Un desaparecido, no tiene entidad, no está… ni muerto ni vivo, está desaparecido”, contestó Videla, el dictador argentino, cuando se estaba por acabar la década de los 70 y las preguntas sin respuestas se le comenzaron a acumular en forma de madres marchantes en la Plaza de Mayo.
Alzar la voz de estas mujeres era tan poco probable como levantar una dictadura de la silla presidencial. Estos hijos habían desaparecido enmarcados en lo que, para la autoridad de ese momento, eran delitos de traición, sospechas de delito, o sospechas de sospechas; cualquier cosa que acosara la paranoia de uno que podía, y el que no podía, simplemente desaparecería.
Y aunque el alboroto del mundial de fútbol del 78’ acababa de dejar la calle, y aunque la intención era que pareciera que todo estaba bie y que Argentina era la tierra prometida, había, bajo el silencio, un ruido sordo que molestaba, ese susurro que hacían los pañuelos de las madres de mayo cuando rosaban con sus cabellos canosos, cuando tomaban las pancartas con las fotos de sus hijos y caminaban en círculo hasta hacer zanjas, preguntándole a quien oyera por sus frutos perdidos.
En estas islas hay tanto de lo que se habla, tanto que abruma y aunque cambien los protagonistas, cada tanto un escandalito nos consume a todos.
Y luego está todo lo otro.
Lo que no se habla, eso que pasó y no ha pasado, de la gente que caminaba la calle, abrazaba a sus hijos, daba los buenos días, iba a la tienda y luego, un día ya no aparecieron más. De esos con lancha que salen en la noche, los que hacen ‘la vuelta’, los que son ahora más mar que humanos: ‘Hijos del paisaje’ los llama María Matilde Rodríguez.
Esos por los que se lloran pasito, se guardan esperanzas en un cajón chiquito, se tiene la ropa colgada y no se lleva luto. De esos por los que se sigue preguntando, sean uno o mil años los que han pasado, de esos de los que no saben si hoy tendrán frío o si no lo tendrán más nunca.
En este paraíso, la serpiente es eso de lo que no se habla, y cuando se contienen las preguntas y los llantos, salen disparados como una agresividad contenida, una ira que no se va, porque ni si quiera le hemos dado el derecho a existir, no es más que el aborto de un duelo, nada más que unas nueve noches en bucle: sin muertos, sin vivos.
De eso de lo que no se habla, nos está matando.