Las dos profecías- Por: Miguel Macea Martínez

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Aun no puedo olvidar aquellas proféticas advertencias hechas por dos ilustres jóvenes del siglo pasado  muy conocidos por sus méritos. Las suspicacias de sus aseveraciones, hoy se ven dadas tal como las expusieron, y por ello cabe el agradecimiento eterno por habernos permitido saber lo poco que conocemos de los dos temas planteados.

El primero en hacerlo fue Julio Oñate Martínez, ingeniero agrónomo de excelentes calidades científicas, enamorado como pocos de la naturaleza, además acordeonista compositor, parrandero y buen amigo portador de muchas tradiciones provincianas que ejemplariza con su comportamiento.

Julito, como le llamamos por cariño quienes le conocemos y admiramos, pronosticó ha debido tiempo la llegada anticipada del irredento desierto guajiro al ver  la falta de cuidado que observaba en el fértil valle del Cesar, donde la deforestación, producto  de la voraz destrucción de sus extensos bosques, el acabose de sus ríos y la acción descontrolada ejercida sobre la fauna y la flora, y en fin de todo el ecosistema.

La rogativa vociferada por Oñate en su canción «la Profecía”, alcanzó a ser vencedora dentro el producto de la canción inédita para el festival de 1987, y escuchado por el desierto que ya hacia su entrada a los lares de esta prodiga región.

Igualmente, también lo hizo Alfonso «Poncho» Campo Soto, dos años después, ocasión en la cual aspiró a la Gobernación del Cesar, cargo que se estrenaba mediante el voto popular, dentro de la alternativa democrática que brindaba la constitución de 1991.

«Poncho» como le llaman sus amigos visualizó el porvenir político del Cesar al observar el peligro que se nos venía deduciendo que el talante de su adversario era mínimo, concluyendo sin mayor análisis que los hombres públicos debían ser el espejo para todo y además, la pureza de su conducta eran las cuotas iniciales del desarrollo fracaso del ente a dirigir.

Todos los sectores ideológicos que existían para esos momentos los entendieron, pero valió más la arrogancia de sus opositores para llegar al cargo los que pusieron en el mercado electoral todo el dinero y las prebendas necesarias, al verse de sus ambiciones aun careciendo de capacidad para hacerlo. Hoy, la realidad lo demuestra y el Cesar sucumbe ante su propio fracaso.

Lamentablemente, el desierto guajiro invadió la tierra de promisión esa que era admirada por todos y criticada por pocos, hoy vemos el acabose del ubérrimo valle, el más prodigo que existe en la Costa Norte Colombiana.

Igualmente, a la corrupción administrativa también sentó domicilio en la administración pública regional, dándole la razón a ese imberbe que a su debido tiempo advirtió, y a quien no se le prestó atención la momento del aviso.

Es cierto entonces, que toda sociedad tiene el medio natural y el gobierno que merece cuando no se advierten las precauciones que se hacen a  tiempo.


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