Filosofía del territorio- Por: Eduardo Verano de la Rosa

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¡Se me voló la cabeza! Así me sentí recientemente durante el Congreso Nacional de Filosofía del Derecho y Filosofía Social en la Universidad del Atlántico, espacio al que asistieron los pensadores colombianos más connotados de nuestro tiempo, al que fui honrado para hacer su instalación y en el reafirmé el carácter fundamental que tiene la palabra, la filosofía y la autonomía de los territorios en la toma de sus decisiones.

Fui a este congreso de filósofos a hablar de la palabra como elemento que otorga, en gran medida, sentido a nuestra existencia. A través de ella deliberamos y exponemos  nuestras razones, que no son más que la nobleza, honestidad y solidaridad que todos portamos, por eso, planteé sobre la importancia de la autonomía territorial y su relación con el respeto y la paz.

El territorio, concebido más allá de su sentido geográfico y físico, permite dialogar sobre el escenario en el cual construimos nuestro mundo y compartimos nuestra existencia. Los invité a conversar sobre el vínculo entre espacio, historia y poder; la vida pública, las tradiciones y finalmente de la cultura pluralista que tenemos y que promueve la construcción de una sociedad libre, democrática y sin discriminaciones.

Los invité a conversar sobre el territorio como espacio de poder político y de historia compartida en el marco de la libertad política. Entendiéndose en una doble faceta: como autonomía en el lenguaje de Benjamín Constant, Inmanuel Kant, Norberto Bobbio y otros, y en de la libertad como participación en el gobierno de los asuntos públicos que heredamos de la antigüedad ateniense, la que nos enseñaron Clístenes, Solón, Pericles, también defendida por Sófocles, Eurípides, Esquilo.

Esta última hace referencia a la libertad como autonomía territorial, que es el derecho de la ciudadanía de los entes descentralizados de derecho público para ejercer el gobierno de sus asuntos propios: autogobierno.

Insistí en conversar sobre el derecho a la autonomía territorial que nos fue despojado por el centralismo político mediante la destrucción a la soberanía política de los Estados federales, libertad que es irrenunciable y no prescribe, el derecho a la soberanía está siempre en el espíritu de los pueblos, desconocido por la Carta Constitucional de 1886.

No podemos seguir sometidos a este sistema centralista arcaico que reafirma la desigualdad intrarregional con medidas que se siguen perpetuando con lo económico, caso concreto: la distribución inequitativa que hace el poder central de los Ingresos Corrientes de la Nación (ICN), que producimos todos desde hace años.

El incremento de las transferencias de los ICN hoy solo llega alrededor del 20 % o 22 % a los distritos, municipios y departamentos cuando la visión de la Constitución de 1991 es que la Nación y los territorios manejaran los recursos en casi partes iguales, pero mediante dos reformas constitucionales esto no se ha podido cumplir lo que aporta a que Colombia siga siendo considerado como uno de los países más desiguales del mundo, donde pocos tienen mucho y muchos ganan poco lo que genera problemáticas sociales de difícil solución.

Por motivos como este es que invito a todos los colombianos a que deliberemos acerca de la organización del poder en nuestro territorio para enriquecer la vida en libertad y contribuir a la paz.


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