Los eruditos habladores de ‘monda’- Por: José Rodríguez

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El escritor Luis Guillermo Martínez cuenta en su documental ‘La mondá’ que «el origen más lógico de esta palabra viene del verbo «mondar», que significa pelar. Pero los costeños decidimos acoger otra teoría, una más colorida: según leyendas locales, esta palabra cobró vida cuando las prostitutas francesas llegaban al Caribe a buscar fortuna con los comerciantes en los burdeles, y se encontraban con la privilegiada y exuberante dotación física de los negros, interesante encuentro de dos mundos. «¡Mon Dieu!»-¡Dios mío!- expresaban las extranjeras.

Pero su significado también depende de las circunstancias y va más allá de lo carnal y expresiones como «eso es mondá», califica algo como negativo, mientras que «¡Tal cosa es la mondá!», es todo lo contrario.

Decía Gabriel García Márquez, al describir al Caribe Colombiano, que esta parte del país era producto de las consecuencias históricas del libertinaje. «¿Tú sabes cuál es el problema del Caribe? Que todo el mundo se vino a hacer aquí lo que no podían hacer en otros lados y esa vaina tenía que traer sus consecuencias históricas».

Tal parece que ‘Gabo’ tomó de ejemplo a Cartagena para generalizar lo que muy bien conocía: la magia del despelote que sólo podia producir una tierra como «La Heroica».

Nadie como él para explicar el efecto de ser desterrados por nuestra propia idiosincrasia del orden y la organización. Justo de lo que han carecido todos nuestros gobiernos distritales, y quizá hasta la ciudadanía misma, que poco o nada reconoce el concepto de identidad, cultura o disciplina.

Pero no quiero seguir este trajinado escrito con rimbombantes ideas de alto abolengo sin que entendamos una ‘vaina’ tan simple como el concepto de idiosincrasia.

En latu sensu, la idiosincrasia es «el conjunto de ideas, comportamientos y actitudes particulares propias de un individuo, grupo o colectivo humano. Comportamientos o formas de pensar y actuar que caracterizan a una persona»

Si me preguntaran que nos identifica como cartageneros y bajo qué palabras nos describiría, sería algo como que: somos alegres, querendones, solidarios, desinformados, desordenados, jocosos, sociables, chabacanes y excesivamente distraídos. Tan distraídos hemos sido, que no nos hemos dado cuenta de dónde venimos, ni hacia dónde vamos.

Quizás ustedes que están leyendo también se pregunten, ¿Para dónde vamos en este escrito? ¡Esperen ahí!, ya les cuento.

Con la llegada del famoso covid-19, llegó el reusó de frases como, «indisciplina Social» o «falta de cultura ciudadana» para darle explicación a los altos índices de contagio que tiene Cartagena, sin mencionar que nuestra red hospitalaria es una oda a la corrupción y malos manejos históricos. Pero eso es harina de otro costal.

Vayamos a lo importante. Me atreveré a explicar por qué somos distraídos, desordenados, entre otros que seguro seguiremos siendo, producto de nuestra idiosincrasia.

De acuerdo con la encuesta de percepción ciudadana ‘Cartagena Cómo Vamos’, entre el 2005 y el 2011, el nivel de sentimiento y orgullo de los cartageneros en torno a su urbe se mantuvo alto: siete de cada 10 personas afirmaron sentirse orgullosas de su ciudad.

La satisfacción con Cartagena como ciudad ideal para vivir se mantuvo en el mismo nivel desde el 2008, cuando el resultado fue sólo un dígito más bajo y seis de cada 10 personas se encontraban satisfechas con la ciudad.

Al calificar la convivencia y la responsabilidad ciudadana ante el acatamiento y respeto por las normas básicas de convivencia, respeto hacia la autoridad y la regulación del propio comportamiento, la mayoría de las personas coincidieron que estamos entre «mal y muy mal», con una calificación por debajo de 3.0/5.0.

Ahora, si preguntamos por el incumplimiento de normas como respetar las señales de tránsito o no agredir a otras personas, frente a la probabilidad de ser castigados por las autoridades, la calificación es «baja o muy baja».

¡Háganme el bendito favor y me explican esto! Somos un desastre como ciudad, pero aún asi nos sentimos en el olimpo del orgullo ciudadano por vivir en medio del caos cartagenero.

Lo anterior, sin tener en cuenta que el último intento de diagnóstico serio hecho en esta ciudad para medir nuestro nivel de cultura ciudadana fue realizado en el 2010 por ‘Corpovisionarios’, la famosa consultora de Antanas Mockus. ¡Sí!, hace una década.

Dicen los expertos que los resultados en materia educativa asociados a la cultura y a la disciplina, requieren esfuerzos planeados y aplicados en el tiempo y espacio. El abstracto de nuestro comportamiento no es producto de días ni de semanas, por supuesto que no, es producto de generaciones y generaciones enteras que deben absorber conocimiento, ponerlo en práctica y lograr hacer el análisis consciente de la lógica del bien y el mal, correcto o incorrecto, procesarlo y depurar el comportamiento, para luego quedarse con lo que asocia o lo que se concibe como bueno y culturalmente adecuado, y al final poder trasmitirlo a las siguientes generaciones. Eso no es más que la educación que trasmite un padre a un hijo. Emisión de conceptos de una generación a otra.

¿Leyeron todo lo anterior? ¿Sí logramos entender la relación entre el caos en el que vivimos y lo cómodo que estamos? Pareciera a simple vista que «nos gusta el mal como al burro», pero no es tan así.

Venimos sufriendo en silencio el flagelo de la exclusión, la diferencia abismal de clases, no de estratos, y una puta desigualdad que nos viene sacando del mapa poco a poco.

Lo que me carcome la cabeza, no me deja dormir y que sin duda alguna oxida la sangre de quienes intentamos darle respuesta a nuestro histórico comportamiento, basado en el desorden, el caos y la indisciplina social, es que no hemos entendido que somos un pueblo producto del saqueo y la sumisión esclava de la colonia; la gentrificación y expulsión de sus nativos hacia el «hinterland» que bordeaba las murallas; una historia reciente llena de corrupción política, que ha feriado el presupuesto más importante para el desarrollo de los pueblos: el presupuesto de la educación.

A la sociedad cartagenera le ha tocado vivir entre la pobreza, pobreza extrema y bajos niveles de cobertura educativa, con altos índices de deserción escolar y desnutrición infantil. No contentos con esto, el número de niños que recibe la educación pública de «calidad», que son alrededor de 95 mil, deben salir convertidos en científicos dando clases en salones con temperaturas altísimas y carentes de estética en su infraestructura, y por supuesto con la ñapa que no puede faltar, aulas de clases que se inundan con el primer sereno del año, situaciones familiares y sociales adversas que influyen en la decisión de no seguir con algo que a la larga terminan por creer que no les servirá para nada en la vida que ellos ya están acostumbrados a vivir, pero que no debemos normalizar.

Le pedimos lavado de manos a una sociedad que en su 40% no cuenta con alcantarillado o acueducto. Le pedimos distanciamiento social a una sociedad donde se crían y conviven más de siete personas en casas de una o dos habitaciones y le pedimos disciplina a quienes se vuelan el semáforo en rojo, o a ciudadanos que cruzan la calle por debajo de los puentes peatonales.

Pero lo único que nos aqueja no es la educación. Cartagena presenta desigualdades sociales en la apropiación del espacio público. Mientras que el 64% de los cartageneros de estratos medio/alto visita el Centro Histórico al menos una vez por semana, tan sólo el 35% de los cartageneros de los estratos bajos tienen la posibilidad de hacerlo. De igual forma, es evidente en estudios realizados que los estratos 5 y 6 son quienes más acuden al Centro por razones de esparcimiento, mientras que sólo el 28% de la población de estrato medio o bajo lo hace por esta misma razón.

No podemos seguir creyendo que la cultura ciudadana y la disciplina social surgen de la nada, pero si debemos insistir en que debemos formular y diseñar una política pública seria, que perdure en el tiempo, se fortalezca, y que nos ayude a construir una nueva ciudadanía.

Mientras eso no pase, seguiremos exigiéndonos más de lo que hemos recibido, y siempre terminaremos culpando a los pobres indisciplinados de las desgracias de la inculta ciudad en la que vivimos, donde «los más educados» nunca sabemos qué pasa, mientras posamos de eruditos y de «habladores de mondá».

Adenda: Perdonen si soy ofensivo, pero la cultura es disruptiva y la ignorancia es atrevida, y yo encajo perfectamente en lo segundo.

 

 


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