Cómo Eudaldo León Díaz Salgado, nombró mi abuelo Juan Bautista Díaz (El médico del pueblo) a mi padre. Cuando mi abuelo le colocó ese segundo nombre debió tener la certeza que no había otro representante del reino animal que describiera mejor en lo que se convertiría su hijo «El león roblano», cómo lo llaman muchos de sus paisanos en ese hermoso terruño bañado por las aguas del arroyo «Dorada».
La historia de Colombia, hoy reconoce en mi padre un hombre valiente, quizás el sucreño más reconocido de nuestro país, por su valor y honestidad en el manejo de los recursos públicos (Valores en extinción), tanto así, que el Congreso de la República le concedió el grado de «Gran Comendador» que no es fácil, para aquellos que no nacen en cuna de oro, ni son amigos del gobierno o de los congresistas
Para los roblanos es mucho más que eso, además de su mejor Alcalde, lo consideran el hombre más servicial, cariñoso y solidario que conocieron y se sienten orgullosos de él, como lo demuestra el hecho de que después de 19 años de su muerte, sus seguidores y amigos mantienen su imagen en las salas de sus casas, ya sea el afiche de cuando aspiro a la alcaldía o fotos que se tomaron a su lado.
Quisiera tener su valentía, pero es un horizonte bastante grande, incluso temo a no estar a su altura, no poder criar a mis hijos mejor que lo que me crio él a mí. Pero algo si tengo, no le temo al hombre, trato con caballerosidad al humilde y al bueno, pero sin contemplación con el opresor.
Quien si se parece a mi padre, no solo en lo físico, si no en el carácter y la fuerza del espíritu, es mi hijo Salómon David, que tiene dos grandes nombres, el de los dos reyes más cercanos a Dios, el del Sabio y el de quién mató a Goliat.
En Salomón veo a mi padre, el será lo que no seré yo y terminará lo que no alcanzo mi padre, porque veo al «León» en él. «Salomón Díaz a la alcaldía», me dijo cuando apenas tenía 4 años, creo que alcanzará mucho más que ser un gran alcalde.
A veces me quedo mirándolo, cuando con sus gestos y firmeza pareciera que no fuera mi hijo, si no mi padre, y me embarga una sensación de respeto y amor, lo abrazo, lo beso, como queriendo sujetar a su abuelo y darle el beso, el abrazo, con el que nos debimos despedir. Aunque sé que si hubiera tenido esa oportunidad, me hubiese prendido fuertemente de su cuello, como cuando yo era un niño y él se iba de viaje y debíamos separarnos, como cuando nos encontramos en mis sueños y le digo que lo extraño.
Hoy sé, que de tanto rogarle a Dios que me permitiera volver a estar al lado de mi padre, me concedió ese deseo, sin tener que abandonar este mundo, a veces en el espejo donde me miró, pero en Salomón esa imagen siempre está viva. Él al lado de Santiago «El bravo» quien es inteligente y se destaca en todo lo que hace, serán los guardianes del legado de mi padre. Cuando yo me vaya al lado de Dios y de él no sentiré vergüenza alguna al rendirle cuentas, porque jamás he tenido miedo de enfrentar al opresor y de agacharme delante del humilde.
Queda claro que el legado del «León Sucreño», por lo antes mencionado, hoy es más fuerte que nunca; especialmente en estos tiempos cuando la politiquería, el deshonor de los mandatarios y la mayoría de los funcionarios públicos, hace que el desprecio del pueblo por quienes los gobiernan y lo han gobernado crezca, se extraña más a líderes como mi padre, que sacrificaron la vida en el altar de la democracia y que hoy son referentes inmortalizados por nuestros mayores y jóvenes, como los de la universidad de Sucre, que con una imagen ubicada en las instalaciones de su alma Mater, acompañada con la frase “No puede haber democracia en un país, dónde se le tenga que pagar a la gente para que vote» Expresan su admiración.
Esa frase es una de las bases de mi ideario social y con la cual me identifico, otra de las frases que han marcado ese ideario fue una leí en un libro escrito por otro hijo de padre asesinado por las mafias y que en alguna de sus páginas dice:
«Y en honor a la memoria llevo sobre mi cara, la cara de mi Padre» Héctor Abad – El olvidó que seremos)