El gobierno de Italia, bajo la batuta de la primera ministra Giorgia Meloni, dedicará una placa a Antonio Gramsci fundador del Partido Comunista Italiano. Meloni, nacida en un barrio obrero de Roma, lidera a Hermanos de Italia, un partido ultranacionalista de extrema derecha. Gramsci, uno de los más grandes pensadores marxistas del siglo XX, murió en un hospital romano luego de que fuera arrestado y condenado por orden de Benito Mussolini, fundador de la ideología fascista que sirve de nutriente a la extrema derecha italiana. “Por veinte años debemos impedir que este cerebro funcione”, sentenció el fiscal de la causa contra Gramsci.
El cerebro de Gramsci siguió funcionando, aun después de su muerte. Razón para que la extrema derecha italiana trate de apropiarse de su legado y reforzar su deriva nacionalista. El cerebro que no parece funcionar es el de la derecha colombiana. Sus principales operadores políticos me recuerdan a los zombis de la serie The Walking Dead que se abalanzan torpemente contra los sobrevivientes del apocalipsis. Se lanzan aparatosamente, como en la serie estadounidense, contra el más mínimo ruido que provenga del Palacio de Nariño. Gustavo Petro los desquicia. No lo soportan.
La derecha colombiana tuvo entre sus haberes a oligarcas brillantes como Álvaro Gómez Hurtado. Hoy día es una sumatoria de hijos, nietos, primos, tíos o sobrinos de oligarcas y terratenientes que no han hecho otra cosa que vivir del Estado y de la acumulación de tierra. No hay entre la extrema derecha colombiana un solo hijo bastardo. Un plebeyo que haya conocido la desgracia de nacer pobre. No saben lo que es eso. Ni siquiera practican la caridad. Menos la filantropía. Son insensibles ante las desgracias de los humildes. Guardan apellidos oligárquicos, pero se compartan como rufianes. El Congreso de la República es el lugar que han elegido para liberar su histeria.
Uno de los problemas de la actual extrema derecha colombiana es su carencia de ideas. Allí nadie piensa. Nadie propone. Ruido en las redes y sabotaje en las instituciones, parecen constituir su mezquina estrategia. Cobran como congresistas, pero estafan a los electores cuando dejan de asistir a las sesiones en las que se discuten las iniciativas gubernamentales. Hundieron el proyecto de reforma a la salud sin proponer una alternativa a la crisis sanitaria. Primero el derecho a la salud y luego el negocio con ella. No a la inversa, como ocurre ahora. Un bufete de abogados al servicio de la oligarquía, por ejemplo, demandó un aparte de la reforma tributaria que establece un impuesto sobre la gran propiedad. ¿En qué Estado moderno se concibe la idea de que las grandes fortunas no tributen?
La derecha colombiana no aceptó su derrota en las presidenciales de 2022. El juego democrático está basado en una dualidad: ganar y perder. No admiten que Gustavo Petro sea el presidente legítimo de Colombia. ¿Por qué no lo reconocen? ¿Porque no viene de ninguna de las familias de abolengo que han gobernado al país? ¿Las oligarquías que describió Antonio Caballero en su opúsculo Historía de Colombia?
Me gustaría saber qué propone la derecha colombiana acerca de los cuatro ejes sobre los que se cimenta la política del siglo XXI: distribución de la riqueza material, concepto de nación, la diversidad y la justicia climática. Hasta el momento no han dicho nada sobre esto. Únicamente ruido y chismografía. Sólo escucho descalificaciones contra un presidente conectado con el mundo y el territorio, un jefe de Estado que entiende la compleja diversidad del país y la urgencia de transformarlo y democratizarlo.
Podemos estar a las puertas de un momento constituyente, no como lo interpretan pueril y leguleyamente los “analistas” de la derecha. Un Estado constituyente como lo concibió Toni Negri, donde la fuerza, los motores sociales aceleran los tiempos, hasta desbordar la inercia del establecimiento y establecen una nueva realidad. Una realidad como la que discurre por estos días en la Universidad Nacional, donde la fuerza asamblearia y pacífica se levanta contra unos mecanismos de freno que limitan la democracia y la transformación educativa. Así comienzan las cosas. No basta con levantar una bandera, es menester agitarla. Tomado: El Unicornio