Ayer, al final de mi nota sobre Puff Daddy, mencioné que tenía una anécdota con Julio César Chávez, el famoso boxeador mexicano de los 80s y 90s que en su momento fue considerado el mejor pugilista del mundo, y que hoy es considerado uno de los mejores de la historia, y un par de contactos me han pedido que cuente la historia.
La verdad yo he sido afortunado en cuanto a historias de boxeadores, porque tengo varias, y de los más diversos calibres, así que voy a contar esta, ya que soy un ferviente seguidor del deporte de las narices chatas. Yo tuve la fortuna de crecer en una época gloriosa del boxeo, cuando habían grandes boxeadores en el mundo, de ahí que tenga tantas historias con boxeadores, porque tengo varias.
El cuento con Julio César Chávez fue una vez que pasó por el restaurante en el que yo trabajaba en South Beach, en Ocean Drive, acompañado de uno de sus guardaespaldas. Como yo era el “host” del restaurante (y luego uno de los managers), de inmediato reconocí al man, pues me gusta el boxeo y lo admiraba profundamente. Cabe anotar que South Beach en esa época era un desfile de celebridades de todo tipo. Por mi restaurante pasaron Ralph Fiennes, Cuba Gooding Jr., Nelly Furtado, Ice-T, O.J. Simpson (a quien se le negó el servicio), innumerables raperos, innumerables jugadores de la NBA y la NFL, el “Tigre” Lavolpe, Angel Romero, Fito Páez, Julio César Uribe, Emmanuel, Veronica Castro, modelos las que tu quieras, etc., así que tropezarse a un boxeador mexicano no era tampoco la gran cosa, pero a mi me interesaba, personalmente, hablar con Julio César Chávez porque el combate entre ese man y Meldrick Taylor, de 1990, debe ser la mejor pelea que yo he visto en mi vida.
Entonces, yo vi al man y de una me le fui: “¡Campeón, que gustazo!”, y el man de una fue receptivo y se sintió honrado de que lo reconocieran, y como yo en esa época tenía una parla ni la hijueputa, lo convencí de que entrara al restaurante a refrescarse, que yo lo invitaba.
Como yo era el responsable de meter gente en el restaurante y como ganaba un porcentaje de las ventas, tenía permiso de los dueños del restaurante (una sociedad de italianos) de hacer lo que quisiera, y regalar lo que quisiera, con tal de meter gente en el restaurante. A veces el sitio estaba medio vacío, y para atraer comensales, yo les daba un 2×1 de “Happy Hour” a algunos clientes, o incluso un par de tragos gratis a un par de bollitos, para que el sitio se viera con gente y otra gente se detuviera allí, ya que la competencia era tenaz. En Ocean Drive debía haber en esa época 30 restaurantes compitiendo por la gente, y el puesto de “host” era clave para los negocios. Los sitios con los host más parladores y “bellos” (jajaja) eran los que mejor andaban, y no es por nada pero yo era el mejor de la cuadra. Yo vendí, los 3 años que trabaje allí, más de $3 millones de dólares todos los años, así que ya se podrán imaginar la parla tan hijueputa que tenía (con el billete que me gané ahí pagué mi MBA en una universidad muy buena en el estado de Nueva York). Y una de mis especialidades eran las celebridades. Yo me volví tan bueno en mi trabajo, que hasta yo mismo me volví una celebridad, y todos los días los turistas se sacaban fotos conmigo. En esa época no había mobiles con cámaras, pero entre la gente que pasó por mi restaurante entre el 2002 y el 2005, hay un poco que tiene fotos conmigo tomadas con las viejas cámaras digitales de hace 20 años. De hecho también me entrevistaban a cada rato para canales de todo tipo, americanos y extranjeros, y me invitaban a eventos de todo tipo en bares y clubs. El caso es que a las celebridades les gustaba venir a comer a mi restaurante y que yo los atendiera, y Julio César Chávez no fue la excepción. Lo invité a que se tomará un cocktail una mañana en la que el sitio estaba medio vacío, y lo puse en una mesa sobre el anden para que todo el mundo viera que el man estaba comiendo en mi restaurante.
Tan pronto lo tuve instalado, de una fui al quid del asunto y le pregunté por la pelea con Meldrick Taylor, y el man me contó round por round como había sido la vaina.
Para los que no saben de boxeo, esa pelea todavía fue en viejo formato de 12 asaltos, y hasta el round 12, Chávez iba perdiendo con Taylor por puntos. El moreno le había metido una muenda de padre y señor mío a Chávez en los previos 11 rounds, y a Chávez solo le quedaba ganar por knockout en el 12 para ganar, porque si no lo noqueaba, perdía por decisión. Loco, y ese mexicano ha salido como una tromba en el round 12 y ha noqueado a Taylor faltando 2 SEGUNDOS para que sonara la campana. Esa tiene que ser la pelea más vibrante en la historia del boxeo. Si Taylor hubiera aguantado 2 segundos más, ganaba por decisión, pero Chávez lo noquió en el 2:58 del 12avo asalto. No existe pelea mas dramática en la historia del boxeo, ni las peleas de Rocky Balboa en el cine tienen tanto drama.
Y ahí estaba yo, dándole cocktales gratis a Julio César Chávez para que el man me contará, round por round, cómo había sido la vaina. El man me confesó que esa había sido la pelea más brava de su vida y en donde más duro le habían dado.
Con Chávez en una de las mesas, y la bulla que estábamos haciendo recordando la pelea, el restaurante rápidito se me empezó a llenar, y el man, agradecido, se marchó del sitio con su guardaespaldas al cabo de un rato, despidiéndose de mi con un abrazo fraterno.
Loco, estoy yo ocupándome de otros clientes que acababan de llegar al restaurante, y de pronto me toca la espalda el guardaespaldas de Chávez y me dice: “¡Mostro!, usted se ve que domina esta calle y que conoce cómo es que es la jugada, ¿será que tendrá una “notica” para el Campeón (así se refería a Chávez)?
Yo me quede pálido. No porque me pidiera perico, porque el perico zumbaba en South Beach, sino porque el man era un campeón mundial con historia y creo que todavía estaba activo.
Con bastante diplomacia le dije al guardaespaldas del “campeón” que, lamentablemente ese no era mi “vicio”, y con un chiste flojo de que mi vicio eran las mujeres y el alcohol, me quite de encima al man, que se marcho decepcionado en dirección al “Campeón”, quien veía la escena desde la esquina del restaurante con ojos rayados. Casi como un reflejo levanté la mano para despedirme por última vez de a Chávez desde la distancia, y el “Campeón”, con rostro de decepción, esgrimió una sonrisa forzada y siguió su camino cabizbajo. Años después revelaría que aquellos años habían sido el punto más bajo de su vida, pues había caído en las “garras de la drogas”.
Tengo entendido que ya se encuentra rehabilitado, y que, de hecho, tiene varias clínicas en México para ayudar a otros adictos a salir del drama de las drogas, lo cual me parece extraordinario, ya que lo considero uno de los grandes boxeadores de todos los tiempos. Aunque cabe anotar que su hijo, también boxeador, pasó por el mismo drama. Creo que fue a raíz de eso que Chávez senior abrió estás clínicas para rehabilitación de adictos.
No obstante su adicción, esa pelea con Meldrick Taylor es una de las grandes peleas de la historia, quizá la más dramática, y haber tenido la oportunidad de oír la historia de esa pelea de parte de uno de los que ese día estuvo en el ring, fue un privilegio.
Otro día les cuento sobre el día en el que pusimos a Emmanuel a cantar “Toda la vida” en el baño del restaurante, o del día que un vicario español gay me puso mil dólares sobre la mesa para que me lo comiera jajaja (no, no me lo comí, lo eché del restaurante), o del casting que le hicieron al restaurante para una película con Denzel Washington (“Out of Time” 2002. En realidad, terminaron alquilando el restaurante de al lado, que era más bonito, para una escena de la película en donde Denzel Washington almuerza con Eva Mendes).
O sobre la fiestecita con Claudia Schiffer para la que me reclutaron. Aquí en donde ustedes me ven con unos kilitos de más, yo era un espécimen perfecto hace 20 años que rumbeaba con supermodels…
Yo tengo historias de South Beach como pa’ un libro, en serio…
Y otro día les cuento la vez que el “Happy” Lora quiso enamorar a la hermana de una amigo mío de Cartagena con un kilo de queso costeño..
Esa historia también es memorable…