La izquierda estaba obsesionada con ganar una elección presidencial. Las dos más grandes votaciones las obtuvo en el 2006 con Carlos Gaviria, más de dos millones de votos, y en el 2018 con Gustavo Petro quien llegó a superar la barrera de los ocho millones de votos. Nadie celebró, fue arrasado en segunda vuelta por Iván Duque. La idea era llegar en el 2022 al poder. Si bien el estallido social que sacudió a Colombia desde el 2019 y que llegó a su climax en el 2021 era un claro presagio de que el país se había hartado del uribismo, se necesitaban operadores políticos para poder consolidar esa victoria. Siempre se le criticó a la izquierda de falta de pragmatismo. El aterrizaje de Roy Barreras y Armando Benedetti, aunque exasperó los ánimos del petrismo pura sangre tenía una explicación lógica: había que atraer a sectores de centro, liberales inconformes con el dominio asfixiante de César Gaviria, gente de la U, politiqueros que mueven votos. Y billete, sobre todo.
La cercanía de Benedetti con el Clan Torres es innegable. Los dueños de Puerto Colombia no sólo controlan los contratos en el Atlántico sino que mueven votos. Ya sabemos las pruebas que se tienen sobre la financiación de la famosa manifestación de la P. Benedetti lo recuerda en el infausto episodio del regaño a Laura Sarabia, su antigua discípula. A Benedetti, después de la victoria, Petro lo premia con una de las dos embajadas más importantes de Colombia en el exterior, la de Venezuela. La reactivación económica con el vecino país hizo que a las puertas del embajador una fila de empresarios fuera a tocarle. Benedetti jamás quería salir de Venezuela a pesar de lo que le dijo en el famoso audio a Sarabia. A Benedetti lo saca su comportamiento en Caracas en donde el propio gobierno de Nicolás Maduro le exigió a Petro removerlo ya que empezaba a constuirse un problema de seguridad nacional. A Benedetti, como al Doctor Jekyll, se le sale el monstruo cuando abusa de sus pócimas.
La papa caliente la envía a la FAO, en Roma, donde protagoniza otra vez escándalos. Pero en política se manejan lealtades. Es difícil meter la basura debajo de la alfombra. Lo mejor que pudo hacer Petro con “el problema” Benedetti, era traerlo de vuelta al país y esconderlo en la selva de asesores que rodean el Palacio de Nariño. Armando es ahora un consejero más, de esos que tanto hay. El, que le gusta la farándula, ha montado un show mediático para engrandecer aún más una labor un tanto gris, la de estar una lista que presuntamente le habla a Petro al oído pero que el presidente, fiel únicamente a sus instintos, les da poco o nada de importancia.
Es una jugada maestra para tener controlado a Benedetti, una figura que no tiene nada que ver con el progresismo, una figura absolutamente condenable y odiable, pero al que el presidente Petro le debe el haber podido ampliar su espectro de votantes, una diferencia que en junio del 2022 fue significativa. Le permitió ser presidente de la República.
En Palacio estará controlado el monstruo. Se le dará cámara -otra de sus adicciones- en sus justas proporciones y así la oposición quiera hacer más grande el papel y la influencia que tendrá Benedetti en este nuevo capítulo con Petro, será tan sólo un asesor y ayudará a forjar puentes con sectores lejanos al progresismo pero que serán necesarios para contrarrestar a Vicky Dávila y el cotnragolpe de la derecha en Colombia.