Por: Fredy Alexánder Chaverra
No hay duda de que el 2020 permanecerá tallado con fuerza en el recuerdo de toda una generación. Al menos, en Colombia, fue el año que develó con más protuberancia las condiciones de inequidad, desigualdad e injusticia que han condenado al país a ciclos agudos e interminables de violencia. Se termina un año que seguramente marcará la agenda de las grandes políticas públicas de la próxima década. También concluye un año signado por noventa masacres; el exterminio de líderes sociales; el genocidio de firmantes de paz y el más cruento recrudecimiento del conflicto armado. Panorama enmarcado en la indiferencia y desidia de un gobierno salpicado por sus vínculos con el narcotráfico que ya ni se preocupa por “cuidar las formas” y condenar a los perpetradores de los asesinatos.
Frente a las perspectivas para el 2021 considero que poco cambiará y la situación se tornará más sombría. Así lo considero desde los siguientes argumentos:
Año preelectoral en el cual las élites se sienten amenazadas
Para el 2021 se asistirá a un claro proceso de reconfiguración o consolidación de los poderes locales y regionales de cara a las elecciones del 2022. Será un año preelectoral (especialmente desde junio) en el cual las élites locales que derivan su poderío de prácticas feudales asociadas a la concentración de la propiedad, vínculos con el paramilitarismo, el narcotráfico y la corrupción, sentirán la amenaza real de un cambio en el gobierno central desfavorable a sus intereses.
Con el cuento de ojo con el 22 o salvar a Colombia esos sectores buscarán cerrar filas en torno a un proyecto de derecha más radical que el representado por Duque en 2018. Esa radicalidad se podría traducir en la agudización de la violencia política en territorios azotados por la presencia de grupos armados; con precaria presencia institucional y donde se adelantan procesos cercanos a la implementación del acuerdo de paz, dícese municipios Pdet y Pnis.
Continuará el genocidio de líderes sociales y excombatientes
En medio de la pandemia no cesó el asesinato sistemático de líderes sociales y exguerrilleros. Antes, las organizaciones sindicadas de estar detrás de los asesinatos (estructuras integradas al Clan del Golfo, el ELN o las disidencias de las Farc) afianzaron su control territorial y hasta se convirtieron en verdaderas autoridades sanitarias. La respuesta del gobierno ha demostrado ser ineficiente y el enfoque de “consolidación” con las denominadas Zonas Estratégicas de Intervención Integral o Zonas Futuro no ha sido suficiente para reducir los niveles de victimización.
Tan solo en el Bajo Cauca antioqueño, subregión que comprende seis municipios, la violencia ha llegado a niveles alarmantes, al punto, que organizaciones defensoras de derechos humanos han solicitado que se avance en una declaratoria urgente de crisis humanitaria. Es claro que la “paz con legalidad” se ha quedado corta ante la compleja realidad de los territorios donde ocurren las masacres y matan a los líderes sociales y a los firmantes del acuerdo de paz. Nada de eso cambiará en el 2021.
Habrá mayor inestabilidad social y extrema polarización
El tercer año de un gobierno siempre es difícil porque se le agota el “pegante” de su coalición en el Congreso; los partidos tradicionales buscan reorganizarse y se asiste al síndrome de “la soledad del poder”. Con Duque no será diferente y ante anuncios de propuestas claramente impopulares como otra reforma tributaria o una pensional puede que hasta su propio partido tome distancia o le inicie una “oposición estratégica”.
En ese contexto, con la narrativa de “salvar a Colombia”, los ideólogos del uribismo buscarán la forma más efectiva de desinformar; revivir en otro espectro el fantasma del castrochavismo y manipular a una amplia masa de colombianos ingenuos. Claro que obviarán el desastre que ha representado Duque que podría salir graduado como el peor presidente superando el arquetipo nefasto de Pastrana. La división del sector alternativo (que esperemos pueda llegar a diálogos y consensos) les facilitará esa labor. Ni el uribismo o la derecha están dispuesto a dejar el poder y harán todo lo posible para evitarlo. Saben que en el 2022 (con un uribismo en decadencia) se juegan el todo por el todo. Toda la antesala a su estrategia se conocerá en el segundo semestre del 2021.
Sin tener presente los efectos inmediatos de la pandemia, sus olas y retrocesos, es claro que el 2021 será un año muy difícil. Preocupa la naturalización de la violencia, tan reducida a la frivolidad de las estadísticas y aquella clásica indiferencia que ya se volvió costumbre. No soy optimista, pero no desestimó la posibilidad de seguir trabajando en promover escenarios de reconciliación y diálogo. Tampoco descarto la altura histórica de los sectores alternativos que deben comprender que la tarea que los debe unir es una: derrotar al uribismo y evitar un segundo Duque.
Por el momento, solo espero que el tiempo y las imprevisibles circunstancias de un país donde cualquier cosa puede pasar, me demuestren que estoy equivocado y que tal vez tendremos un mejor año. Ahora más que nunca, me gustaría estar equivocado.