En las continuas conversaciones que entre amigos se suelen tener, lo más común es abordar temas de familia, de territorio, de amores, y en estos tiempos tan movidos, un eje que no puede faltar es la política electoral. Me atrevo a decir que existe en mí un rechazo a esta cuestión en particular, aunque soy consciente que es algo que debe competer a cada ciudadano. Pero la realidad es otra, al igual que yo, hoy en día hay personas a quienes no les gusta participar en escenarios que encierren este tipo de prácticas, ya sea por indiferencia o por recuerdos negativos de la política electoral. Quiero dar razón, que en mi caso, aplica lo segundo.
Como fruto de tantas autorreflexiones y de las veces que he repensado el porqué de mi negación hacia la política electoral, he llegado a asumir que es debido a como he experimentado el ejercicio de la misma en Guacoche, en mi territorio. Desde niña he conocido personas que por la estrechez de nuestras relaciones lograron ser parte de mi familia, un sentimiento que cualquiera que cohabite en una comunidad como la mía tiene la posibilidad de apreciar. En ese sentido he visto como cada cuatro años el pueblo se viste de murales publicitarios, presenciamos las visitas constantes de distintos candidatos ajenos a la comunidad que vienen a “dar a conocer sus propuestas”. Además, se percibe cómo cada familia construye un discurso acorde al candidato con el que simpatiza, ejercicio que ciertamente me parece necesario, y cómo las personas se muestran eufóricas ante cada elección que se aproxima. Se podría decir que viven una política electoral al máximo, siendo el tema de conversación en todos los lugares: en las parrandas, en el colegio, en las tertulias del parque, en las siembras, en el río, en fin, en todas partes.
Hoy estamos a menos de treinta días de las elecciones locales; en mi pueblo, a semejanza de otros lugares de Colombia, se repiten hechos y se repiten preguntas tales como: ¿con quién vas a la alcaldía?, ¿quién crees que gana?, ¿cuál es tu concejal?… Es precisamente en este momento cuando se notan las discrepancias irrespetuosas, generando rencillas que han cobrado muchas amistades y buenas relaciones. Es triste observar como personas que se han criado como amigos dejan que la mala canalización de sus emociones destruya vínculos que se creían consolidados, cómo familias enteras se segregan y cómo personas desconocidas logran propiciar narrativas agresivas, transmitiendo un odio que se ha ido naturalizando en las dinámicas comunitarias.
Nuestro país ha sido liderado por personas que se han encargado de erigir al odio como la forma preponderante y común de hacer política, lo que favorece los intereses privados de unos pocos que se acreditan la idea de que el pueblo vea a las elecciones como otro sitio de combate, lleno de provocaciones de todo tipo, violaciones de derechos y conspiraciones hacia la oposición.
Un logro que nos urgía y se debe tener presente es el Estatuto de la Oposición, el cual por fin en julio del año pasado y después de tantas acometidas pudo ser sancionado, respondiendo así al mandato de Constitución Política de 1991. Es necesario destacar que, pese a lo adelantado en la norma, aún seguimos viendo acciones que desprestigian, derrumban e involucionan a Colombia y a sus mecanismos de participación ciudadana.
No obstante es pertinente resaltar que las juventudes están evolucionando hacia un proceso político y económico renovable, que obedece a la conservación del medio ambiente, a fortalecer los liderazgos comunitarios y s la perpetuación de la cultura como base fundamental de todo colectivo, propiciando espacios alternativos y respetuosos para la reproducción de estas experiencias que favorecen a la convivencia y diversidad de pensamientos.
La invitación es a que las personas procedan a alternar sus pensamientos y sus discursos con los del otro y la otra. Que nos demos la oportunidad de escuchar de manera respetuosa las posiciones ajenas e incluso de discernir con las mismas. Recordemos que tenemos la soberanía de discrepar con lo que no estamos de acuerdo, generando relaciones contrarias empáticas donde podamos construir sobre lo que está construido, dejando atrás esos años de violencia que tanto marcaron a Colombia y aportando a una verdadera construcción de paz que se eduque en el pueblo y se robustezca en él.
Para terminar, no está demás agregar que es momento para que el pueblo tome consciencia del rol activo-critico que debe tener y adquiera la dirección de un proyecto de Nación que integre a cada uno de sus actores, dándole cabida a un territorio intercultural donde se atiendan las verdaderas necesidades sociales, político-económicas, ecológicas y exista la posibilidad de movilización para la exigibilidad de derechos y de la materialización de la responsabilidad social.