A menos de un año de las elecciones presidenciales y legislativas en Colombia, todo parece indicar que la incertidumbre ha logrado romper no solo a la izquierda y al centro, sino también a la disciplinada derecha política.
Hacia la izquierda, Petro no tiene ninguna competencia en una consulta presidencial con Roy Barreras, Alexander López o Francia Márquez. Cada vez más en solitario, Petro, con candidatura única, se debe centrar en crecer con una fórmula vicepresidencial que le permita acoger votantes de centro izquierda.
Hacia el centro, el panorama es más complejo: en la baraja de la Coalición de la Esperanza, el Partido Verde, y los nuevos partidos Dignidad y Nuevo Liberalismo, hay pesos pesados que hoy están diluidos en las encuestas. La presencia de Sergio Fajardo, Jorge Enrique Robledo, Juan Manuel Galán y el posible aterrizaje de Alejandro Gaviria plantea un reto para acompasar una propuesta que crezca y convenza.
La derecha, por su parte, que siempre había sido disciplinada en cerrar filas al Congreso y Presidencia, tiene por primera vez, a nivel político, un escollo que no puede ocultar. Se trata de una división interna a raíz de tres grandes problemas: primero, ¿cómo evadir el antiuribismo?; segundo, ¿cómo direccionar la impopularidad de Duque en un solo candidato?; y, tercero, la ausencia de una figura que genere consenso entre tantos intereses y corruptos.
Si bien en 2018 los candidatos de derecha no figuraban 6 meses antes de las elecciones (como en el caso de Duque) y, sin embargo, ganaron, la realidad para el 2022 es muy diferente. En esta oportunidad, el antiuribismo ha crecido exponencialmente. Sus procesos judiciales hoy son una piedra en el zapato que incomoda a cualquier candidato.
Las encuestas muestran a María Fernanda Cabal, a Federico Gutiérrez y a Óscar Iván Zuluaga, quienes en total suman entre el 9% y el 11% de intención de voto. Esto sin contar que se trata del reducido margen de apenas 3 de cada 10 personas colombianas que ha decidido por quién votar.
Cabal y Zuluaga, independientemente de quién gane para asumir la candidatura del Centro Democrático, serán la ofrenda para la derecha recalcitrante. Es evidente que los eventos y campañas de ambos se han diseñado para acoger a los uribistas pura sangre, a quienes sin reparo evaden cualquier verdad judicial de Uribe o cualquier escándalo de corrupción dentro del Gobierno del presidente Iván Duque. Son los esbirros más leales, que podrían poner entre millón o millón y medio de votos. Los mismos votos que están proyectados hoy para su partido en la lista al Congreso, el cual amainará su bancada en ocho o nueve senadores.
Federico Gutiérrez, en cambio, es el caballo de troya de la derecha. Aunque viene subiendo muy lento en las encuestas, el cuestionado exalcalde de Medellín está haciendo campaña como independiente para soltar las riendas uribistas y el lastre de Duque. Esto le permite crecer en otros escenarios, incluso aprovechando figuras como las de los exalcaldes y exgobernadores de clanes corruptos y partidos tradicionales que lo acompañan subrepticiamente (Te podría interesar: «Peñalosa, Fico y Char: La coalición Caballo de Troya«).
Entre los apoyos de Gutiérrez se encuentra el ‘Clan Char’, que retiró recientemente de la competencia a Alejandro Char, el exalcalde de Barranquilla que no despegó en las encuestas, pero que es amo y señor en el Atlántico, donde cuenta con una bancada de 13 congresistas y una sólida estructura electoral.
También lo acompaña el exalcalde de Bogotá Enrique Peñalosa, que pasa raspando en la intención de voto con el 1% y que terminará anexionándose. Finalmente, hay otros apoyos por definir como el de Dilian Francisca Toro, quien se encuentra ante una fuerte presión por parte de Uribe para no lanzarse.
Uribe, al final, sacrificará a su candidato o candidata del Centro Democrático a cambio de acompañar a Gutiérrez con toda la maquinaria. Sin embargo, en esta estrategia hay dos factores que rompen el molde histórico que ha permitido la dictadura electoral de los clanes, los corruptos y los partidos tradicionales de derecha para ganar con mayorías.
Por un lado, se encuentra el factor del voto cristiano, que esta vez ha renunciado a ser el plato de segunda mesa de la derecha. Su apuesta creciente les ha permitido llevar al Congreso, mediante los partidos Mira y Colombia Justa Libre, varios senadores y representantes con una votación importante. Según los cálculos de los cristianos, en esta oportunidad esperan buscar los 2 millones de votos para una bancada en Congreso, así como un candidato presidencial propio en primera vuelta.
La candidatura propia de los cristianos puede que no despegue en las encuestas, pero no es para nada despreciable el hecho de que sus votantes son disciplinados, y que ir solos en primera vuelta les puede dar la posibilidad de negociar con votos y a un precio diferente con los candidatos que pasen a segunda vuelta, específicamente con el candidato o la candidata de derecha.
Por otro lado, se encuentra el factor de las maniobras del partido Conservador y la decadencia de los partidos Cambio Radical y la U. Los conservadores han decidido lanzar como candidato a David Barguil, quien ha sido ungido por el presidente Duque, Marta Lucía Ramírez y la jefa de gabinete presidencial, María Paula Correa.
A pesar de que Barguil es una figura joven, proviene del seno del clan de la senadora Nora García Burgos y su hijo Marcos Daniel Pineda, quienes se han apoderado del departamento de Córdoba y tienen varias investigaciones por temas de corrupción. Adicionalmente, Barguil cuenta con una estructura burocrática que le ha dado Duque en el Ministerio de Ambiente y en la Defensoría del Pueblo. Lo cual pone plata, pero no votos.
Finalmente, la U y Cambio Radical hoy son el ocaso de las vitrinas electorales que pusieron presidente en 2010 y 2014, con las bancadas más amplias y la representación más grande en alcaldías y gobernaciones, después del Partido Liberal, en la última década. La desgracia de estos partidos llegó con los escándalos del ‘Cartel de la Toga’ y de Odebrecht: desde ahí se han ido revelando diversas investigaciones, sentencias y procesos judiciales que les han dejado sin gran parte de sus otrora barones electorales.
La salida de otros miembros y la apuesta acéfala sin candidatos presidenciales ponen en riesgo, incluso, que estos dos partidos no pasen el umbral y pierdan la personería jurídica. Una reducción de 2 millones de votos que han migrado como buitres al Centro Democrático, a movimientos independientes e incluso al petrismo.
El posuribismo es un hecho y la derecha, cada vez más fracturada, no encuentra el camino para recomponer sus apuestas electorales. El país va a cambiar, incluidos ellos y su forma de hacer política.