Para que los gobiernos de los países dominantes y de los grandes poderes globales del capitalismo mundial, tomen en serio a Colombia, es necesario que en nuestro país emerja una sociedad estable, que construya unos consensos mínimos alrededor de la inclusión en una nación diversa, con claridad meridiana sobre la clase y la calidad de democracia que la rige, su economía y su futuro.
Gustavo Petro Urrego, en su condición de Presidente de Colombia, ha puesto nuestro país en la agenda mundial -hasta donde esto es posible para un país dependiente-, con varios temas importantes como, la lucha contra los cultivos de uso ilícito, la producción y tráfico de cocaína y el lavado de activos; la posición geoestratégica de Colombia, en correspondencia con la posibilidad de mejorar el comercio mundial a través de un canal seco interoceánico (trenes), y su ventaja comparativa al construir puertos profundos a ambos lados de sus dos costas; su posición geográfica como país incluido en la región de la Amazonía, y su importancia en la lucha contra el calentamiento global; y por supuesto, el tema de la violencia interna, la construcción de paz y su impacto en la región.
En el marco de estos y otros temas, el Gobierno Nacional, ha colocado las relaciones internacionales, en el nivel de importancia que corresponde a un país que requiere de apoyo y colaboración internacional para salir de sus problemas, y gestionar nuevas relaciones de comercio, para tratar de estabilizar la balanza comercial, de tal forma que la producción interna se dinamice, se mejoren las exportaciones y en consecuencia los ingresos. En ese contexto, el presidente se propuso, con la reciente visita a la República Popular China, persuadir a Xi Yinping, su presidente, de mejorar las inversiones y las relaciones de comercio, para promover el desarrollo colombiano y vincularse a las tareas de consolidación de la paz interna.
Seguramente en relación con la construcción de la Paz Total, propuesta que cuenta con el respaldo de las Naciones Unidas y que se ratificó con el mantenimiento de la Misión de Verificación, y la ampliación de su mandato en las mesas de diálogo actuales, los países miembros del Consejo Permanente de Seguridad, no asumirán otra responsabilidad mayor, pues las grandes potencias difícilmente toman partido en problemas locales, a no ser que estén en juego sus intereses económicos o para justificar la renovación de armamentos y mostrarse los dientes, una práctica que China no ejerce, seguramente por su inutilidad estratégica.
Para acercarnos un poco más al papel que Colombia está jugando, y lo qué podemos esperar de la comunidad internacional, es preciso intentar comprender la forma en que los países dominantes se repartieron el mundo, y cómo surgió la globalidad bipolar o unipolar.
Producto de la Gran Guerra Europeo-Japonés (1938-1945), los vencedores conforman dos bloques antagónicos o polos de atracción política y económica. La llamada guerra fría que continuó, fue la intérprete de la fuerte tensión entre el sovietismo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas – URSS y el capitalismo de los Estados Unidos de América -EE. UU. En este interregno de más de 50 años, EE. UU. se transformó en superpotencia económica y militar, mientras que la URSS implosiona y desaparece como modelo de estado y sociedad. EE. UU. convierte en aliado estratégico económico a Europa y Japón, como una manera de contener la ideologización soviética, y luego apuntalaría tal propósito al promover la modernización capitalista de China y el sudeste asiático y sitiar al sovietismo, hasta aniquilarlo económicamente.
La hegemonía de los EE. UU. en los últimos 30 años produce la globalización comercial neoliberal y la revolución tecnológica digital, pero la posibilidad de un mundo global bipolar (EE. UU. y China) no emergió o no ha terminado de emerger. Tampoco el proyecto de una Unión Europea transformada en superpotencia económica y militar se consolidó. El desarrollo de los acontecimientos mundiales en el presente, nos confirman que seguramente el mundo global Unipolar de los EE. UU. no podrá mantenerse a futuro sin aliados económica y militarmente poderosos, y esa visión parece estar en crisis para la superpotencia, tras los problemas perturbadores de su estabilidad interna.
Latinoamérica, no participó en el desenlace estratégico de la Segunda Guerra Mundial, y solo logró incorporar a su política interna la Doctrina de Seguridad Nacional antisoviética, lo que dio como resultado, su evidente incapacidad política para construir modelos democráticos profundos y solidarios. Hoy contamos con una región cuya unidad sociológica desde las tradiciones y las lenguas mayoritarias, el castellano-portugués, no ha alcanzado para pensar un destino común. De allí la obstinación del presidente Petro y otros mandatarios progresistas regionales, en avanzar hacia objetivos comunes que hagan posible una mayor estabilidad, superar las brechas de inequidad y de empobrecimiento de grandes capaz sociales, transformar el modelo económico neoliberal, recuperar la soberanía de los Estados y el protagonismo independentista del siglo XIX.
Así como nuestra independencia del colonialismo español fue la consecuencia de la integración entre los ejércitos patriotas de Bolívar y San Martín, las naciones que emergieron deben participar en su conjunto en la solución colombiana de un problema político originado en el rol que comenzaron a jugar, luego de la última guerra global; la sustitución de la Doctrina de Seguridad Nacional, por una que privilegie el apoyo a la profundización democrática y la garantía de los Derechos Humanos; la definición de una agenda económica y ambiental que resulte vital y le impulse hacia su integración regional y el crecimiento capitalista, mediante un plan de impulso a sectores estratégicos de la economía, tales como, las energías limpias e interconectadas, la reconversión industrial del petróleo y los metales, el acceso a la tierra y a maquinaria para producción agroindustrial, la modernización de las infraestructuras de transporte de carga, la conservación de bosques nativos selváticos; y el impulso a una cultura societal amante de la Paz, los derechos y los deberes ciudadanos, y el fomento a la educación, las tecnologías y las ciencias.
Como proyecto histórico, la Colombia de ayer y de hoy está sujeta a la unidad latinoamericana y también caribeña, derivada de una agenda común desde la cual avizorar una sociedad hermanada por la inclusión de lo ambiental y culturalmente diverso, la integración económica como bloque de comercio global, y un sentido de cooperación fundado en los Derechos Humanos. Indiscutiblemente la Paz de Colombia contribuirá a estas construcciones de la gran nación latinoamericana, por esta razón, quienes señalan y acusan de ineficiente o equivocada la gestión actual de las relaciones internacionales colombianas, lo hacen por desconocimiento de la realidad regional y mundial, o como estrategia ideológica ligada a sus intereses privatizadores, violentos y depredadores, pues queda claro que, no es posible una paz autárquica, y por el contrario, se debe involucrar a la comunidad internacional y especialmente a los países hermanos, en nuestro sueño de sociedad reconciliada, bajo un gran acuerdo nacional que irradie con sus beneficios a todo el planeta.