Loco, se murió la “Gorda” Fabiola y su deceso me ha hecho meditar sobre el humor en Colombia y tengo que confesar que yo no lo entiendo. Es decir, es claro que lo entiendo, porque nací y crecí allá, pero no lo puedo descomponer lógicamente para asimilarlo inteligentemente.
La gente que me conoce y me lee regularmente creo que entiende que tengo sentido del humor, y de hecho, casi todas mis notas tienen algo de humor incluido, pero el humor mío, ya bien por mi experiencia de vida en otro país, ya bien por mis lecturas de todo tipo, no se parece al humor colombiano, un humor más “elemental” y “reductivo”.
Empecemos por la fallecida, una mujer que hizo su vida con base a su apariencia física desmedida. Hay humoristas gordos en todas partes pero decirle explícitamente “gorda” a una persona no es tolerable en casi ninguna parte.
Y luego todo el humor de ella giraba alrededor de su condición de ser gorda. Eso mentalmente tuvo que ser traumático para ella, y no sorprende que esa pobre mujer, “martillada” día y noche con el remoquete de “gorda”, buscara en algún momento perder peso y hacerse una operación para dejar de serlo. Nadie quiere ser gordo, ni que le digan gordo, ni siquiera los humoristas que viven de su gordura.
Creo que su vida, más allá de su popularidad en el país, debió ser una vida dura en donde calladamente debió aceptar la crueldad que sobre ella caía a diario por cuenta de su condición física.
Es decir, el humor colombiano posee algo de crueldad y sadismo, y tal vez no es ni “algo” sino más bien “mucho”.
Otros compañeros suyos en el elenco de “Sábados Felices” eran “el Mocho” Sánchez, “el Flaco” Agudelo, un tipo al que le decían “Mandibulita” en honor a uno de los personajes más feos del cine (“Mandibula” o “Jaws”, uno de los enemigos de James Bond), y otro al que le decían “el Topolino” Zuluaga, que era una forma disimulada de decirle “enano”. Es decir, el humor colombiano es un humor “circense”, de “freaks”, de gente con desventajas físicas evidentes, y eso tiene algo de patético. Es un humor de gente con desventajas físicas que es añadida a un elenco televisivo como quien añade una mujer barbuda, o un enano, a una tropa circense. Si tú naces en Colombia con una desventaja física que resalte, tu destino era “Sábados Felices”. No es humor inteligente de expresiones inteligentes, o de situaciones extrañas y divertidas, sino un humor de burla hacia el prójimo. El humorista no te hace reír, sino que permite que tú te burles de él o ella. Es una licencia para que todo el mundo le diga “gorda”, o “mocho”, o “enano”, o “flaco”, o “feo”.
Yo no puedo creer, o aceptar, que ese humor no sea destructivo o incluso aplastante para el que lo recibe. ¿Por qué nadie le podía decir “Fabiola Posada” a esa vieja? Por qué tenía que ser “la gorda”? ¿No es algo obvio que la persona era una persona con sobrepeso? ¿Por qué remarcar y resaltar esa condición? ¿Acaso alguien cree o piensa que ella no sabía que era gorda?
Es decir, ¿no podían los colombianos, al acabar de ver Sábados Felices, referirse an ella como “Fabiola”? ¿Entiende la gente que ella era una actriz que desempeñaba un papel ficticio y que era una persona con sentimientos?
Y este perfil humorístico del colombiano en donde se “aplasta” al comediante no se limita a la condición física, sino que también tiene un poderoso componente social y de clases.
Leyendo las noticias de la muerte de la “Gorda Fabiola” descubrí los apodos de los que eran sus amigos en la industria del humor en Colombia. “Piter Albeiro”, un humorista que arranca su humor con un sobrenombre que indica una burla a la gente con nombres inventados o de origen extranjero, que son millones en Colombia (solo hay que ver los nombres de los miembros de la Selección Colombia de Fútbol). ¿Por qué es divertido burlarse del nombre extranjerizado de alguien? Eso es clasismo y humor en donde una capa alta se burla explícitamente de una capa baja al burlarse de sus nombres, pero en Colombia nadie parece darse cuenta.
Y luego están “Boyacoman”, “Don Jediondo”, el “pastuso no se que”, el “corroncho”, “el negrito Palomino”, etc., todos apodos con un potente contenido social y racista. La pareja de la “Gorda Fabiola” era un man al que le decían “Polilla”, una expresión que en mi juventud en Barranquilla quería decir “gay”. Es decir, todo aquello que no sea blanco, de clase alta, heterosexual y rico, es “humor” en Colombia.
Ese humor basado en raza, clase social y desventajas físicas es lo que lleva a que un imbécil como Daniel Samper Ospina sea tan popular en Colombia. De alguna manera, él es una especie de “arquitecto” delegado de todo ese humor, un humor claramente definido por la clase más alta del país. El humor de Samper Ospina, ese en donde todas las semanas le pega a Petro porque es morenito y de clase media, viene de esa cultura reductiva, clasista y racista de la clase alta colombiana, quien es la que ha determinado qué es humor y qué no lo es en Colombia. Son cretinos como Samper Ospina los que definen los qué es el humor en Colombia, y quizá por eso a mí el humor televisivo colombiano me parece tan flojo.
A mi el humor que me gusta en Colombia es el humor callejero, que me parece más ingenioso y menos clasista. El humor de las vainas que gritan en el estadio de Barranquilla, por ejemplo, o que tú oyes en una vacilada en la playa en Cartagena, o en un paseo en la sabana en Bogotá.
El humor más rico en Colombia está en las clases bajas, en los pueblos, en la calles mas peligrosas del país. Yo de pelao era amigo de un rebuscador en Cartagena que era un vendedor de manillas que doblaba como jibaro y ratero ocasional (aunque a mí nunca me robó, pero supe que estuvo preso por hurto agravado). Yo cada vez que me encontraba a ese man en la playa, le pedía que se sentara y le invitaba una cerveza o algo de comer, y me ponía a hablar con él. Loco, yo no paraba de reírme con sus historias, con sus situaciones de vida, con los cuentos de sus arrestos por esto y esto otro. Y el humor de ese man radicaba en cómo contaba la historia, y las expresiones que usaba. “Loco, el otro día me encampané con un par de guachimanes del centro que me tiraron un dato de un cruce en Torices, y pa’ allá nos fuimos a meter mano pero llegaron los tombos y nos fuimos de raqueteada. Duré una semana guardado, qué engorile!”.
O el vale de la playa que cuando le pedía una cerveza fría me contestaba: “¡Enseguida una fría bien helada sacada del fondo del mar para mí vale el Felo!”. O el cuento de un portero de mi edificio, quien llamaba a un vecino mío que era bien blanco y pálido “poca-playa”; o el mecánico que me arreglaba el carro a veces, quien decía cuando hacía mucho calor que “el “temperamento” está alto, uff!”. El mejor humor en Colombia es el de la “mamadera de gallo” auténtica, no la mamadera de gallo cachaca, que ya creo que es más de trazos reductivos y viene con mala intención.
Si de verdad te quieres reír en Colombia, ve al estadio en Barranquilla, o a la playa en Cartagena, o a un concierto popular en cualquier barrio humilde del país. El humor televisivo, o incluso el del modesto “stand up” colombiano, me parece regular tirando a malo. Yo en Colombia me río con la gente del pueblo y sus ocurrencias, con el vacile callejero, y de ahí es que creo que he extraído mi humor.
La verdad es que mi humor se construyó en sus inicios en la tribuna de “Corea”, en el viejo Romelio Martínez de Barranquilla. La excusa era ir a ver al Junior, pero yo en realidad a lo que iba al Romelio era a reírme con todas las ocurrencia que los camajanes barranquilleros gritaban antes, durante y después del partido.
Con el tiempo y una mayor exposición al humor anglosajón, mis posibilidades de humor se expandieron y hoy en día creo que el humor que más me llena es el humor británico. Yo hay series de humor británico como “Yes, Minister”, o “Keeping up appearances”, o “As Time goes by”, o “Are you being served?” que adoro, que me hacen desencajar de la risa.
Pero yo nunca olvidaré lo mucho que reí yendo al estadio en Barranquilla, o viendo películas en el teatro Capri los sábados por la tarde en Barranquilla, o en el teatro Calamarí en Cartagena. Cualquiera que fuera la película, todas las escenas eran con comentada, y los comentarios de algunos espectadores eran para mearse de la risa.
Una vez en Cartagena, en el viejo Teatro Cartagena, viendo una película llamada “Crimson Tide” (1995) que creo que en español se llama “Marea Roja”, estaba el teatro lleno de morenos porque la película era con Denzel Washington, y siendo Cartagena una ciudad “afro”, Denzel era bastante taquillero allí.
Hay una escena en esa película en donde el personaje de Denzel Washington tiene que quitarle el mando del submarino al personaje de Gene Hackman, un capitán blanco y racista, y loco, un moreno en el teatro se emocionó con los cojones de Denzel Washington en esa escena y se levantó y gritó: “¡Pa’ bajo, viejo cacorro!”, y todo el teatro estalló de la risa.
Ese es mi humor, el humor que más me gusta en Colombia, y para serles completamente sinceros y sin demeritar a la fallecida “Gorda Fabiola”, el humor de Sábados Felices siempre me pareció pobre. En líneas generales, el humor televisivo colombiano me parecía pobre. Me reí con algunos personajes de novelas cuando yo era niño (el “Fercho” Durango en el Gallito Ramírez, por ejemplo), y definitivamente con “Don Chinche” en sus primeras temporadas (mientras fue dirigido por Pepe Sánchez), pero de resto hay poco que resaltar. Nunca he entendido por qué nadie ha sido capaz de llevar ese humor de vacile de la calle colombiana a la televisión con éxito. El que mejor lo hizo fue Jaime Garzón, tal vez, aunque su humor tenía un claro enfoque político.
Francamente, creo que Colombia debe enterrar ese humor de “freaks” de circo que representaba Fabiola Posada, y buscar nuevas fórmulas menos racista y clasistas. El colombiano es supremamente chistoso en la calle, pero aburridoramente huesero en el papel impreso y en la televisión.
¿Alguien en verdad se ríe con las columnas de Daniel Samper Ospina? ¿O con los sketches de Sábados Felices?
“Hacer reír es lo más serio que hay”, decía Groucho Marx, un viejo comediante americano, y tenía toda la razón.
Y no es la “Gorda Fabiola”. Su nombre era Fabiola Posada…