No había cumplido un año de haber nacido cuando en el país se hablaba de un acuerdo de paz con el Ejército Popular de Liberación (EPL), guerrilla maoísta que tuvo una incidencia muy fuerte en nuestro departamento. Nací en medio de esa fugaz esperanza de paz. No había cumplido 10 años cuando Córdoba era de nuevo castigada por la violencia, esta vez paramilitar, de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU), quienes tomaron el dominio de la región para luego expandirse por gran parte del país. La esperanza en medio de la que nací duró poco. Mi infancia estuvo rodeada por niños y niñas de mi edad que no entendían la guerra, pero sí la sufrían: amenazas, desplazamientos, asesinatos, extorsiones y reclutamiento.
Aún era menor de edad cuando Santa Fe Ralito, corregimiento del Tierralta, en el Alto Sinú, se convirtió en el centro de la prensa nacional e internacional. De nuevo en Córdoba surgía la esperanza de ponerle fin a la violencia paramilitar. Alrededor de 32 mil integrantes se desmovilizaron entre 2004 y 2006. Se anunció con bombos y platillos el fin de las Autodefensas Unidas de Colombia. Veinte años han pasado desde el comienzo de aquellas negociaciones y mis hijos nacieron también escuchando de la implementación de un acuerdo de paz. Córdoba también fue sede para la dejación de armas y desmovilización de la guerrilla de las FARC; un grupo de ellos decidió hacer del departamento su hogar para el proceso de reintegración en la vereda Gallo, también en Tierralta.
De esta historia, ¿qué le ha quedado al departamento? Nada. Víctimas que no han sido reparadas, comunidades fragmentadas y llenas de miedo, nuevos actores armados que hoy azotan el departamento, atraso en infraestructura e industria y un campo olvidado. Esto, entre otros muchos males que principalmente se reflejan en generaciones que heredan la violencia y la desesperanza. En Córdoba hemos sido laboratorio de guerra y conflicto, pero vamos a poner todo nuestro esfuerzo en transformar esta historia y convertirnos en un “Laboratorio de paz”.
“Laboratorio de paz” no es construir un edificio, es establecer la ruta para acabar con la guerra, con un enfoque regional altamente participativo. Para esto se necesitan 4 cosas que, se dicen fácil, pero que requieren mucho esfuerzo y voluntad: memoria, diálogo, justicia y desarrollo.
Memoria para comprender nuestra historia y no repetir los errores que nos mantienen en esta espiral de violencias. Una memoria desde diferentes actores y sin tintes políticos. Una memoria con contexto y colectiva.
Un diálogo incluyente y regional en el que confluyan todas las fuerzas del territorio, incluso los actores que no están en la legalidad, donde nos podamos mirar de frente, a los ojos; expresar nuestros sufrimientos y llegar a acuerdos. Por supuesto, con las víctimas como protagonistas, pero también todas las poblaciones que han tenido que resistir la guerra pero que ya no resisten más.
Una justicia restaurativa que establezca sanciones que nos ayuden a la reparación simbólica, y principalmente, a la construcción de una cultura de paz. Donde sujetos de reparación colectiva como la Universidad de Córdoba sean los verdaderos gestores de paz.
Finalmente, el desarrollo, principalmente el desarrollo rural; tenemos que impulsar planes de desarrollo con enfoque territorial y llevar al campo de Córdoba a otro nivel con una agenda de competitividad y una visión prospectiva que marque la ruta de transformación del departamento para los próximos 30 años.
Sueño con que las nuevas generaciones en Córdoba no crezcan como la mía: entre esperanzas y frustraciones, en medio de la miseria de la guerra. Sueño con que mis hijos y los de todos los cordobeses puedan tener proyectos de vida en nuestro territorio. Sueño con que pronto, las luchas de mi generación sean la sostenibilidad ambiental, las energías renovables, la inclusión social, la igualdad de género, y no las luchas por la paz que seguimos heredando y que debemos frenar para no transmitirla a nuestros hijos también.