La reelección del presidente Petro- Por: Lucero Martínez Kasab-

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Estábamos en una pequeña reunión cuando una de las mujeres comentó que tenía una prima cuyo esposo la había maltratado toda la vida, una de las asistentes la apoyó diciendo que el tipo realmente era despreciable y mucho más ahora que la esposa estaba enferma casi al borde de la muerte, acto seguido, contó la última anécdota del pérfido esposo: su compañera le había suplicado que le aplicara un poco más de calmante para aliviar los dolores de su enfermedad, el esposo le respondió que no, que no era conveniente pues, hacía poco tiempo le habían aplicado una dosis y que otra tan cercana era peligrosa porque, la podía volver adicta.

En un instante, como suele suceder con las asociaciones en el inconsciente, vino a mi memoria el cuadro Violencia del más grande pintor colombiano, Alejandro Obregón –no es Botero, tan repetitivo-, donde un tono claro en la parte de arriba como un cielo nublado se encuentra con un horizonte que delinea en tono marrón la geografía de un territorio que, en un instante, es el relieve del cuerpo en gestación de una mujer con un seno en alto como la Sierra Nevada, el rostro cruzado por pinceladas como cicatrices, sus ojos cerrados denuncian un profundo dolor, su muerte, la muerte de la tierra.

El pintor Obregón nació en Barcelona, España, de padre barranquillero y madre española, lo trajeron desde muy niño a Barranquilla, Colombia. A tono con los acontecimientos sangrientos en nuestro país a partir de 1948 que marcaron la época llamada Violencia decidió hacer el cuadro con ese nombre, el que ganaría el Premio Nacional de Pintura en el XV Salón Nacional de Artistas de Colombia. La obra es una protesta hermosamente dura contra la barbarie a través de las curvas geográficas de una mujer injuriada y preñada cuando aún no aparecía el feminismo en nuestro país, ni de lejos se hablaba del cuidado de la naturaleza; son los artistas, siempre, quienes resuelven los sucesos de la cultura desde la sensibilidad, antes de que aparezca la ideología.

Para mi tristeza y para la de millones de colombianos la reelección del presidente Petro que tanto necesita Colombia para pasar del otro de este pantano en que nos sumergió la derecha, quedó atrapada dentro de la formalidad de la ley, como quedó atrapada la mujer adolorida dentro de la formalidad de la ley médica. Cuando más necesitaba esta tierra herida, enferma, exánime dibujada por el maestro Obregón con toda la intensidad de sus fuertes manos que el presidente Petro la siguiera llevando corriendo, cargada en sus amorosos brazos, como lo ha hecho durante estos dos años a todas las urgencias de salud, de justicia, de economía, de medio ambiente, de educación…, para salvarle la vida, ofreciendo él mismo su vida por ella…, se atraviesa la ley, la Constitución, para negarle la continuidad de su fiel cuidado; de manera que él debe entregarla con el dolor de su alma sabiendo que le sobra amor y fuerzas para seguir curándole la paz fracturada, los páramos invadidos, los pulmones incendiados, la corrupción extendida por todos los órganos y la justicia purulenta; mientras tanto, el pueblo lo acompaña recibiendo las reformas que el presidente impulsa y, a la espera, de que el progresismo concrete la organización de una Asamblea Popular Constituyente fiel al concepto de que el pueblo es soberano, como lo amplía Antonio Negri al decir, El poder constituyente está unido a la idea de democracia como poder absoluto. Así, pues, el poder constituyente como fuerza impetuosa y expansiva es un concepto vinculado a la preconstitución social de la totalidad democrática.

Sin embargo, el tiempo pasa, y las esperanzas de que los líderes del progresismo organicen al pueblo en todo su derecho a decidir sobre su destino que incluye la renovación del Congreso, la Procuraduría, la Fiscalía, a la justicia toda entre otros cambios importantes, se van disipando dentro de las circunstancias políticas que vive el país que lleva al progresismo a la resignación de no pasar esa raya que la oposición le trazó. Falta, además, cohesión dentro de esta fuerza nueva en el poder que aún no tiene un frente común definido; se le suma, un cierto grado de escepticismo en las bases -definitivas para una asamblea popular- que se han sentido un poco abandonadas por los congresistas; tal vez, falta maduración de todas las partes.

Por otro lado, muy a pesar de la oposición, que vaticinó que Petro no sería presidente y que, cuando lo fue, le auguró que no haría mayor cosa, hoy, con todas las zancadillas del uribismo en los medios de comunicación que maneja a su antojo y en las instituciones, entre ellas, la que fuera una suprema Corte, el presidente está logrando notables aciertos en su Plan de Gobierno como ejecutivo que concreta, que resuelve con iniciativa y creatividad desde su profesión de economista y, además, un cambio en algo intangible, pero decisivo dentro de un país: está modificando ostensiblemente la visión del mundo dentro de la gente, nos deja más compasivos, más críticos ante una oposición depredadora; por eso duele su partida porque, nos estaba modificando rasgos psicológicos malsanos inoculados por el uribismo.

De todas las facetas del presidente Petro hay una en especial que me conmueve y que es el eje de toda su política, la que debe ser el Norte para los futuros políticos en las noches oscuras o llenas de estrellas que, si no la aprendemos, el país perderá este impulso inmenso que él nos ha dado en tan sólo cuatro años como si fueran cincuenta en el andar parsimonioso, corrupto e indolente de la derecha -en el mejor de los casos-; es la pregunta que él siempre se hace sencilla y simple, como son las cosas más importantes de este mundo; ante el río que se desborda, ante el mar que se toman los piratas, ante la muerte de los niños, ante la tierra sin siembra, el hospital que destrozan, el viejo sin pensión y el estudiante sin colegio interroga, ¿y, el pueblo? Porque, es la gente pobre, oprimida, sufrida la inspiración de todas sus reflexiones, discursos y acciones para ampararla. Por eso no se deja provocar por las elecciones en Venezuela ni por los uribistas ni siquiera por su propio gabinete porque, para él no está en juego su orgullo personal, su ego, como hoy se dice, sino el pueblo de la frontera, del centro, de las llanuras, de los territorios insulares; lo de él es un amor leal, a toda prueba, por el pueblo.

Es ese amor genuino por los desposeídos lo que le ha permitido soportar el dolor de no criar a sus hijos, de desarmar su familia, de aguantar la cárcel y las torturas, de leer incansablemente para llenarse de argumentos en sus debates, de sentarse frente a Uribe para tratar de pactar la reconciliación nacional después de que este le dijera tres veces asesino en pleno Congreso y, que se mantuviera imperturbable en su silla en la campaña del 2022 hasta donde se le fue Juan Manuel Galán, como un patancito de barrio a increparlo, invadiendo los límites del espacio personal del hoy presidente de Colombia. El pueblo ha sido su Norte que lo impulsa hacia adelante y de donde no lo mueve nada ni nadie.

Gustavo Petro entregará a su amada Colombia fortalecida, con los signos vitales estables, con los ojos brillantes y la mente más lúcida a otros brazos, tal vez a una mujer médica que entiende, perfectamente, lo que es recibir en el turno de una unidad de cuidados intensivos a una paciente con la promesa de un embarazo, a la que un eminente especialista le ha devuelto la vida. O, tal vez, la reciba otra mujer también profundamente compasiva con el territorio, con la naturaleza toda de Colombia que es también su gente. O, Tal vez, sea otro hombre quien la tome en sus brazos para cuidarla con la tenacidad de su lucha desde la niñez en la calle vendiendo gorras, desde el padecimiento del desamparo que lo hizo fuerte, honesto, sincero y también entregado al pueblo. O un caballero, jurista eminente, que ha sido capaz de enfrentar al narcotráfico como ningún ministro hasta ahora.

La mujer tendida en la cama como la pintura Violencia de Obregón suplicó por una dosis de calmante, el esposo se la negó…, por fin le pregunté a la amiga que contaba la anécdota, ¿y, ¿tú qué hiciste?, ahí mismo me le emberraqué al marido, ¡aplíquesela!, ¡carajo! …, y se la aplicó.


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