Por muy bueno que sea un presidente y eficaz su administración del estado, o por muy evidente que sea el progreso y contento del pueblo; si se trata en verdad de un mandatario democrático, de un presidente orgulloso de gobernar bajo los preceptos y principios de la democracia -tan ambicionada por los pueblos civilizados- entonces también entendería que si en elecciones libres el pueblo vota por su remoción, debe obedecerle con la misma disposición e inmediatez con la cual le aceptó su elección y, si fuera el caso, su reelección.
Del mismo modo, si el pueblo insiste en reelegir una y otra vez a un mismo gobernante, el espíritu de la democracia comenzará a desvanecerse; porque, obedeciendo a su definición literal -poder del pueblo- habría que aceptarle a ese pueblo semejante determinación, aun sabiendo que la fórmula infalible de la democracia es la “alternancia política”.
Alguna vez, en un artículo para el Observatorio Nacional de Colombia, expliqué mi desacuerdo con la tercera reelección del expresidente de Bolivia, Evo Morales; pues, aun siendo tan buen presidente como lo era, su prolongación en el poder -y en razón de este mismo- empezaba a tornarse más fiel al modelo de las dictaduras, dadas a debilitar a su favor las contiendas electorales, que al modelo y los principios de las democracias, que las apremian y fortalecen en favor de los pueblos.
Entre esos principios, quizás el más importante sea la “alternancia política”; pues la democracia no casa con mandatos extensos, ya que estos impiden a las nuevas generaciones la opción de aspirar a ser gobernantes y a elegir el modelo de gobierno bajo el cual desean hacer sus vidas. De hecho, los más jóvenes ciudadanos de Venezuela, habiendo nacido durante la presidencia de Hugo Chaves, crecieron y se hicieron profesionales dentro del régimen presidencial chavista -ahora en manos del presidente Nicolás Maduro- y en tal razón, les parecerá un sueño todo lo que sus padres y mayores cuentan -y además la reciente historia económica así se los describe- acerca de una Venezuela anterior al chavismo, muy “paradisiaca”.
De tal suerte, resulta apenas natural que las juventudes de la república bolivariana quieran votar en contra de Nicolás Maduro, pues deben estar cansadas de un mismo gobernante y de un solo modelo económico que, en contraste con el “paradisiaco” referido por sus padres y mayores, aparece como si fuera totalmente ineficaz.
Incluso en las monarquías, surgidas mucho antes que la democracia y fortalecidas en la edad media con la idea de que los soberanos eran escogidos directamente por Dios, no era placentero tener que obedecerle eternamente a una sola persona, pues ello implicaba una obligación contraria a la cualidad o propiedad del sentido común y del sentido lógico del “zoon politikón” (el animal político explicado por Aristóteles y que encarnamos todos) cuyo instinto nos impulsa a participar en las decisiones de la polis.
En consecuencia, a la hora de analizar y calificar lo que está ocurriendo en Venezuela, debemos considerar esta realidad que connota la necesidad de una “alternancia política”; precisamente porque la mayoría de estos jóvenes nacidos durante el régimen chavista, ya necesitan y reclaman el cambio sin importarles que todo sea en razón a la añoranza de los tiempos descritos por sus padres, o por la influencia de un sector político de ultraderecha que busca recuperar el monopolio perdido; y sin importarles siquiera que sea por culpa del arruinador bloqueo económico, tal vez porque estos jóvenes y parte de la población mayor, desconocen sus crueles consecuencias, que asfixiarían hasta al más rico de los países si se les impusiera como se les ha impuesto a Cuba y a Venezuela.
Si el bloqueo económico lo desmontaran en Venezuela, yo estoy seguro que el gobierno del presidente Maduro aceptaría el cambio, y de no hacerlo el pueblo no se lo perdonaría. Pero lo cierto es que resulta difícil meter las manos en el fuego en defensa de Nicolás Maduro, porque ya el chavismo lleva más de 20 años con los mismos rostros, modos y maneras, y hay una generación que quisiera cambiar no importándole si le está yendo bien o no; sino porque el espíritu de la democracia -el Zoon politikón- los impulsa a ello.
Y también es difícil meter las manos en el fuego contra Maduro, si comprendemos que la gran maldad contra el pueblo venezolano no la están ejerciendo ni él ni su gobierno, sino el gobierno norteamericano y aquellos países que se han sumado a su estrategia letal del bloqueo económico que, como sabemos, únicamente ataca y vulnera a los pueblos y blinda a los gobernantes. En Cuba, por ejemplo, mientras que los pobladores, a falta de carne de res aprendieron a hacer y consumir albóndigas con fibras de trapero, sus gobernantes -a quienes sus pares de los Estados Unidos quisieron derrocar con la asfixia económica- no dejaron de comer caviar y langostinos. En Venezuela, por su parte, el bloqueo económico ha conminado a su pueblo a salir huyendo hacia otros países en busca de alimentos, mientras que sus gobernantes permanecen en sus puestos de mando y muy bien alimentados, y tal vez así continúen hasta cuando no sea suspendido el bloqueo económico que es un cruel mecanismo para matar pueblos y vigorizar gobiernos.