No es ninguna novedad. En nuestra historia reciente hemos presenciado otros momentos en los que la derecha política ha pretendido copar las calles, las redes sociales y el debate público para imponer una narrativa en contra de banderas progresistas como ocurrió el pasado 21 de abril. Solo basta recordar las marchas y la campaña en redes y medios de comunicación que el Uribismo cerrero a punta de mentiras y Fake News adelantó en el 2016 en contra de los acuerdos de paz con la ex guerrilla de las FARC. Campaña que le permitió “emberracar a la gente” para ganar con el No el plebiscito por la paz y las presidenciales en el 2018.
Tampoco es solamente un fenómeno doméstico. Es una mega tendencia que hace presencia en todo el continente y buena parte del mundo de las democracias occidentales. El argentino Pablo Stefanoni ha documentado la emergencia de una “derecha alternativa” o una extrema derecha que se propone “cambiar el mundo” pero para atrás, combinando nacionalismo, posiciones anti estado o “anarco capitalistas”, xenofobia, racismo y misoginia, coqueteándole instrumentalmente a la comunidad LGBTIQ y al falso ecologismo.
Esta actitud aparentemente “rebelde”, tradicionalmente propia de las izquierdas, apuesta por atraer jóvenes y clases medias, y se embarca en una batalla cultural descalificando como “mamerto” todo lo que les huela a Estado Social de Derecho, derechos humanos y justicia ambiental. Por lo demás, esta derecha 2.0 ha sabido cobrar victorias electorales en nuestro vecindario: Los fenómenos de Milei en Argentina, Bukele en El Salvador, Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Noboa en Ecuador revelan que, si esta extrema derecha se toman las calles y logran construir una matriz de opinión capaz de penetrar en el imaginario colectivo, acceden al poder político para agenciar los más voraces intereses económicos ocultos en un falaz discurso antisistema.
Por eso no hay que llamarse a engaños con movilizaciones como las del pasado domingo. Claro que nuestra derecha domestica ha sabido utilizar cierto malestar social derivado de decisiones o anuncios del gobierno, paquidermia en la implementación del plan nacional de desarrollo Colombia Potencia Mundial de la Vida, lentitud inexplicable en la ejecución de la inversión publica en sectores y regiones, deterioro en las condiciones de seguridad en campos y ciudades, desinformación deliberada sobre el alcance de las reformas o algunos escándalos como el de la Unidad de Riegos. Pero resultan inocultables las dos consignas coreadas con desvergüenza por los protagonistas de los más grandes escándalos de corrupción o de los mas dolorosos episodios de violación a los derechos humanos de nuestros últimos tiempos: “Abajo las reformas” y “juicio político a Petro”. Consignas que terminaron por opacar y ahogar genuinos reclamos ciudadanos o destempladas y marginales voces de algunos autoproclamados representantes del indeterminado “centro político”.
Más allá de caracterizaciones sobrecargadas de fanatismo y adulaciones al Presidente Petro, lo que corresponde para esta orilla progresista del espectro político es una lectura de más hondo calado y largo alcance de la disputa política en curso. El Presidente y su Gobierno, como lo ha dicho el Senador Iván Cepeda, debe mantener una consistencia en la convocatoria a un Acuerdo Nacional que aísle a la derecha energúmena pero que convoque a los mas diversos actores sociales, políticos, académicos y empresariales para viabilizar las reformas sobre la base del pacto social. Método y decisión política son claves en esa perspectiva. También debe cohesionar el gobierno, unificar su vocería, consolidar el diálogo con las regiones sin dejarse atrapar por los clanes políticos mafiosos que las dominan, y acelerar la ejecución del plan de desarrollo y la inversión pública. La paz total merece un ajuste urgente que permita establecer prioridades y logros alcanzables en el corto plazo.
A las fuerzas políticas de izquierdas y progresistas nos corresponde tejer una mas potente coalición en el Congreso y mejorar el dialogo y la interlocución con el Gobierno. La iniciativa del propio Presidente Petro es fundamental para ello. Pero es imprescindible que recuperemos la calle, las redes y la conversación publica para una narrativa de progreso, justicia social y climática, si queremos un gobierno de continuidad en el 2026. La experiencia del estallido social del 21 así lo demuestra.