Insurrección de las conciencias ¿Qué hemos aprendido? (P2) Por: Cedric David

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CEDRICEl sentido de la vida y el valor de la seudo-libertad… Esta vez, de forma casi unilateral, la humanidad entendió el significado de sobrevivir, al descubrir que ya no se podía vivir normalmente, con la excepción de unos multimillonarios aislados en sus paraísos de oro.

En efecto, el mito de la libertad cambia, cuando la gente del común siente que no puede vivir como antes, o descubre limitaciones y restricciones que parecen de otra época como la libre escogencia de ir donde quiera, cuando quiera y con quien quiera, sea para comer, bailar, hacer deporte, comprar, gastar.

Cuando generaciones que han crecido en épocas y entornos relativamente pacíficos se enfrentan con la represión policiaca, el irrespeto del derecho básico a la expresión, los decretos autoritarios sin fecha de vencimiento y escuchan palabras guerreristas como los toques de queda, la ley seca, el estado de sitio, el cierre de fronteras, entonces uno se pregunta sobre el sentido de la palabra vivir y el sueño de la libertad.

Esta crisis mostró que ni la riqueza material y financiera, ni los apellidos, ni los estratos diferencian a los humanos ante una enfermedad contagiosa de esta índole. Todos empezamos a entender lo que sienten los que tienen que vivir bajo dictaduras, en la pobreza y la incertidumbre del día a día.

Pero los que están debajo de la escalera social sintieron que, a pesar de esto, ser pobre siempre significa ser el primer condenado cuando quedó demostrado que las primeras víctimas son las personas que viven en situación de exclusión, promiscuidad, hacinamiento, sin el acceso a una infraestructura sanitaria estatal básica.

Posiblemente más de un ciudadano empezó a envidiar la existencia humilde de los campesinos o de los pescadores. Como consecuencia de una revisión de prioridades, una cantidad insospechada de individuos, parejas, familias, están tomando decisiones drásticas para dejar de enfocarse en su confort material buscando acercarse nuevamente a la naturaleza buscando el bienestar bajo el lema del ‘carpe diem’.

Un fenómeno con tendencia exponencial está pasando con las personas que ya no creen el cuento de la vida que el sistema y la sociedad les propone. Es una forma de rebeldía individual que se vuelve colectiva.

RESPUESTAS CREATIVAS

Queda claro que la e-economía hizo un salto gigante, con nuevas prácticas de consumo y entonces de comercialización. Nuevos servicios e ideas aparecieron encontrando soluciones creativas entre proveedores, comerciantes, clientes, colegas, así como salieron a flote bellas iniciativas durante la crisis con solidaridad entre vecinos, dentro de los barrios, servicios a domicilio para gente vulnerable, sea por edad, hándicap físico o por la interdicción de salir. También la necesidad de buenas prácticas para sanar el cuerpo y la mente, hizo que se incrementara la actividad económica alrededor del yoga, la meditación y todo lo relacionado con psicología, sin olvidar la necesaria adaptación y soluciones para las familias con hijos en casa.

Sin duda, un elemento positivo ha sido, después del golpe, la respuesta de la actividad económica del sector privado y público, demostrando su capacidad para adaptarse, diversificarse y reinventarse… Características típicas que siempre se aplican en las poblaciones obligadas y acostumbradas a la lucha permanente para sobrevivir.

El caso de las reuniones virtuales es un claro ejemplo de eso: antes, la relatividad prosperidad económica hizo que nadie se preguntara sobre el exceso de desplazamientos a veces innecesarios, pero con esta crisis, se entendió la productividad de un recurso que si bien existía no estaba tan usado, permitiendo optimizar el tiempo y claramente reducir los costos económicos y ecológicos de los viajes, al no tener que atravesar el planeta para reunirse en físico, cuando no es tan necesario, lo cual sin duda significa una evolución del oficio de organizadores de eventos corporativos y culturales con un cambio hacia por lo menos un modo híbrido entre presencial y virtual, permitiendo el auge de una oferta de servicios de internet cada vez más elaborados y utilizados por el mundo empresarial; desde luego se observa un bajón notable en las ventas de noches de hotel y cupos aéreos corporativos.

Esta tendencia en repensar ciertas actividades como lo ilustran las video-conferencias y manera más general, repensar el trabajo, se mantendrá ¿o volveremos al ‘corre-corre’ y ‘gasta-gasta’ anterior?

EL IMPACTO DE LA MOVILIDAD

De múltiples maneras, se sintieron las medidas tomadas en torno a la movilidad para frenar la contaminación. Recordamos el efecto del distanciamiento en el núcleo cercano cuando se imposibilitaron los encuentros entre abuelos, padres, hijos, novios, esposos, amigos… Como muestra de que incluso una sociedad cada vez más individualista como la nuestra, no aguanta mucho tiempo la separación física con sus seres amados.

Igualmente, en el ámbito de las relaciones profesionales, el impacto sobre la nueva organización del trabajo, con obligada distancia entre colegas o clientes, demuestra cuánto nuestras sociedades están ligadas a la movilidad humana.

Y qué decir del comercio internacional y de la dependencia en la cual no ha metido la globalización de los negocios, con productos y comidas atravesando el mundo para satisfacer necesidades de un consumismo delirante y con la falsedad de una discutible rentabilidad si se tomaran en cuenta otros aspectos como el costo ecológico del transporte o de guardar cada vez más información en una ‘nube’.

Esta movilidad desenfrenada de los productos ha demostrado sus límites cuando la paranoia alcanzó su paroxismo al tener un canal en medio oriente trancado por un solo barco que se fue a la deriva, con las bolsas financieras en pánico y la gente asustada por no poder conseguir productos de aseo personal que mejor ni menciono.

La batalla será larga y no está ganada, pero parece que hay una tendencia para mirar de frente nuestra realidad y volver a equilibrar nuestros consumos siguiendo una regla sensata del “produce local, consume local”, por lo menos pensando en campos como la alimentación, la decoración, la vestimenta o la cultura.

Para los habitantes de megalópolis condenados desde décadas a vivir bajo nubes grises y contaminadas por nuestra actividad industrial desenfrenada, lo más rico del parón industrial y del cerramiento provisional fue la posibilidad de volver a ver el cielo azul, escuchar pájaros y volver a cruzarse con verdaderos animales que no solo existen en sus pantallas.

Menos ruido, menos humo, menos contaminación en el aire, en el mar, en los ríos, para un planeta asfixiado que tuvo un mini receso, durante el cual se vieron flores más grandes y frutas más sabrosas, vientos más puros… Pero lastimosamente todo se está embalando de nuevo y parece que no tenemos memoria.

¿Algo hemos aprendido para volver a una necesaria conexión con el planeta tierra? ¿O vamos a seguir con este absurdo mono-pensamiento del aumento ilimitado de la producción y de un consumo irresponsable?

Como escribió recientemente el filósofo humanista Edgar Morín en su libro ‘Lecciones de una vida centenaria’: “… La crisis del covid es la de una concepción de la modernidad basada sobre la idea que el destino del hombre era de dominar la naturaleza y de volverse el amo del mundo”.

EGOISMO VERSUS ECOLOGIA INTELIGENTE

Tanto se ha dicho sobre el egoísmo y una forma de vivir en esta sociedad donde los humanos no se preocupan por las generaciones futuras sino por su bienestar actual.

En su libro ‘Las siete ecologías’, otro reconocido pensador francés Luc Ferry detalla según él, los tres factores de la crisis que vive nuestra civilización: “… La prioridad que le damos al autocuidado, la ética de los placeres y la deconstrucción de las ideologías”.

No cabe duda que pocos aceptan hacer un esfuerzo, sino que consideran como un derecho absoluto seguir viviendo como quieran, gozando del mayor confort posible, en una actitud realmente ciega a pesar de ver y ser testigos casi diariamente de las múltiples alarmas e innumerables catástrofes naturales, no solamente en tierras ajenas, sino a la puerta de su propia casa ante fenómenos incontrolables como los incendios, las inundaciones, los huracanes.

Cualquier sea la explicación de cómo salió este virus, la crisis del covid es otra manifestación de una naturaleza agobiada, por un mundo donde globalización y consumismo nos llevan a un suicidio progresivo e inevitable según los más pesimistas…

Con una frase sencilla, un ex presidente francés: Jacques Chirac, en un discurso inspirado ante las Naciones Unidas, hace unos 20 años, resumió la situación de manera perfecta y terrible: “nuestra casa se está quemando, pero estamos mirando del otro lado”

Pero confiemos en la recursividad del ser humano, las capacidades y la investigación de una ciencia ética pueden darnos esperanza, como por ejemplo la interesante teoría de la ‘economía circular’, según la cual podríamos, si así lo decidimos, dedicarnos a fabricar productos pensados desde su elaboración para ser desensamblados y reciclados de manera infinita.

Doy un ejemplo sobre el cual aún no salgo del asombro como ser humano dotado de un cerebro y como habitante de la tierra.

¿Cómo puedo ser que no se haya implementado un sistema sencillo para colectar, procesar, reciclar lo que posiblemente se ha vuelto la pesadilla y el nuevo drama ecológico del planeta de esta década? ¿Los billones y billones de tapabocas usados y botados a diario sin distinción en basuras, o los que nos encontramos en el campo, en los ríos, en el mar, en la calle?

Era algo tan sencillo como decidir: usted para comprar 10 mascarillas nuevas, debe entregar 10 usadas. Problema resuelto antes de que naciera y el nacimiento de un emprendimiento eco-responsable novedoso ejemplar.

¿Qué hacen los gobernantes con tantos diplomas y estudios si no pudieron ni siquiera anticipar esta situación?

Prefieren salir en la foto de reuniones de potencias internacionales como las famosas COP donde aseguran que, dentro de un tiempo, las cosas estarán mejor, pero mientras tanto, se puede seguir cortando árboles, contaminar aires, ríos, y hasta la atmósfera que ya se parece a un basurero, con desechos de unas decenas de miles de satélites en rotación y sin uso.

Será que no hemos entendido que los compromisos de estados no comprometen las multinacionales con real capacidad de acción, las cuales como sabemos dedican la mayoría de sus recursos para invertir en tecnología dentro de la carrera del mega-data, o para pasear turistas multimillonarios en el espacio, en vez de respaldar propuestas sumamente creativas y necesarias como limpiar el mar y la tierra del plástico para reciclarlo.

Existen soluciones que van a dar trabajo y pueden ser masificadas, esas son las medidas prioritarias que se deben tomar sin más espera.

Pero si el pueblo no lo exige, nunca pasará. Ha llegado el tiempo de actuar.

ARTE Y CULTURA

Por dedicar mi vida al arte y a la cultura, tengo la ocasión de encontrarme con seres inspirados, conectados con su entorno y la madre tierra, de escuchar sabios de distintas etnias y regiones, de dialogar con artistas creativos quienes pueden alertar, denunciar, y proponer otras formas de vivir y repensar nuestra sociedad. Por eso quiero creer que aún no todo está perdido, pero tengo una sensación mitigada.

Desmotiva y preocupa ver cómo los organizadores de eventos masivos, no solo del sector privado sino también publicó, en vez de contribuir a cambio, vuelven a lo anterior apenas puedan y hasta lo amplían, por el entendible objetivo económico o político de recuperar lo perdido, pero con dramáticas consecuencias, empezando por el creciente monopolio de esas grandes manifestaciones, empresas y entidades en un sector que justamente requiere diversidad, acabando progresivamente con emprendimientos artísticos responsables con sinceras motivaciones y aforos razonables, respetando el medio ambiente y colaborando con la comunidad local.

Basta con ver los line-up anunciados por festivales de trayectoria donde crece la cantidad de tarimas y la capacidad de asistencia, trayendo más artistas internacionales sin preocuparse un segundo por lo que significa en términos de vuelos aéreos, desplazamiento humano, manejo de desechos, excesiva agrupación de personas. ¿Dónde está la reflexión que se tuvo durante esos dos años?

Incluso la mayoría ni cumplen con discursos suyos donde se comprometían a valorar más la escena nacional sino todo lo contrario al ubicarlos en horarios y escenarios de poca asistencia.

¿Realmente, si los grandes eventos y particularmente los del occidente, no empiezan a cambiar los formatos de los eventos con responsabilidad y sensatez, como esperar que los del sur, cuya inspiración suele venir del ‘primer mundo’, lo hagan?

Peor aún, sabiendo la estrecha relación que sostiene el entretenimiento popular con líderes políticos locales y con empresarios sin otro objetivo que el de enriquecerse, ¿cómo podemos esperar un cambio? ¿De pronto contando con una insurrección de los públicos?

Sabemos que, en momentos claves, los artistas y los que trabajamos junto a ellos, permitiendo su labor creativa y el encuentro con los espectadores, lectores, oyentes… Debemos ser parte del cambio de sociedad y contribuir a una conciencia colectiva.

Aplaudo cuando veo artistas como en Colombia el músico Edson Velandia, asumiendo riesgos para denunciar con talento y con humor abusos de estados, especialmente en países donde reina el autoritarismo y la violencia policiaco-militar contra poblaciones agotadas por exceso de medidas restrictivas y falta de esperanza en un futuro mejor.

Aplaudo cuando veo obras de arte, como lo que hace el fotógrafo belga-benines, Fabrice Monteiro, con su maravillosa serie llamada: ‘Las Profecías, cuyas imágenes son un llamado a la acción’.

Aplaudo a los colegas que han entendido que debemos repensar la forma de organizar y programar eventos, siendo honestos con los impactos ambientales y comunitarios de lo que hacemos: eventos con enfoque ecológico aportando iniciativas concretas hacia la protección del medio ambiente, como la evolución asumida del Green Moon Festival de San Andrés hacia la preservación de la reserva Seaflower, o del Festival We Love Green en París, abriendo verdaderos espacios de reflexión y proponiendo métodos eco-responsables, por nombrar solo dos ejemplos, o la iniciativa de artistas como los ingleses del grupo ‘Massive Attack’ asumiendo decisiones como las de limitar sus presentaciones para aforos de capacidad limitada, ni volver a viajar en avión cuando existe otra opción.

CONCLUSIÓN

Ante un mundo, cuyo equilibrio es cada vez más frágil, por lo menos nos queda la ‘insurrección de las conciencias’, expresión que tomé de Pierre Rabhi, filósofo de origen argelino recién fallecido quien dedicó su vida a defender un modo de sociedad más respetuosa con las personas y la tierra, precursor del agro-ecologismo, a quien le gustaba contar la teoría del Colibrí que resumo aquí:

“Durante un inmenso incendio en la selva, los animales están asustados y huyen ante el tamaño del desastre, sin embargo, un colibrí hace repetidos viajes de regreso llevándose alguito de agua en su boca para echar sobre el fuego; los demás lógicamente lo cuestionan y le dicen: estás loco ¿realmente crees que tú vas a poder apagarlo? y el colibrí les responde, no lo sé, pero hago mi parte”. Feliz 2022.

 


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