de los rusos sobre el nazismo, 80 años después.
Bueno, eso si los rusos para entonces no están en guerra con los “nuevos nazis”, es decir, nosotros, porque como ciudadano americano tengo el inmenso deshonor de compartir nacionalidad con los nuevos nazis.
Hablando de eso, he tomado una decisión trascendental en mi vida. Si los Estados Unidos entra en guerra con Rusia de manera abierta en un futuro cercano, yo voy abandonar este país de forma definitiva.
He dedicado toda mi vida a la lectura y el estudio de las consecuencias del nazismo. Lo último que voy a hacer con mi vida es ponerme del lado de los fascistas, eso nunca va a ocurrir.
Es una cuestión de principios. Prefiero dejar de ser americano, que volverme fascista, eso lo tengo claro. Uno tiene que ser consistente con lo que se ha sido todo una vida, moralmente, no podría continuar aquí.
Que acaben rápido estás celebraciones por los 80 años de D-Day. Aquí, en realidad, no hay una pinga que valga la pena conmemorar…