Hasta este momento el SARS-CoV-2 (Covid-19) se ha exhibido ante el mundo con una corona intangible que muchos han tratado de destronar; un virus que ha cobrado muchas vidas, ha desestabilizado el orden mundial, pero a la vez ha jugado a favor de la oxigenación del planeta y ha puesto en vilo las formas en cómo los seres humanos estamos habitando el mundo, invitándonos a repensar nuestra existencia en favor de relaciones reconciliadas entre nosotros mismos y con nuestro ambiente. Luego que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró abiertamente al Covid-19 como una pandemia mundial que merece ser atendida con urgencia y severidad para evitar más contagios y muertes, los líderes de diferentes países empezaron a actuar en concordancia a las medidas asignadas por la OMS, develando que, en la mayoría de los casos, no se demostraron actos de premura y empatía con la ciudadanía y sus dinámicas de vida; quedaron desnudadas estrategias capitalistas que buscaban mantener el estatus quo del modelo económico, al igual que las disfuncionalidades en los sistemas de salud que han sido rezagados en las políticas públicas que respaldan los gobiernos, y por ende, no cuentan con la capacidad de atención para la multiplicidad de casos en aumento.
Es infalible y desconsolador ver la intransigencia de los gobiernos en el panorama mundial, que ha llevado por ejemplo a Italia, a ser el país con el mayor número de decesos en Europa, a España con la cifra superior de contagiados y con tendencias al alza, seguido de Reino Unido, Alemania y Francia. En el viejo continente protagonizaron las campañas sin sentido humanitario, como la de “Milán no se detiene”, que fue implementada hasta últimas instancias por el alcalde de la ciudad, avasallando las vidas de la ciudadanía con la intención de evitar pérdidas económicas ocasionadas por una posible cuarentena. La potencia mundial Estados Unidos entró en “declive” democrático al quedar en medio de ideologías que han fagocitado contradicciones entre los gobernantes federales y Donald Trump, un dirigente totalitarista que ha ceñido sus políticas en predicciones absurdas, en promover bestialmente la xenofobia desprotegiendo a los inmigrantes e intentando reabrir la economía sin importar las recomendaciones de los epidemiólogos y que al día de hoy EEUU encabeza la lista de las muertes registradas en el mundo por coronavirus.
En el escenario de los países latinoamericanos se subestimó la capacidad de inmigración del Covid-19 y precozmente el virus llegó por medio de la élite a lugares que no tenían ningún tipo de precauciones sanitarias y sociales para que los más vulnerables contaran con la protección pertinente. Fue triste ver las incontables muertes que figuraron en Guayaquil, Ecuador; las desatenciones e imprevisiones de México y la cifra más alta de decesos en América Latina con la tiranía de Bolsonaro en Brasil, para mencionar algunos casos. Debo reconocer que el panorama en Colombia no es muy alentador. Desde el gobierno nacional se establecieron unas acciones tardías para prevenir y/o mitigar los daños ocasionados por el brote del Covid-19, ejemplo concreto es el cierre de los vuelos internacionales en el aeropuerto El Dorado, el declarar estado de emergencia sanitaria y favorecer a las medidas autónomas de las regiones del país, que en ultimas fueron más sólidas.
En Colombia desde la comodidad se habla de la falta de cultura ciudadana y de la necesidad de robustecer el sentido colectivo de protección, olvidando que, hay un alto índice de pobreza e inequidad, que existen muchos sectores sociales desprotegidos ya sea en razón de necesidades básicas insatisfechas como el acceso al sistema de salud, y un alto porcentaje de familias que se sustentan con actividades económicas diarias. Consecuentemente la situación se ha recrudecido, vemos a un gobierno que sigue soslayando las urgencias que tiene la población, ya que no cuenta con oferta suficiente para la demanda de las necesidades que exige el país.
Es abominable reafirmar los patrones de conducta que identifican a los gobernantes de Colombia, quienes, sin vergüenza alguna, en medio del estado de emergencia, siguen reproduciendo prácticas viciadas de corrupción y clientelismo. También han incrementado las denuncias de violencia intrafamiliar en medio de la cuarentena, se han registrado casos de feminicidios dentro de los hogares y siguen sumando las muertes de líderes sociales que persisten en la lucha por sus territorios y los recursos naturales desde el distanciamiento social.
En estos momentos aciagos e impensables es difícil hacer una radiografía del mundo, tal como lo mencionan Pomeraniec y San Martin (2016) en su libro “¿Dónde queda el primer mundo?”, quienes piensan que interpretar la situación global es una tarea compleja, debido a que esta cambia y se reubica vertiginosamente. No se puede afirmar que la pandemia como coyuntura actual fue determinante para estallar la crisis económica y social a nivel mundial, es más loable deducir que aceleró la fase declinatoria del capitalismo que venía gestándose desde hace tiempo, desenmascarando de manera progresiva al modelo económico exagerado que se ha fortalecido, (1) con la explotación salvaje de los recursos naturales como es el caso de la apuesta que hace Colombia a la minería en vez del campo; (2) con un mercado financiero arrasador que le da liquidez económica a los bancos y a un porcentaje mínimo de la población; (3) con el envilecimiento de la democracia, el racismo, la xenofobia, el multiculturalismo esencialista y excluyente; (4) con la explotación sin protección social y económica de los trabajadores; (5) con las invasiones en los países menos desarrollados, como es el caso de la inversión China en otros continentes, las guerras devastadoras como las que tienen desangrado a Oriente Próximo financiadas por EEUU; y (6) la inequidad y desigualdad desproporcional, que según la socióloga holandesa Saskia Sassen, “desigualdad es un concepto que ya no alcanza”. La misma Sassen asegura que el capitalismo “se ha encargado de desmembrar sociedades y culturas, tanto como sus territorios y Estados-naciones”.
Creo que es tiempo de pensar alternativas económicas, sociales y ecológicas divergentes que le brinden al mundo un horizonte alejado de las dinámicas actuales, porque queda claro que a pesar de las diferencias económicas que separan a las potencias mundiales, a las economías emergentes y a los países llamados subdesarrollados, cuando hablamos de derechos humanos y equidad la diferencia es casi nula, llevándome a preguntar, en razón del Buen Vivir: ¿dónde queda el Primer Mundo?