La ley de Cunningham- Por: Edna Rueda

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La ley de Cunningham es la que podría definir mejor que es ser un humano funcional en el siglo XXI. Esta norma plantea que, en el internet, la mejor manera de conseguir una respuesta correcta, no es exponer una pregunta, sino escribir una respuesta equivocada.

Sin importar el contexto, la mayoría de las personas en un foro, se tomarán la tarea de corregir, interpelar y en algunos casos ‘cancelar’ al que se muestre equivocado.

Y es que somos tan proclives a corregir al otro, que, por ejemplo, antes de entender el concepto que emite un mensaje, vemos su ortografía y su gramática con la misma acuciosidad que la de un corrector diseñado por la RAE. Y no es que la ortografía de las palabras no sirva, el lenguaje tiene unas normas que lo hacen hermoso, como cualquier buen juego que valga la pena jugar; es más bien que el sentimiento de ‘aplastamiento’ impera sobre cualquier otra necesidad.

Nos obligamos a imponer nuestra verdad, a reducir al silencio la opinión del otro –si la sentimos algo divergente a la nuestra– antes siquiera de entender el tránsito de sus pensamientos. Y es que nos estamos acostumbrando, a fuerza de vivir entre los algoritmos que nos predicen, en un mundo donde únicamente existen los sabores que ya hemos probado, leyendo los autores que aplauden nuestros prejuicios, celebran nuestros privilegios y alimentan nuestro frágil ego.

Vamos escuchando la música que nos es familiar y llamamos cultura únicamente lo que nos sea conocido. Vivimos en esa relación tan dicotómica con el conflicto, que nos autocensuramos si eso nos mantiene en el grupo, pero agredimos con saña al que muestre debilidad.

Hubo un tiempo en el que el horizonte marcó para los navegantes los límites del universo conocido, y más allá de esa línea imaginaria, dragones y serpientes marinas amenazaban con destrozar a cualquier aventurero. Hoy, cuando la redondez del planeta parece dejar sin esquinas donde esconderse a los monstros, nosotros planteamos nuevas formas de segregación, esta vez desde la comodidad de nuestros hogares: cerramos filas para anular, bloquear o cancelar a quien no pase la censura o a quien sencillamente se equivoque en la red.

La ley de Cunningham nos plantea una forma, macabra pero eficiente, de obtener una respuesta correcta en la web, basándonos en el potencial agresor que tiene quien únicamente se envalentona desde la virtualidad.


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