Por: Iván Gallo-Pares-
Cuando regresaron, dos años después de la masacre, los habitantes de El Salado tuvieron que disputarle sus casas al monte. En esa región de los Montes de María, agreste y a la vez rica, cualquier maleza que se deje crecer se convierte en monte al cabo de unas cuantas de semana. El 19 de febrero del 2000 en la madrugada, cuando los paramilitares se fueron dejando a 66 personas asesinadas, la mayoría de ellas en el centro de la cancha de fútbol, la gente sólo pensó en huir. Más de cinco mil personas tenía esta población de El Carmen de Bolívar pero el pueblo en unas cuantas horas quedó desierto. Los que vivían ahí agarraron lo que cabía en una maleta y se fueron. Nadie está preparado para ver tanta maldad como de la que fueron testigos el 18 de febrero del año 2000. Regresaron porque se cansaron de las humillaciones que significa ser desplazado. Prefirieron irse a vivir con sus fantasmas que tener que vivir de lo que les daba la gente debajo de un semáforo.
El pueblo era otro. La selva se tragó al cemento. Cuando Alberto Salcedo Silva en su crónica El pueblo que sobrevivió a una masacre amenizada con gaitas, que, cuando regresaron, uno de los paisanos se tuvo que encaramar en el tanque elevado del acueducto para precisar donde quedaba la casa de cada quien. Para colmo de males el cielo se abrió y cayó uno de esos aguaceros en donde no te puedes ver las manos.
Dos años atrás el sol brillaba. La acción paramilitar comenzó el 16 de febrero. Los habitantes de el Salado no sabían que la muerte los estaba rondando. Se establecía un cerco alrededor de ellos compuesto por 450 hombres que se tomaron de manera silenciosa el corregimiento de Canualito en el municipio de Ovejas. Allí reúnen a la población, les explican que habían llegado hasta allí porque ellos eran unos sapos de la guerrilla y para escarmentarlos los deguellan. Las órdenes que dio alias El Tigre, quien tuvo la responsabilidad de llevar a cabo esta acción, fue lo de no usar armas de fuego para no generar ningún ruido. Otro grupo, comandando por Amaury, va avanzando hasta el Salado. En el camino es atacado con cilindros de gas por parte de el Frente 37 de las FARC. Es un combate corto que ocurre el jueves 17 de febrero. Amaury y sus hombres continúan adelante.
Al Salado llegan el viernes 18 de febrero a las 9 de la mañana. Amaury es el jefe de operaciones pero él es una ficha más dentro de la estructura paramilitar que lleva los hilos de una de las acciones más sanguinarias que recuerde el conflicto armado colombiano. La órdenes las dieron los comandantes Salvatore Mancuso, Rodrigo Mercado y Jorge 40. Los paras buscaban quitarle a las FARC el sur de Bolívar. Para hacerlo deberían dejarle claro a la población sus métodos de crueldad. Para que nadie más fuera a ayudar nunca más a un guerrillero de las FARC así les pusiera un fusil en la cabeza. Para asegurarse de eso usaron el terror.
A diferencia de otras masacres los paras que llegaron a El Salado no tenían lista en mano. Simplemente a patadas iban reventando las puertas. Reunieron a la población en la plaza pública. Los paramilitares estaban contentos, sabían que iban a hacer algo histórico. Por eso se sentían creativos. Alias El Tigre, que fue uno de los paras que comandó la operación, tuvo la ocurrencia de hacer un juego: ahora vamos a hacer un sorteo. Aquí están todos los hombres: contemos del 1 al 30; primero del 1 al 10, y al que le toque el 10, no se va a salvar”. Y entonces empezaron a matar. Antes del mediodía, sobre la cancha de fútbol y en la plaza, ya habían 28 saladeros asesinados.
A cada disparo, a cada golpe de machete, los paras estallaban de felicidad. Fue tanta la euforia que sentían que se fueron a la casa de la cultura y sacaron gaitas y tambores. Pusieron a tocar a gente que sabía este arte y que vivía en el puerto. Si no tocaban pues los mataban. En Auschwitz los judíos que se bajaban de los trenes eran recibidos por bandas de música. Los demonios están arropados por la misma maldad sin importar la diferencia del lenguaje, de países.
No fueron muertes comunes y corrientes. Acá hubo sevicia. El primero de los que mataron se llamaba Eduardo Novoa Alvis. Dice Salcedo Ramos en su crónica “A él, después de torturarlo, le arrancaron las orejas con un cuchillo y después le embutieron la cabeza en un costal”. Uno de los paras, después de los primeros asesinatos que fueron por gusto, para romper el hielo, sacó una lista. En ella aparecía Nayibis Osorio, la peluquera del pueblo. Había sido acusada de mantener relaciones con un comandante de las FARC. La arrastraron del pelo hasta la iglesia. En las gradas la fusilaron. Una vez muerta le clavaron un palo en la vagina. Las gaitas y los tambores seguían sonando, los paras riendo y bebiendo y gritando
-Partida de malparidos: párense firmes, que somos los paracos y vamos a acabar con este pueblo de mierda.
Degollaron, decapitaron, aplastaron cabezas con piedras. Jugaron fútbol con las cabezas como ha sucedido en tantos escenarios de violencia. Violaron las mujeres, descuartizaron jóvenes con destornilladores, motosierras. Si alguna vez se debe describir uno de los circulos del infierno deben preguntarle a alguno de los sobrevivientes.
Sobre las nueve de la noche, ebrios, dieron la orden de que la gente regresara a las casas. “Eso si, tienen que dormir con la puerta abierta hijueputas, el que la cierre entramos y los llenamos de tiros”. Obedecieron. No tenían otra opción.
Los paras se fueron de El Salado a las cinco de la tarde. En las calles corría un rio de sangre. Los cuerpos se descomponían en la plaza, en la cancha. Una vez enterraron a sus muertos se fueron. Aunque nunca se supo el número exacto de los asesinados la Fiscalía estableció ocho años después de la masacre que fueron más de 100. Un día después de la masacre llegó el ejército. Dijeron que no escucharon nada. Que qué vaina pero que la vida en los Montes de María era así.
En el 2015 el Salado mostraba otra cara. La empresa privada ayudó a reconstruir el tejido social. Se hicieron centros médicos, escuelas. Se invitó a la gente a seguir creyendo. El 16 de octubre del 2012 El Salado fue reconocido como sujeto de reparación. Hasta el 2024 se había hecho una inversión de más de quinientos millones de pesos pero aún falta por implementar el 60% de la reparación que se necesita para intentar reparar un tejido social que aún no cierra sus cicatrices.
Porque de esos son conscientes los saladeños. Nada volverá a ser como antes.