Desde la frontera norte de Latinoamérica, cada vez más tenue, hasta la Patagonia, se extiende la leyenda de esta mujer que anda veredas y caminos en búsqueda de esos hijos, que dicen todos, ella misma mató.
La representación es más o menos constante: una mujer vestida de traje largo, tenue y lánguida, con el pelo negro o gris, un aspecto intermedio entre la vida y la muerte, una mujer que llora y pide por sus hijos, extendiendo sus brazos en medio de la noche, pidiendo un último arrullo.
La historia de la llorona, varia con cada paso que da hacia el sur, y aunque conserva unos rasgos, adapta su historia al país que pisa. Para los mexicanos, por ejemplo, la mujer –mestiza o indígena– abandonada por el padre de sus hijos, un hombre blanco, decide ahogar a los niños en el rio, y es condenada al arrepentimiento eterno.
Cuando la leyenda hace escalas en otros países, la historia varia poco: algunos cambian en motivo, otros el método del asesinato y unos pocos la profesión del hombre infiel. Pero se conserva siempre: el aterrador llanto de la madre que busca a sus hijos.
Impresiona que la historia sea tan común a Latinoamérica, que encuentre nido en el folklore de cada pueblo. y es que una madre que llora a sus críos desaparecidos parece la constante paralela a la historia de las Américas.
Las Madres de Mayo en Argentina, las de Calama en Chile, las de Soacha en Colombia, Las Madres buscadoras de Sonora en México, todas son lloronas que asustan con su ferocidad y constancia, todas son mujeres que gimen en las noches y que espantan con su coraje.
Es probable que la leyenda de la mujer que vaga en los campos, haya cambiado el origen de esa ausencia para sintonizar mejor los discursos de gobiernos oscuros como la noche, que antes de afrontar las culpas que los acosan, han optado por satanizar a las mujeres que los increpan; es probable que la figura de la llorona hable más bien de mujeres con fuerzas sobrenaturales para derrocar desde el poder del útero vacío y de la mama que ya no alimenta.
En las islas las lloronas caminan sobre el mar, y si se hace suficiente silencio en las noches de luna, sobre la bahía se pueden escuchar los lamentos de quienes buscan entre los botes los hijos que no volvieron de la faena.