En aquella situación no podía intervenir una persona más adecuada que el maestro Gilberto Torres, quien siempre ha gozado del aprecio de todos sus colegas. El maestro Gilberto ha sido buen consejero. Un hombre serio y responsable, de esos que corrigen un mal comportamiento con una sola mirada. Y cuando no con un rejo o un abarcazo severo. Con el rejo de la abarca enderezó a William, su hijo.
Un día, harán unos veinte años, en los mejores tiempos de la camisa rayá, un fandereangue que tenía bailando a Colombia, se presentó a su casa Miguel Durán Olaya, el pollo caucano, rey sabanero en 1983.
Miguel estaba desesperado. Su hijo Miguel Antonio Durán Benítez, nacido en Caucasia el 30 de marzo de 1971, el tercero de sus hijos, se estaba alcoholizando. Llevaba una semana dándole al licor, con un picó en la puerta de su casa de Sincelejo. Fueron tiempos en que su éxito “La camisa rayá” era usado por los políticos para promocionar sus campañas proselitistas y se extendía por todo el país con su picaresca sabanera. Era una canción nacida en el bullicio de las corralejas de Sincé. Los Durán, que habían nacido en un pueblito( Rio Viejo) que se llevó el rio Cauca, cerca de Caucasia, Antioquia, se radicaron en Sincelejo a raíz de la atracción del Festival Sabanero, cuando Miguel Antonio, más conocido como El Junior, era un niño, en los años setentas. Aquí desarrolló todo su periplo vital, hasta la madrugada de este tres de septiembre, que perdió su batalla contra la peste moderna del covid-19, después que aparentemente se había recuperado. Dicen que una bacteria que ronda ciertas clínicas, lo atacó.
Gilberto no se podía negar a aquella petición de su colega y amigo. Estaba en el deber de ayudarlo. De modo que, como siempre, se pulió bien, se puso su mejor pinta, embetunó sus zapatos y caminó a la residencie del parrandero. Lo halló por la mañana como lo esperaba, amanecido, descamisado y enmaicenado, en la puerta de su residencia, con un picó a todo volumen, unos cuantos amigos, un frasco pecho hundido de aguardiente a medio destapar y limón en torrejitas.
Por decencia, y con su hecho pensado, con la predisposición de quien lleva la biblia y el corazón en la mano, Gilberto se tomó el primero. Fueron varios los pasajes bíblicos y consejos personales, entrelazados con traguitos bajados con limón.
Por la noche, cuando Gilberto regresó a su hogar, la más sorprendida fue Rosa, su mujer. Gilberto a duras penas se sostenía en pie y tenía la lengua embolada. Antes de que su señora lo regañara por aquel estado, le dijo:
–No, no se pu-do. No, no se pu-do.
Como los músicos de antes, Miguel Durán Olaya (nacido en marzo de 1937), aprendió a tocar solo. Proviene de Antioquia, de la misma tierra de los Duran Díaz- Nafer y Gilberto Alejandro-, logrando crear un estilo muy particular, entre el paseo sabanero y el chandé, hasta crear una fusión de fandango y merengue. Ellos lo bautizaron ritmo chiquilero y al que se habría pegado Farid Ortiz, creando una legión de seguidores y delimitado terrenos impenetrables. Hubo partes que ni siquiera Diomedes Díaz les ganaba. Son zonas rurales, de marcado raigambre indígena, donde la música alegre de los Durán sabaneros la bailan como si fuese una trenza, agarrados, solos, mujeres, niños y ancianos. Y sueltos en las cantinas. Su estado natural es la corraleja. Ellos nunca tuvieron que pagar en la radio para pegar su música. Las cantinas y los picó eran su fortín. Las emisoras FM se veían en la necesidad de programarlos sin payola. Los últimos éxitos de la música sabanera, después que Alfredo Gutiérrez se residenció en Barranquilla ( 1972) y Los Corraleros de Majagual se dispersaron por el mundo, la hicieron los Durán. Por fuera de ellos surgió apenas la parodia de «Ben Laden» propuesta por Lucho Covo y Horacio Mora, entre algunas pocas. Y últimamente «Me rindo Majestad», de Adolfo Pacheco. De los Durán Olaya y Benítez- donde todos tocan, cantan y componen y hasta crearon su propio sello discográfico en la avenida Argelia, Discos Migue-, surgieron La Morrocoya- que es un canto contra la violación del sexto mandamiento, algunos temas a la vida y en la cumbre La camisa rayá. Fue tanto el éxito, que Alfredo Gutiérrez, siempre seguidor del viejo Miguel, a quien le había grabado» la manta colorá», la regrabó con rotundo éxito, haciendo la parodia con uno de sus coristas. Los Durán Benítez eran nueve, tres hombres y el resto mujeres. Dos ya están del otro lado, en el cielo. Eran testigos de la fé.
Después, tanto el viejo como el hijo, tuvieron una larga lista de éxitos, algunos muy picarescos, en un estilo único, cercano al paseíto, quizás el ritmo más nutrido de la época corralejera.
Miguel Durán Junior recogió la esencia del juglar de antes. Componía, tocaba y cantaba. Siempre con una estampa de artista única, moderno en su vestir y nunca se le vio mal paraqueado. Su pelo engomado y suelto, con rizos, lo asemejaba a René Higuita.
Siempre tenía un éxito de un hecho cotidiano y a veces crítico, como el acetaminofén, un símil del amor y la picaresca, Incluso, llegó a componerle a la pandemia el covid-19, dando consejos, pero ésta misma se lo llevó. Fue su último intento por complacer a su inmensa fanaticada.
RELIGIOSOS.
Gilberto Torres fracasó en el intento de alejar a Miguel Duran Junior de aquella parranda larga, entonces se refugiaron en la congregación de los Testigos de Jehová, con referencias de vida muy valerosos.
La música sabanera, que ha perdido varios bastiones por el nuevo coronavirus, pierde en Miguel Durán Benítez, sin lugar a dudas, al más grande juglar menor de cincuenta años.