El ocaso de Uribe- Por: León Valencia

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Es triste el otoño de Álvaro Uribe Vélez, el presidente más popular de los últimos sesenta años en Colombia, el más aplaudido, el más poderoso, el más creído de su éxito, el más apersonado de su gloria, acosado ahora por el incansable fantasma de su pasado, por acusaciones ante la justica de bárbaras acciones: soborno a testigos, fraude procesal, complicidad para delinquir, masacres, ejecuciones extrajudiciales, un domingo en la mañana, este domingo que acaba de pasar, se va a una pequeña iglesia de la ciudad que lo vio despegar en su carrera política, una iglesia donde sabe que lo van a reconocer y lo van a aplaudir y él, en su humildad, va a pedir que no sean tan generosos con él, que moderen sus palmas, que acallen un poco su fervor y luego sale al barrio, a una tienda, para pedir un buñuelo, símbolo de la navidad paisa, para deleitar con un tinto, así como los campesinos arrancan los días de trabajo en lo más profundo de las montañas de Antioquia, una tienda donde sabe que lo van a reconocer y lo van a oír, no importa lo que diga, lo van a oír y entonces el repite lo que está diciendo, una y otra vez, en el juicio que le adelanta una jueza, una humilde y valiente jueza, repite que las víctimas que lo acusan han comprado unos testigos, que les han enseñado a mentir, que en realidad no son víctimas sino enemigos que han organizado una persecución política, es una puesta en escena que difundirá a través de sus redes, mensajes que antes, en los días de su gobierno y aun en los años posteriores, eran recibidos por la opinión generalizada sin beneficio de inventario, pero que ahora, alguna gente, quizás mucha gente y algunos medios y algunas redes, quizá muchos medios y muchas redes, se atreven a cuestionar.

En el juicio oral con sus ostentosos abogados, ante los testigos y las cámaras, las cosas no son menos ridículas. En algún momento Uribe dice que ha visto a Iván Cepeda llevarse la mano a la cara y asegura que ese es un gesto convenido con Deyanira Gómez, una de las testigos, quería indicarle algo, dice Uribe y entonces acusa a Cepeda, su víctima, de fraude procesal. Esta es la ironía mayor. Porque esa, precisamente esa, es la acusación por la que está en juicio el señor expresidente, y Uribe, por arte de birlibirloque, convierte un gesto de su víctima, una misteriosa señal, en fraude fraude procesal, en cambio, se defiende el expresidente, no es fraude procesal la visita a las cárceles de un legión de abogados enviados a buscar quien acuse a Cepeda o quien convenza a Monsalve, un campesino, bandido, paramilitar confeso, empeñado, no se sabe por qué razón, en hacer valer verdades que sabe desde adolescente sobre Uribe, desde cuando vivía en su finca, en Guacharacas, convencerlo de que retire sus acusaciones mediante dadivas y engañosas ofertas de cambios en su condición carcelaria.

Los abogados, Granados y Lombana, las más visibles y famosos de Colombia, vacas sagradas, a las que nadie se atrevía a contradecir, con bufetes que envidiarían encopetados litigantes de oficinas gringas, pasan saliva y van acompañando sin rubor la farsa. También es triste ver a estos jurisconsultos en tamaña empresa. Granados, regañado por la juez por interrumpir aparatosamente a Cepeda para obligarlo a contestar con monosílabos al interrogatorio.

Estoy hablando apenas de los últimos sucesos. De la última semana. De un día del juicio y de un domingo de misa mañanera. No estoy hablando de la historia de este proceso que empezó en el 2018 por hechos que ocurrieron en el 2014. No estoy hablando de que Uribe fue quien incubó este largo, larguísimo, proceso judicial, lo hizo al acusar falsamente a Iván Cepeda de querer llevarlo a prisión comprando testigos en las cárceles para acusarlo de la creación del paramilitarismo y de crímenes horrendos, lo hizo para sacarse de encima a Iván Cepeda que en su condición de parlamentario había organizado en el congreso un debate sobre la parapolítica en Antioquia en el que aparecía el expresidente.

La cosa empezó por la acción de Uribe, pero cambio cuando la Corte Suprema de Justicia desechó estas acusaciones a Cepeda y tomó el camino inverso, acusando a Uribe de gestar un complot contra el Senador Cepeda, entonces el expresidente cambió de investigador y se trasladó a la fiscalía pensando que allí tendría una pesquisa amigable, fíjense las vueltas que dio esto proceso, después vinieron las variadas recusaciones de la defensa de Uribe y el acoso a los operadores de justicia generados en los despachos de Granados y Lombana y las tutelas que han interpuesto para dilatar, dilatar y dilatar el proceso y conquistar así el vencimiento de términos. Pero en esta columna no hablo de todo eso, solo hablo de lo que ocurrió en un día del juicio y en la mañana de un domingo, solo quiero mostrar en dos o tres episodios el ocaso de un expresidente.

Se ha ido al suelo el heroísmo con el que respondía siempre a sus contradictores, señalando una y otra vez que había liberado a Colombia de la guerrilla y eso lo valía todo y eso bastaba para su gloria. Se le está agotando la gloria.

Publicado originalmente por Cambio


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