El presidencialismo como modelo democrático está fundado en el poder electoral; es decir, en los votos del pueblo que le apuesta a un programa de gobierno. No en vano se habla tanto del mandato concedido por el pueblo al elegido a la presidencia para que desarrolle a cabalidad su programa, y cumpla con las promesas hechas en campaña.
De tal suerte, al posesionarse el presidente y al conformar su gabinete, debe tener en cuenta dos situaciones. La primera, es asegurarse que dicho equipo de gobierno esté realmente comprometido con la realización de las tareas signadas para garantizarle al pueblo el cumplimiento de lo prometido en campaña. Y la segunda, porque ello asegura el cumplimiento de la primera, consiste en integrar a quienes hicieron parte de la estrategia electoral.
En efecto, aunque los presidentes se acompañen de asesores meramente técnicos y hasta de sabios conocedores de las necesidades de cada sector del gobierno, es menester que también se aseguren de incorporar a quienes coadyuvaron en el éxito electoral con la consecución de votos.
El día 4 de febrero, en la reunión del concejo de ministros pudo apreciarse -por encima de las impertinentes reclamaciones de algunos integrantes del gabinete, y por encima de las opiniones de quienes tienen intereses, unipersonales o de partido, en que al gobierno le vaya mal- fue a un presidente consciente de la lealtad con aquellas personas que le acompañaron en la construcción de su programa presidencial, y -con cierto grado de objetividad pragmática- su lealtad con quienes le ayudaron en la consecución de votos para su triunfo electoral.
Y subrayo esto, porque la mayor parte de los petristas, tanto como los amigos y enemigos del gobierno, han visto en Benedetti a un chantajista, porque borracho -en una conducta más de un costeño bullanguero que de un atildado cachaco de corbata- reclamó con exigencia amenazante, basada en la alta contribución económica y electoral que hizo a la campaña, su participación en el alto gobierno.
De hecho, la vicepresidenta Francia Márquez, por ejemplo, obtuvo en su campaña de elección setecientos mil votos de los once millones que se necesitaron para ganar. De igual manera, es muy sabido que algunos otros ministros ni siquiera participaron en la campaña electoral o no alcanzaron a conseguir al menos cien mil votos. Mientras que el hoy jefe del despacho de la presidencia, Armando Benedetti -como bien lo sabe el país entero y los medios de comunicación- consiguió un estimable porcentaje de votos -tal vez tres millones de los once millones alcanzados por el entonces candidato Gustavo Petro. En tal suerte, querámoslo o no, Benedetti es alguien con legítimo derecho a desempeñar un apreciable cargo en la tarea de administrar al país.
Por su parte, Laura Sarabia -hoy ministra de relaciones exteriores- a quienes muchos le resienten que sea nueva, que no haya combatido en el M19, que no se haya dado la pela como se dice con las posiciones de la izquierda y que no haya estado ni siquiera acompañando a Petro, como muchos lo vienen haciendo desde hace veinte o treinta años, estoy seguro que vislumbró al presidente Petro por su incuestionable inteligencia, y su capacidad para entender lo correspondiente al trasunto político, como es evidente en su efectividad y eficacia en eso de coordinar a los funcionarios del gobierno y, especialmente, en su palmario compromiso con el pueblo, sacando adelante proyectos del presidente que por primera vez están concebidos para beneficiar, no a individuos ricos y de poderío unipersonal, sino a la colectividad desprovista de riqueza y poder.
Esas dos situaciones, “la realización de las tareas signadas para garantizarle al pueblo el cumplimiento de lo prometido en campaña” y la “incorporación de quienes hicieron parte significativa en la estrategia electoral”, creo que han puesto a Gustavo Petro frente a una decisión administrativa caracterizada por la lealtad y por sus ganas de que el gobierno funcione en pro del pueblo. Lo demás es pura alaraca de politiqueros y de los medios de comunicación comprometidos con los grandes empresarios y con los poderosos políticos que antes del gobierno del presidente Gustavo Petro, hicieron de este país un narcoestado.