Freddy Rincón: El “Eusebio” colombiano- Por: Felipe A. Priast

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Hasta la reciente explosión de Luis Díaz, no hay jugador colombiano que me haya gustado más que Freddy Rincón, ni siquiera el “Pibe” Valderrama. Y siempre me gustó porque no parecía un jugador colombiano, lo cual digo como alabanza, créanlo o no. Freddy fue una mezcla entre potencia y técnica pocas veces vista en el fútbol mundial. Para mí, que he visto y leído mucho de fútbol, fue una especie de Eusebio, aquella famosa “Pantera Negra” de Mozambique que lo consiguió casi todo con el Benfica y la selección portuguesa en la década del ‘60 del siglo pasado.

No, no parecía colombiano. Su apariencia y contextura era más la de una guerrero africano, la de un jugador nigeriano, por decir algo.

Recuerdo perfectamente la primera vez que lo vi jugar en vivo. Era estudiante en Bogotá, por allá por 1989, y como buen estudiante costeño -y cartagenero para más señas-, salía todos los fines de semana a joder la vida con la “boluencia” en el bolsillo.

Saliendo de una bebeta de costeños que se extendió varias horas y botellas de más, mi pandilla y yo acabamos enfrascados en un tropel de padre y señor mío con unos “bee gees” bogotanos del barrio “Cedritos”, formándose la pelea más espantosa que ustedes se puedan imaginar. Éramos 4 costeños como contra 15”bee gees”, e irremediablemente tuvimos las de perder.

De esa pelea acabamos “mal heridos” dos de nosotros, pues los otros dos compinches de farra se escaparon en el fragor del combate (uno de ellos fue el vice-ministro Gabriel García Morales, quien luego acabara como paga-pato del escándalo Odebrecht. Desde ese día tendría que haberme dado cuenta que no iba para nada bueno en la vida. ¡Imagínense!, abandonar a los suyos en una pelea. Eso cuando se es pelao es imperdonable).

Para hacer la historia corta, mi amigo “El Mono” y yo fuimos los más perjudicados en esa pelea.

El miércoles siguiente, el “Mono”, quien a pesar de ser cartagenero era hincha del América (en esa época Cartagena no tenía equipo de primera división), me invitó a que fuera con él al Campin a ver un América – Santa Fe para así sacarnos el mal recuerdo de la pelea (más bien masacre) en la que nos habíamos visto envueltos la semana anterior.

Era un juego interesante porque Freddy acababa de ser transferido del Santa Fe al poderoso América, el mejor equipo de Colombia en ese momento y uno de los mejores de América en aquellos años, y todos querían ver cómo jugaba Freddy contra su ex-equipo.

¿Qué cómo jugó?

Freddy era un animal sin domesticar. Se comió la cancha esa noche, y en una de esas, sacó un metrallazo como desde la mitad de la cancha y le rompió la portería al portero del Santa Fe, un cartagenero que se llamaba Agustín Julio. Yo creo que Julio no la vio, pues esa vaina fue un misil intercontinental de ojiva nuclear. ¡Qué bombazo tan hijuep#$&!, yo me quedé de una pieza, pues nunca había visto un gol de esa factura en vivo (fue un metrallazo a lo Nelinho contra Italia en 1978).

Ocho meses después, en el “Peppino” Meazza de Milán, el gran Freddy que yo había visto en el Campín le colaba el balón entre las piernas a Bodo Ilgner en el último minuto de juego y nos daba a los colombianos la alegría deportiva más grande que hayamos experimentado en nuestras vidas.

Valga decir que, ya para el mundial de Italia, había regresado a Cartagena después de aquel fatídico año en Bogotá, una ciudad que detesto casi que instintivamente, y como andaba de vacaciones, me puse a trabajar en la fábrica de mi viejo en Cartagena.

Recuerdo ese partido con Alemania como si fuera ayer. Estábamos todos viendo el juego en la oficina del gerente de la fábrica, Ferney, y faltando 3 minutos para acabarse el juego, Libattaski nos mete un gol de viveza europea en donde siempre pensé que Higuita hubiera podido hacer más.

Ya todos dábamos el partido por perdido y estábamos re-tomando nuestras labores en la fábrica, cuando, de pronto, Leonel le roba la pelota a Voeller. El tipo arrancó con cierta enjundia, y sin saber por qué, pues ya estábamos en tiempo de descuento, todos volvimos a poner los ojos en el televisor.

Leonel llega a media cancha a los tropezones, la toca con el “Bendito”, y el “Bendito” se la devuelve. Leonel se la da al “Pibe”, el “Pibe” toca con Freddy, quien se la da de nuevo al “Pibe”. El “Pibe avanza un poco con 5 jugadores alemanes en frente de él que no saben que el “Pibe” tiene ojos en la nuca, y con esos ojos de la nuca el “Pibe” ve a Freddy correr por la banda derecha como loco, solo, y le filtra un pase “guardiolesco” a Freddy, uno de esos pases mortales que el Barça de Guardiola pondría de moda casi 20 años después ejecutados por Xavi, Messi y compañía. La bola le llega justo a la “Pantera Negra de Buenaventura”, quien define como los dioses, como si hubiera jugado 5 mundiales y hubiera ganado una Copa del Mundo caminando: suave y por entre las piernas del portero germano.

Yo todavía estoy gritando y llorando ese gol, lo confieso. Cada vez que alguien lo sube por aquí, vuelvo a emocionarme y vuelvo a llorar como aquella vez en Junio del ‘90. Yo y toda la oficina que estaba ese día viendo ese partido. Yo y Ferney; yo y las secretarías; yo y el mensajero; todos brincando como si tuviéramos 5 años y estuviéramos en pre-escolar. Todos llorando de la emoción como niños. Cuando Colombia no era nada, tan sólo bombas, drogas y Pablo Escobar, este guerrero Masái de Buenaventura nos hizo visibles, nos hizo mundiales.

Nunca olvidaré el empute de Beckenbauer después de ese gol. Nunca, ni antes ni después, lo vi tan salido de la ropa. El gran “Káiser” del fútbol alemán se descompuso por completo y putió a todo su equipo por haber permitido ese gol. Y algunos alemanes en las tribunas -esto me lo contó después un amigo cartagenero que estuvo esa tarde en el Giuseppe Meazza- se enloquecieron de la rabia. Tatuados en la cabeza con expresiones neo-nazis como “Deutsche Kinder”, no podían entender que esos “negritos” del trópico les hubieran empatado. Después fueron campeones, pero ese día un gigante africano les dañó el día, y yo creo que nunca se les olvidó. Ciertamente, a Beckenbauer nunca se le olvidó ese gol.

Después vendrían las dos pepas en el 0-5 en el Monumental de River, su traspaso al Real Madrid de Valdano, su triunfo en Brasil, en donde fue siempre uno de los mejores jugadores de esa liga y en donde yo creo que encontró su mejor nivel. De hecho, un scout del Madrid fue a ver jugadores a Brasil para contratar para el club de Concha Espina, y dijo que el mejor que vio fue Rincón, al que ellos habían echado un año atrás, lo que debió producir un sinsabor raro en las toldas blancas. Al día de hoy nadie sabe por qué Freddy no triunfo en el Madrid, pues lo tenía todo para triunfar.

Freddy Rincón es parte integral de la historia reciente de Colombia.

Lo más difícil que existe en cualquier profesión es inspirar respeto y construir una historia por donde los demás puedan luego meterse. Rincón fue uno de esos titanes que forjaron la reputación del fútbol colombiano.

A cualquier estadio que llegará, en cualquier gramado que pisarán, esa generación de guerreros metía miedo. Los rivales veían a Freddy, al “Pibe”, a Leonel, al Tino, y se les subían las chacaras a la garganta. Ha sido la única camada colombiana que ha llegado como favorita para ganar un mundial, y eso lo dice todo.

El que se mudó al otro barrio ayer no fue un cualquiera. Fue un guerrero senegalés de lengua Yoruba, hecho de la misma piedra con la que están hechas las pirámides de Giza, un lancero Masái esculpido de la misma roca con la que se hizo Stonehenge. James Rodriguez es un recogebola comparado con este titán, un aguatero del campeonato del Olaya.

Quédese tranquilo al subir al cielo, Monstruo, que allá arriba lo espera su padre futbolístico, el gran Eusebio…

Descanse en paz, campeón, y gracias por la alegría deportiva más grande de mi vida…


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