LA POLARIZACIÓN – Por: León Valencia, director – Pares

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Leí que la rectora de la Universidad Nacional, Dolly Montoya, señalaba su preocupación por la utilización que harían “los polarizadores” del anuncio de Márquez de volver a la guerra. Decía que estos aprovecharían para insistir en sus críticas al acuerdo de paz. Me llamó mucho la atención esta nota. Pocas veces había visto a alguien con mucho criterio decir que en algunas fuerzas políticas y personas hay una expresa intención de polarizar el país, y también porque le atribuye esta intención a quienes atacaron las negociaciones de La Habana y el acuerdo firmado con las Farc.

Sería injusto decir que el uribismo y sus aliados son los únicos que han impulsado la polarización del país. En distintos momentos Juan Manuel Santos y sus aliados, o Gustavo Petro y sus aliados, también han sido muy activos en la polarización. Pero tiene razón la rectora, el expresidente Uribe y sus seguidores son los principales gestores de la polarización y quienes más se han beneficiado de ello.

Han sido además bastante astutos en esta tarea. Tanto en el primero como en el segundo mandato de Uribe lograron ubicar, a todos los que hacían oposición o criticaban al lado de la guerrilla y del llamado castro-chavismo, con ese expediente los sacaban de la característica de rivales legítimos y los situaban en la condición de enemigos jurados de la democracia.

En esa perspectiva metieron a las Cortes, a muchos periodistas, a la izquierda, a las organizaciones sociales y a uno que otro dirigente político de los partidos tradicionales que se atrevía a enfrentarse a un gobierno con altos registros en las encuestas de opinión. Pero en ese tiempo, los partidos tradicionales, con alguna disidencia temporal del Partido Liberal, acompañaron a Uribe.

Fue en el mandato de Juan Manuel Santos cuando la polarización se hizo carne y sangre de la vida colombiana. Uribe declaró traidor y enemigo jurado a Santos por el atrevimiento de poner en marcha un proceso de paz, y fue Santos el que recibió el bautizo de aliado de la guerrilla y castro-chavista insigne.

Amparado en esta bandera, Uribe hizo la más despiadada oposición política y les sacó el mayor jugo a estas ideas. Una parte del país le compró el discurso y la vida pública del país entró en una crispación que rivalizaba con la época que antecedió a la violencia liberal-conservadora de los años cincuenta del siglo pasado.

Lo que es extraño, muy extraño, es que después del triunfo de Duque, cuando el uribismo vuelve al gobierno, esta facción política insista en ser el más acuciante líder de la polarización del país. Lo lógico es que una fuerza en el gobierno trate de apaciguar los ánimos y buscar acuerdos para generar una gobernabilidad eficiente.

En efecto, al principio del gobierno de Duque hubo un intento de superar la polarización, pero la idea se abandonó cuando apenas transcurrían los 100 días de gobierno. En esta decisión influyen también, y de manera muy importante, los líos judiciales del expresidente Uribe. Piensa Uribe que contra él hay una conspiración de las Cortes y ve como solución una polarización donde todo parezca una persecución sin razones a la figura del líder.

Duque optó entonces por seguir los pasos de Donald Trump en Estados Unidos, de Jair Bolsonaro en Brasil y de otros gobernantes del populismo de derecha que en los últimos años suben al poder y se empeñan a fondo en mantener la crispación con todas las fuerzas políticas que no tienen una plena coincidencia con sus propuestas.

La polarización es un artificio, una exageración de las diferencias, una estrategia de falsas noticias y trilladas consignas para exacerbar el odio contra los contradictores políticos, para situar a los opositores en la vereda de la enemistad absoluta.

En esta semana han vuelto las versiones más extremas. Vieron, dicen, el proceso de paz era una farsa, era una entrega de Santos a las FARC que ahora queda al desnudo. El más duro es Uribe que propone, sin rubor alguno, “bajar de la Constitución todo el acuerdo de paz” deshacer todo lo firmado.

 


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