HISTORIA UNIVERSAL DE LA MENTIRA- Por: Felipe A. Priast:

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 Hoy, cuando se puesto tan de moda mentir por los medios para joder a Petro, creo que es un buen momento para compartir con ustedes una importante pieza de sabiduría, porque esta historia que les voy a contar es sabiduría pura. El que quiera ser sabio, que lea; el que quiera seguir siendo un idiota, puede obviar este texto.

Los animales no dicen mentiras. Todo en los animales es honestidad, y es así porque los animales se comunican por vía mental, y cuando tú te comunicas por vía mental, es imposible decir mentiras.
La gente cree que somos superiores a los animales porque nosotros hablamos y los animales no hablan, pero en realidad es al revés. Los animales son superiores a nosotros porque ellos no necesitan hablar, con la comunicación por vía mental es suficiente.
Sin decir una sola palabra, las hormigas construyen sus castillos bajo tierra, los animales migran de un lado a otro dependiendo de las estaciones, y las aves trazan complicados planes de vuelo. Elefantes que nunca han hablado caminan cientos de kilómetros para ir a morir a sitios en los que nunca han estado (cementerios de elefantes) y animales de todo tipo cumplen complicadas actividades sociales en grupo.
A veces vamos a un zoológico, o vemos un documental en televisión en donde unos chimpancés corretean o “expulsan” a uno de los suyos del grupo, y nadie sabe por qué esto sucede. Es porque el animal en cuestión ha tenido un pensamiento “maligno” que atenta contra el bienestar del resto del grupo, y el resto lo capta y lo “sanciona”.

El hombre también se comunicaba hace 100 mil años por vía mental. Esa era la “lengua única” de la que habla la Biblia, que de acuerdo a este libro sagrado, se perdió durante la construcción de la famosa “Torre de Babel”.
Las historia de la Biblia han sido malinterpretadas, porque estas historia fueron escritas inicialmente en tablas de arcilla usando un lenguaje de símbolos, como lo hacían los antiguos sumerios o egipcios. A través de los siglos, la interpretación correcta de esos símbolos se empezó a perder, y para cuando finalmente esos símbolos pasaron de la arcilla al papiro, ya la historia original se había distorsionado lo suficiente y la gente ya no supo interpretar la historia como era. Así, la historia de la Torre de Babel nos dice que el hombre hablaba en la antigüedad una “lengua única” común para todos los hombres, pero que, gracias a nuestros pecados, Dios nos castigó y nos puso a hablar lenguas distintas para incomunicarnos.
La solución de los antiguos cuando no podían interpretar algo de las tablas de arcilla siempre era meter a Dios (o Dioses) en la explicación, por eso es que las historias de la Biblia no tienen mucho sentido, a pesar de que son ciertas.

En realidad, lo que sucedió es que el hombre perdió su facultad para la comunicación por vía mental, que era la “lengua común” de todos los hombres de la que habla la Biblia, y tuvo que domesticar un músculo diseñado para tragar, la lengua, para ejecutar una función para la cual no está diseñada, que es hablar. Por eso a los niños les toma como 2 años aprender a hablar. Es porque la lengua no está diseñada para hablar, y al bebé le toma dos años educar ese órgano diseñado para tragar, hasta que aprende a articular palabras. Lo mismo nos sucede a los adultos cuando intentamos aprender otro idioma para el cual nuestra lengua no ha sido entrenada. Nos cuesta, hasta que por fin aprendemos a hacer ruidos en esa nueva lengua. Cualquiera que haya intentado aprender inglés, francés o alemán, o cualquier otra lengua, sabe de lo que estoy hablando.

Al perder esa facultad para comunicarse por vía mental, el hombre tuvo que educar la lengua para comunicarse, pero la lengua es una forma de comunicación artificial en donde es imposible saber si lo que dice el otro es cierto o no. Con la comunicación por vía mental nosotros éramos capaces -como los monos- de detectar inmediatamente si los otros miembros de nuestra horda estaban pensando algo bueno o si estaban teniendo un pensamiento “disociativo” que atentaba contra el bienestar del grupo, pero, ahora, con la lengua, esa facultad se perdió.
Hay gente que domina tan bien la lengua, que a pesar de “pensar” mentiras y de tener pensamientos disociativos como matar, robar o violar, dice cosas completamente distintas a las que piensa, y como ya nosotros no tenemos la facultad para determinar la veracidad de lo que piensa el otro, tenemos que conformarnos con lo que otros dicen, e intentar leer entre las palabras expresadas si esas palabras son ciertas, o si el otro está teniendo pensamientos distintos a los que dice tener cuando habla.
En otras palabras, la pérdida de la facultad de comunicación por vía mental es lo que ha dado origen a la mentira.

Sin embargo, todavía hay mucha gente con remanentes de esa facultad para la lectura de los pensamientos de los otros, y ahí es cuando oímos a una madre o a una esposa decir “yo a mi hijo le leo la mente”, o “yo a mi esposo, con verlo a la cara, ya se lo que está pensando”, y es cierto. A veces no hace falta que alguien diga nada para que nosotros sepamos lo que esa persona está pensando, pues aún quedan remanentes de esa vieja comunicación por vía mental.
No obstante, cuando alguien miente, su cuerpo se altera ligeramente. Sus pulsaciones cambian, suda, se tensiona, etc. Esa es la base sobre la que funcionan los detectores de mentiras. Estos aparatos son capaces de detectar los cambios físicos en una persona cuando está miente.

Todos decimos mentiras, incluso para las cosas más triviales. Exageramos nuestras historias, decimos que hemos tenido más éxito con el otro sexo que el que en realidad tenemos; decimos que ganamos más de lo que ganamos, o inventamos hazañas que nunca hemos conseguido. Sin embargo, hay un ejercicio bastante interesante. Si durante un periodo de 3 meses al menos nos proponemos no decir una sola mentira, incluso para las cosas más sencillas, nuestra mente se va a liberar de esa calamidad que son las mentiras y no volvemos a mentir, y es algo comprobado. Tres meses sin decir una sola mentira, y no volvemos a mentir. Nuestro cuerpo se sentirá muy bien en este nuevo estado de “honestidad” y ya verán ustedes que no volveremos a mentir.

Mentimos por muchas razones: porque no hemos conseguido nuestras metas profesionales y queremos aparentar que si las hemos conseguido, porque no tenemos éxito con el sexo opuesto y queremos aparentar que si lo tenemos; mentimos porque queremos sacar ventaja del otro; porque nos gusta estafar a los otros; porque queremos seducir mujeres con falsas historias que nunca vamos a cumplir, etc. Y mentimos también cuando nuestras convicciones políticas se ven amenazadas por las convicciones opuestas de otra gente.
No obstante, es necesario decir que, la mayoría del tiempo, los hombres dicen más o menos la verdad. Yo diría que nuestro porcentaje de verdad vs. mentiras es de 70-30. Decimos la verdad como el 70% de las veces, y mentimos alrededor del 30%. Alguna gente es más honesta, y otra es más mentirosa, eso varía, pero la media yo diría que está por ahí.

Pero lo que está pasando en nuestro tiempo de “post-verdad” es profundamente alarmante. Esos porcentajes de 70-30 entre verdades y mentiras se están invirtiendo, y el hombre se ha vuelto un mentiroso patológico y enfermizo.
Con el fin de sacar adelante cualquiera de nuestros intereses, estamos dispuestos a decir lo que sea, sobre el que sea, todo el tiempo, para ganar. La ambición de victoria es tal que ahora algunos medios de “comunicación” mienten el 70% de las veces, entregándonos un magro 30% de verdad. Es el parto del “Homo Mendacium”, el Hombre Mentiroso, un nuevo eslabón en nuestra ya larga cadena evolutiva que no nos va a llevar a nada bueno. Es imposible conducir una sociedad civilizada en donde existen individuos y medios que mienten todo el tiempo y nunca dicen verdades. Esa condición, necesariamente, nos va a llevar a la desconfianza total, y de la desconfianza total vamos a pasar a la anarquía. Para que una sociedad más o menos funcione, una gran parte de la población tiene que comunicarse con verdades la mayor parte del tiempo. Por eso, lo que estamos viendo ahora con medios como Semana y Caracol es tan desconcertante y grotesco. Dos medios de comunicación de los más grandes, han decidido sólo decir mentiras, cuando su función principal es “radiar verdades”. Un medio de comunicación, por definición, es un instrumento para radiar verdades a todo un pueblo. Pero no. Estos medios han decidido “radiar mentiras” a escala industrial, convirtiéndonos en una degenerada SOCIEDAD DE LA MENTIRA.

Antes, cuando mentíamos, nuestro cuerpo se alteraba y no se sentía bien al decir un embuste.
Eso se acabó. La mentira ahora como instrumento legalizado que ya no nos altera físicamente en lo más mínimo. Cualquier Vicky Dávila o cualquier Jose Alfredo Vargas dice cualquier embuste sin siquiera pestañear. Su función es, literalmente, bombardear a la sociedad con mentiras para hacernos convencer que, las mentiras, son la nueva verdad.

El problema con esta estrategia, claro, es que todos aún poseemos remanentes de aquella facultad para la comunicación por vía de pensamientos y nos damos cuenta de que lo que las Vicky Davilas de este mundo y los Caracol de este mundo, y los Barbosa de este mundo, y los Uribe de este mundo están diciendo son mentiras. Lo que estos medios y personajes dicen no cuadra con lo que piensan. Todos podemos leer las malas intenciones de Vicky Dávila, todos podemos leer las malas intenciones y las mentiras de Caracol.
Para que esas mentiras triunfen, sería necesario que Vicky Dávila nos diera un trancazo en el cerebro que nos impidiera seguir leyendo pensamientos con la mente, y eso es imposible.

La mentira nunca va a triunfar mientras el hombre aún posea esos remanentes para la comunicación por vía mental.
El único triunfo de radiar mentiras masivamente es reforzar el deseo de mentir de los que oyen esas mentiras. Si nosotros oímos que todo el mundo miente, pues nosotros también mentimos, así sepamos que los otros van a saber que mentimos. Todos mentimos, y todos sabemos que los otros mienten. Ese es el estado del mundo hoy en día.

Pero como oí alguna vez en una serie de televisión muy buena (“Chernobyl”), “cada vez que decimos una mentira incurrimos en una deuda con la verdad. Tarde o temprano, esa deuda se paga”.

La cuenta de cobro que le espera a medios como Semana y Caracol es impagable, y cuando llegué, va a acabar con esos dos medios.

Esa es la única gran verdad de este juego de mentiras…


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