Florecen los valientes- Por: Claudia Ayola Escallón

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El pasado miércoles la Plaza de la Trinidad volvió a ver a Judith Pinedo; en esta ocasión, celebrando la libertad.

Fue un acto de desagravio soñado y organizado entre compañeros y seguidores de quien ha sido, quizá, la mujer con liderazgo político más importante de la región.

El desagravio era necesario, porque no se puede olvidar que un tribunal envió a personas inocentes a la cárcel injustamente y que, en el caso de Judith, estuvo privada de la libertad por dos años.

Cuando ingresó a la cárcel de mujeres, la ciudad seguía azotada por el Covid19, así que se vio obligada a someterse a las duras políticas sanitarias de aislamiento que no permitían que las internas recibieran visitas de sus familiares.

Si el sistema judicial se convierte en un mecanismo para perseguir adversarios, para silenciar y amedrentar, se pone en peligro a cualquier sociedad moderna y a sus instituciones democráticas. Si eso pasa, se pierden los linderos mínimos que nos sostienen porque la justicia solo debe tener como propósito la garantía de los derechos. En ese sentido también es importante honrar la sentencia de la Corte Suprema de Justicia, que no solo absuelve a Judith sino que le devuelve la credibilidad al sistema judicial y este es un asunto que nos compete a todos, incluso a aquellos que no sientan simpatía hacia ella.

La celebración de la democracia no es revanchista ni es un triunfo que le pertenece a un sector en particular, por eso el acto de desagravio fue en la plaza pública, y por eso estuvieron allí incluso aquellos que apoyan a candidatos a la Alcaldía que en este momento tienen especial expectativa en que se defina si Judith sería aspirante a la contienda electoral.

Uno esperaría que, a ningún ciudadano, servidor público o no, de nuestro gusto o no, amigo o no, se le condene injustamente por un delito que no cometió. Y uno esperaría que todos celebráramos la absolución de una persona inocente, al margen de nuestra afinidad ideológica, nuestros afectos o nuestras diferencias.

Lo que ocurrió con Pinedo fue una persecución política, una conocida estrategia ampliamente estudiada y descrita como una guerra sucia que usa la vía judicial y mediática al servicio de intereses de particulares que se mueven como las ratas, por las alcantarillas, para manipular a la opinión pública.

La finalidad todos la conocemos: intentaron asesinar políticamente a Judith. En la cuenta, claro está, no calcularon que la Mariamulata crecería aún tras las rejas. En cuanto conoció su condena, y consciente de su inocencia, Judith se entregó con gallardía. Mientras intentaron aniquilarla, aún en las condiciones más adversas, esta mujer mostró su temple ante nuestros ojos y conservó su compromiso social. Dentro del centro carcelario se le vio ayudando a crear una ludoteca para los niños y niñas de las internas, apoyándolas en procesos organizativos de generación de ingresos, liderando grupos de estudio para trabajar temas de derechos humanos en los que compartía lecturas y conversaciones sobre historia, cultura e identidad.

Esa conocida estrategia de persecución política que instrumentaliza al sistema judicial y a los medios, los investigadores del tema la han llamado Lawfare, y en el caso de Judith Pinedo se mezcla con las implacables violencias que enfrentan las mujeres en los espacios de participación política. Por esta razón, la Plaza de la Trinidad también estuvo nutrida de mujeres del movimiento social, de lideresas barriales y comunitarias, mujeres víctimas del conflicto armado, empresarias, artistas, mujeres indígenas y un grupo de mujeres que vino a acompañar a Judith desde los Montes de María.

Sin duda, estas formas de violencia política y patriarcal producen miedo, especialmente en las mujeres que son perseguidas con mucha crueldad, pero la mejor manera de enfrentar el miedo es fortaleciéndonos colectivamente, abrazándonos, encontrándonos.

A Cartagena hay que desearle que sea una ciudad con garantías para la participación política, que la gente honrada pueda desempeñar la función pública sin temor a ser perseguida o amenazada, sin temor a ser injustamente mancillada, y que las mujeres tengamos todas las condiciones y acciones afirmativas necesarias para cerrar las brechas que nos han puesto obstáculos, techos y paredes… a veces, incluso, cárceles en sentido literal.

 


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