Itinerario íntimo de reminiscencias y ensoñaciones. Identidad y política en tiempos aciagos Por: Felicia Bracho Oñate

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Al presente, acompañada de la lucidez de mi memoria y de una inigualable sensación de libertad, siento firmemente la melancolía del afán de querer ser; se apoderan de mí las remembranzas de los momentos sublimes en los que experimenté la desavenencia del tiempo: siendo feliz al lado de mis amigas, jugando y fantaseando con ser adultas, imaginando un mundo de libertades, sin estimaciones, sin comidas no deseadas, con responsabilidades privilegiadas —¡qué ilusas fuimos!—, conquistando lugares, siendo niñeras, cocineras, médicas, profesoras y un establecido compilado de carreras a las cuales todas le apuntábamos. Añorábamos crecer en un mundo perfecto porque creímos que vivíamos en uno contrario, lleno de dificultades y limitaciones.

Pensamos una y mil veces, mientras chapuceamos a la orilla del arroyito que regaba nuestro pueblo, en cómo cumplir los que para ese momento eran nuestros sueños. Todos ellos nos alejaban más de nuestra realidad y ponían una barrera entre nuestro ser y nuestras raíces, creyendo que lejos estaba nuestro lugar en el mundo, pareciendo ser fácil huir, viajar y explorar. Lo distante se nos hacía lo correcto, ¿acaso teníamos elección?

La viabilidad de nuestras opciones fue aumentando cuando nos encaramos a la progresión de nuestra edad. Nos deslumbramos con cada cosa diferente que vimos en nuestro paso en los pequeños lugares que fuimos visitando. Nos cuestionamos comparando las otras formas de vida con la nuestra. Fue así como empezamos a soltar, pero a la vez se afloró el temor como sentimiento-respuesta de la obligación de andar en solitario el recorrido de la vida.

Años más tarde, en el cortejo de unas cervezas, en acuerdo, hicimos retrospectiva considerando lo tontas que fuimos al permitir que el deseo nos alejara del disfrute inexorable de la niñez y la adolescencia; como si el deseo fuese malo y no ese dinamizador de la voluntad, en ocasiones ajena a nosotras. La ambivalencia de nuestros anhelos nos permitía pensar en ser o no ser, pero el ruido de nuestro exterior nos confrontaba de forma diaria.

Noticias ajenas a nuestro pueblo llegaban, a veces a lomo de mula y otras con jornaleros contratados para arar la tierra cuando no era suficiente con la mano de obra de los nuestros. ¡Y es que el latifundio imperaba en esta tierra! por eso nuestras ilusiones nos desarraigaban pensado en nuestra capacidad de avanzar, de crear, de soñar.

Con suerte un día cualquiera y con el ímpetu de mis ancestros, tomé las riendas de mis deseos, mi equipaje no era más que tres coloridos vestidos que resaltaban los rasgos singulares de mi ser, un turbante que protegía mi voluminoso cabello y una pequeña libreta que una tía rezandera me regaló como presagio de lo que mi viaje sería.

Fue precisamente allí donde empecé a soslayar mi laxa egolatría fijando mi mirada en las múltiples realidades que la sociedad exhibe. Tuve el privilegio de encontrarme con mujeres que en el camino se fueron convirtiendo en mis hermanas, las mismas que me ayudaron a cultivar el carácter y mi personalidad, mostrándome un mundo donde las violencias hacia nosotras no se naturalizaban con irreductibilidad. Aun cuando mis actos fueron precedidos por el miedo, conocí a mujeres bellas, auténticas e incomparables, envalentonadas en procesos femeninos reivindicativos que me inspiraron a estudiar y a luchar por la equidad, la inclusión y otros temas en los que era neófita. Ellas me instruyeron en la desconfiguración de los imaginarios que nos posicionaban como rivales, no podíamos ser vistas de la misma manera.

Empecé a enamorarme de la lectura y me admiró leer cómo han denunciado cifras incalculables de mujeres víctimas del conflicto armado a las cuales les habían perpetrado sus vidas, despojado de sus territorios, cercenado sus sueños y abusado sus cuerpos. También, sentí satisfacción porque habían adelantado acciones para reconocer a las mujeres como sujetos políticos de derechos, capaces y necesarias en procesos democráticos que posibilitan la construcción asertiva de país. Pero lo más confortante, era ver cómo resaltaban las historias invisibilizadas de muchas mujeres fornidas en el amor y la esperanza, soñadoras inapelables de una Colombia emancipada y regocijada en la paz.

He vuelto a mi territorio con mi agenda atestada de historias, me he reencontrado con mi identidad, valoro mis costumbres y trabajo con vehemencia en los procesos de restablecimiento de derechos a las comunidades étnicas, por medio de los cuales visionamos la abolición utópica del racismo estructural que nos ha reducido y subyugado a relaciones esencializadas y hegemónicas de poder que conllevan a discriminaciones activas en varios contextos.

El día de hoy, en medio de cuarentenas, mis amigas de infancia y yo hemos tenido la oportunidad de tener nuevos reencuentros a profundidad, reímos, lloramos recordando una y otra vez las historias que nos unieron de por vida y le hemos dado cabida en nuestras conversaciones, a las experiencias libertarias que cada una ha tenido por fuera de nuestro territorio. Hablamos temas de paz, de mujeres, de equidad de género, de empleos, viajes y no pueden faltar los amores.

Nos alteró la tranquilidad el saber que en Colombia se han registrado 19 casos de feminicidios en esta temporada de cuarentena, reflexionando que no todas las mujeres encuentran en el hogar el refugio más seguro para vivir. En cada videollamada cavilamos que la construcción de la paz en este país es una tarea cotidiana de desaprendizaje, desnaturalización y rechazo de cualquier forma de violencia. La paz es el anhelo colectivo que ha obtenido los esfuerzos generosos de mujeres que han vivido experiencias impensables de la guerra, en sus hogares, en las calles.

Ya no somos las niñas de años atrás, ahora interpretamos las disparidades sociales que nos han llevado a entender que en Colombia no podemos concebir la construcción de la paz desde la única mirada de la incidencia política. Es imprescindible darles luz a los rostros de las otras y otros, a las formas de vida e identidades ocultas que a diario coexisten a favor de un país menos viciado y reconciliado desde la diversidad. No nos rendimos. Las mujeres, aún sin garantías, pretendemos seguir caminando con el ánimo de encontrarnos con el sendero de la paz sólida y verdadera que suplica nuestro país.

Notas: Esta narración está incluida en el libro colectivo intitulado: Contadoras de historias. Relatos de mujeres para no olvidar. Somos Movimiento: Mujeres, Paz y Territorios.


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