El próximo martes 29 de junio la Comisión de la Verdad presentará su informe y recomendaciones frente a múltiples temas que tienen que ver con la apropiación de lo vivido y las tareas a desarrollar para garantizarle a la sociedad colombiana, a toda, que no vamos a volver a vivir los horrores de las múltiples violencias organizadas, que desafortunadamente persisten en nuestro presente.
Esta semana vimos y escuchamos al último secretariado de las FARC reconocer las barbaries del secuestro y hace seis semanas habíamos escuchado a un grupo de militares reconociendo la barbarie de las ejecuciones de civiles que fueron hechos pasar por guerrilleros muertos en combates ficticios. Ambas barbaries han vulnerado la dignidad humana e infringido sufrimiento a miles de personas, sus familias y sus entornos comunitarios. Y solo son dos casos de un amplio abanico de victimizaciones infringidas por unos y otros, actores estatales, insurgentes, contrainsurgentes.
La Comisión de la Verdad ha hecho la tarea, generó diálogo, reflexiones, reconocimientos, documentación, valoraciones múltiples de este largo ciclo de violencias que poco a poco hemos superado en las últimas tres décadas, pero que aún persisten en una buena parte de la geografía nacional, ya no con la magnitud que tuvo hace dos décadas, cuando tuvo su mayor presencia en la mitad del país de manera sostenida. Hemos ido de la mitad a una quinta parte de los municipios con presencia del conflicto, y para nada es un tema marginal, así para muchos ya estemos en un postconflicto, nada más alejado de la realidad.
El informe que nos presente la Comisión de la Verdad nos debe servir como un guion para que las nuevas generaciones se apropien de una lectura de lo vivido: qué conflictos vivimos, por qué se explican, cómo evolucionaron, por qué persistieron, qué sufrió la sociedad, quiénes lo sufrieron, qué perdieron los que lo sufrieron, quiénes ganaron, qué ganaron, cómo lo ganaron. En fin, son muchas las preguntas que deben ser resueltas por este abarcador informe de una Comisión de la Verdad que surgió del Acuerdo de Paz firmado entre el Estado colombiano, representado por el gobierno del expresidente Juan Manuel Santos y las FARC-EP, en 2016.
La Comisión de la Verdad quizás no nos diga nada nuevo, quizás lo que diga ya haya sido dicho, pero lo que diga y cómo lo diga tendrá la fuerza de su majestad, de ser una instancia que ha tenido el mandato de construir un relato argumentado, consistente, riguroso por su base documental, testimonial, de evidencia, de pesquisa e investigación, ligando la voz de las víctimas, de miles de víctimas, de víctimas muy diversas en su procedencia y condición social, con el ejercicio de un amplio grupo de académicos, investigadoras e investigadores que han construido este relato que es el informe final.
Este informe será referente para la acción política por la construcción de un orden de convivencia democrático, por la vigencia de un estado social y de derecho que hoy no rige en todo el territorio nacional, por la superación de las violencias que persisten. Sin duda que en lo que nos proponga la Comisión de la Verdad en su capítulo de recomendaciones tendremos formulaciones de hondo calado, para llevarlas a la realidad.
Muy seguramente este informe será polémico, y ojalá que así sea, muy seguramente será un informe que deje insatisfechos y crispados a muchos actores, ojalá sea así. El termómetro de una tarea bien hecha por este gran equipo que ha liderado la Comisión de la Verdad está en que no guste plenamente ni a derecha ni a izquierda, ni a las élites tradicionales de poder ni a ese variado mundo social que ha sufrido la victimización. Si la insatisfacción cunde en tirios y troyanos, quizás sea un indicador de una tarea bien hecha.
Ya veremos el informe y sus recomendaciones y tendremos oportunidad de comentarlo.