De la tarjeta de turismo se puede decir que tenía por destino, el hacerse un escaño de dificultad para que los foráneos limitaran su permanencia en el archipiélago. Tiene por función según reza en la página oficial del gobierno local: “Adquirir el derecho de entrar en el Departamento Archipiélago en calidad de turista”.
Junto con la oficina completa se supone, se constituirá en una entidad para controlar la sobrepoblación derivada de la migración masiva e irregular. El dinero recaudado por esta tarjeta tendría como destinación la “infraestructura turística”.
Y hasta aquí la mayor parte de la información que tenemos los ciudadanos de a pie sobre el tema. El resto, son básicamente especulaciones. Y digo especulaciones porque, en una isla que vive principalmente del turismo, nadie sabe con seguridad cuales son, las que se pueden considerar infraestructura propia de este rubro… Porque podrían ser los andenes, o el alcantarillado, los lugares históricos (¿cuáles?), el desarrollo de la cultura, o, por ejemplo, a un año de la pandemia que bajó la ocupación hotelera a cero, el mismísimo sistema de salud.
Sabemos una cosa más, que a la isla llegan poco más de un millón de turistas anuales y, con un cálculo matemático mínimo estamos hablando de 139 Mil millones de pesos. ¿Es así? O ¿estamos poniéndole más ceros al asunto? Por qué si es así, al cambio actual es algo más de 29 millones de dólares al año… un millón de dólares por kilómetro cuadrado… cada año.
Supongamos ahora que no lo repartimos en cantidades iguales a cada kilómetro, supongamos que lo ubicamos en un específico y muy claro destino, una infraestructura que grita turismo por sí sola: el aeropuerto, pero este, ¿se ve como uno de treinta millones de dólares?
Cuando se viaja y preguntan sobre el tema, los isleños empezamos una defensa encarnizada sobre la inmediata necesidad de mitigar los efectos sociales, ecológicos, económicos y urbanísticos del tristemente célebre récord de sobrepoblación en el caribe, pero se acaban los argumentos, cuando se nos increpa sobre el estado general de la isla. Aun así, con la mirada baja y elusiva, nos aventuramos a criticar el “tipo” de turista que nos visita: sus excesos, las infracciones y las prácticas ambientalmente dolorosas que algunos incluyen en el pasaje, sabiendo como sabemos que estas parecen corresponder perfectamente con la isla que ofertamos, y aun peor con la calidad de vida decadente a la que nos estamos acostumbrando.
Este artículo no tiene una sola respuesta, En las islas hace mucho tiempo que ese fruto no se da. En cambio, llama la atención sobre el hecho de que estamos a un pequeño paso de normalizar las arcas vacías, la desidia y la desesperanza… y cuando eso pase, cuando el último paso al abismo se complete, ese millón de turistas que alimentaban a la gallina de los huevos de oro, habrá encontrado otro destino.