«Los latinoamericanos deberían estudiar cómo los chinos lograron sacar adelante ese país»: Sergio Cabrera, el cineasta colombiano que militó en las milicias de Mao en China

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Por: Daniel Pardo- Corresponsal de BBC Mundo en Colombia

La vida de Sergio Cabrera, uno de los cineastas más importantes de Colombia, podrían ser muchas vidas.

Nacido en Medellín en 1950, pasó su adolescencia en China durante la implacable Revolución Cultural de Mao Zedong en los años 60. Y la experimentó a fondo.

Estuvo internado en un colegio chino, donde aprendió a dominar el mandarín, vivió en el Hotel de la Amistad de Pekín junto a decenas de revolucionarios internacionales, hizo parte del temido comando estudiantil revolucionario de los Guardia Rojos y trabajó en una fábrica de relojes suizos y en una comuna campesina recolectando coles.

Luego, en los 70, fue soldado del Ejército Popular de Liberación (EPL), una guerrilla colombiana que en principio seguía los principios maoístas.

En sus años de guerrillero casi pierde un pie cuando se cortó con un machete e intentaron curarlo con pócimas naturales. También estuvo al borde de la muerte cuando pasó varios días perdido en la selva sin nada que comer y a su hermana Marianella, también militante, casi la matan con un disparo en la espalda.

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Cabrera tenía 13 años cuando llegó a China.

El Partido Comunista de ese país, que cumple 100 años este jueves, estaba lejos de ser lo que es hoy: un aparato burocrático con 91 millones de afiliados y el gobernador de la segunda potencia mundial.

«El Partido cometió muchos errores, pero ha sabido sacarle provecho a su población en favor de la prosperidad», dice Cabrera, sin negar las violaciones a los derechos humanos, el autoritarismo y una persecución al pensamiento crítico que al final, ya en Colombia, lo terminó desencantando del maoísmo.

Su militancia tuvo un origen muy claro: su padre Fausto, un actor, poeta y revolucionario que emigró de España a Colombia en los años 40 tras la guerra civil española, y se convirtió en un importante gestor cultural.

La historia de la familia Cabrera fue reconstruida por el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez en el libro «Volver la vista atrás», publicado por Alfaguara en abril de 2021.

A propósito del aniversario del partido, BBC Mundo habló con Cabrera sobre su experiencia y su mirada cinco décadas después.

Cabrera vivió en su adolescencia la Revolución Cultural, uno de los periodos más convulsos de la China bajo Mao.

¿Cuál es su lectura hoy del Partido Comunista chino?

Yo no puedo evitar ver el partido como algo casi religioso.

Lenin, cuando organizó el comunismo, copió muchísimos esquemas de la Iglesia católica. Y eso en China era evidente: había tierra prometida, profetas que eran Marx y Engels, héroes que veneraban como santos y sistemas de ascenso y castigo muy concretos.

Por estos días estaba leyendo un libro de Richard McGregor sobre el Partido, que lo describía como la organización burocrática que más se parece al Vaticano; por todo el secretismo, la forma de escalar, la actuación general.

Y yo creo que es verdad, e iría más lejos: China es hoy un imperio, y no necesariamente en el mal sentido.

Los comunistas, cuando llegaron al poder, establecieron una forma de actuar imperial. Muchos chinos ven a su gobernante como el emperador. Y creo que, pese a todos los problemas, solo una estructura burocrática como esa podría gobernar un país tan grande y diverso.

¿Por qué?

China es realmente un continente, con 20 o 25 países, culturas, modos de ser y geografías.

Yo pienso en países como España, que parece ingobernable debido a su inmensa diversidad, donde todos se quieren independizar.

O la misma Colombia, que es un país neo feudal, donde hay regiones gobernadas por señores con su propio ejército, sin Estado con poder ni control de las armas.

China es un imperio porque fue gobernado por el Estado fuerte del Partido Comunista. Si hubiera democracia allí serían un complejo de 20 o más países.

Cabrera, de 71 años, ha sido director de siete películas y varios documentales y series de televisión.

¿Es decir que el autoritarismo chino es bueno?

No entraría a calificarlo, porque es muy difícil de entender.

Cuando yo estaba allá no se sabía de los problemas de derechos humanos. Pero un Estado necesita garantizar la soberanía de su territorio. Es un error no ponerse en la situación de ellos.

El Partido cometió muchos errores, los vi con mis ojos, pero es un partido que ha sabido sacarle provecho a su población.

¿Cómo ha sido ver el ascenso de un país que conoció en otras condiciones, cuando era joven?

En los mismos años en que China se convirtió en una potencia mundial, en base a una gigantesca inversión en educación y ciencia, con esfuerzo y con muchos años de austeridad, en medio de un bloqueo económico, Colombia lo único que ha logrado es abrir unas minas de carbón y petróleo, pero sigue siendo el mismo país de hace 50 años.

¿Y por qué? Porque Colombia no invierte lo suficiente en ciencia ni educación.

El cambio de China no fue de un día para otro: fue fruto de gran esfuerzo y patriotismo, y de una capacidad de pensar a largo plazo. No solo del Estado, sino de los individuos, que tienen gran capacidad de planear su vida, mientras que nosotros con suerte alcanzamos a planificar dos meses.

¿De qué le sirvió hacer parte de ese movimiento?

Creo que gracias a mi formación en disciplina y en conceptos de planificación tuve éxito como cineasta.

Cuando me planteé ser cineasta, las posibilidades eran mínimas. Si hoy es difícil hacer cine en Colombia, imagínese hace 40 años.

Esa disciplina, esa mirada intelectual hacia la responsabilidad individual, me fue muy útil para insistir y tener paciencia y tener un éxito profesional que parecía imposible.

¿Y cuál fue la influencia negativa?

La que me llevó a tomar decisiones muy extremas, como entrar a la guerrilla. Yo estaba muy convencido de que la lucha armada era la forma de lograr justicia social.

Cuando yo fui congresista en Colombia, en los 90, fui a China presidiendo una delegación del Congreso y nos recibió un viceministro.

Él me preguntó cómo resolver las relaciones entre ambos países, y yo le dije que una opción era pedir perdón por toda esa influencia que el maoísmo tuvo en América Latina.

Aunque fue por iniciativa de Fausto (izquierda), Sergio y Marianella Cabrera vivieron sin sus padres en China durante años. Hoy mantienen un estrecho vínculo con el país.

En la guerrilla colombiana, ¿cómo se interpretaba la enseñanza maoísta?

Era una interpretación que se hacía a voluntad: se escogía lo que les servía y se ajustaba a sus deseos. No era una interpretación ortodoxa.

Y cuando les dejó de funcionar decidieron no ser pro-chinos sino pro-albaneses. Concluyeron que los chinos estaban traicionando los pensamientos de Mao.

Mucha gente habla de la revolución, sea desde la condena o la militancia, sin conocerla de primera mano. ¿Cómo leen la guerra quienes no la han vivido de cerca?

En la guerra, así como en muchos otros aspectos de la vida, se habla desde la ignorancia. La gente es muy irresponsable y opina sin conocer y entender nada.

Si un país como Colombia no logra tener control de su territorio, ¿de verdad está en condición de recomendarle democracia a China?

Es como esa parábola bíblica que se pregunta «¿por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?».

Los países latinoamericanos deberían sentarse a estudiar cómo fue que los chinos lograron sacar adelante ese país. Su pobreza era impresionante. El aeropuerto de Pekín era un edifico pequeño con campos de trigos a lado y lado. Y uno mira el de hoy, y dice wow, qué salto el que han dado.

La violación de derechos humanos es el gran hándicap chino, de acuerdo, pero los políticos latinoamericanos también podrían tratar de entender cómo los chinos llegaron tan lejos en lugar de concentrarse exclusivamente en la condena de lo malo.

El EPL fue una de las seis guerrillas que surgieron en los 60 en Colombia. Y la que más cercana al maoísmo se mostraba. Llegó a tener 3.000 soldados. Aunque se desmovilizó en el 91, hoy todavía existen algunas disidencias.

En el libro de Vásquez se narran formas de adoctrinamiento impactantes, tanto en China como en la guerrilla. Usted manifiesta cansancio con estar sometido a un examen interminable. ¿Acaso la revolución se convierte en un reto interno más que en un cambio externo?

En el mundo de los movimientos de izquierda la ambición es tan grande, el deseo de un militante por convertirse en el secretario de la célula y de escalar es tan enorme, que hace que surja una mirada egoísta respecto del entorno.

Hay que ser muy obsecuente para que te consideren de los suyos. Cualquier pequeña vacilación es mirada con lupa. No hay espíritu crítico, no hay espacio para los errores, y si se cometen, se esconden.

El comportamiento de la gente termina siendo igual a quienes quieren escalar en un partido tradicional. Ese espíritu de competencia se mantiene igual.

La crueldad también juega un rol importante en estas luchas. Usted habla de la presión por no mostrar flaquezas, por no ser débil, por el miedo a revelar que lloraba, por la incapacidad de decirle a su padre que lo amaba. ¿De dónde sale esto?

Es que el poder corrompe. Y mucho poder corrompe mucho.

Yo recuerdo que en mi infancia mis compañeros eran gente con sueños e ideales, pero cuando empezaban a escalar surgía una necesidad de mostrarse fieles a una causa de manera cruel y corrupta.

En el mundo de la política burguesa, o en el mundo empresarial, se da de la misma manera.

Cabrera tenía 13 años cuando llegó a vivir a China.

Usted habla de un complejo permanente por ser un joven urbano, de clase media alta y cosmopolita en un mundo de rebeldes trabajadores y campesinos. ¿Logró sortear ese complejo?

Yo nunca logré superar ese escollo. Eran las dos cosas. Primero, ser urbano, porque a pesar de que me preparé físicamente, fue imposible tener la capacidad física de un guerrillero campesino.

Pero, además, frente a la dirigencia mi origen de clase siempre fue una fuente de problemas.

En el mundo comunista se dice que el ser social determina la consciencia: que uno no puede evitar su lugar de procedencia. Y ellos sabían que yo era nieto de un empresario, y les quedaba muy cómodo ponerme el sombrero de hijo de rico, en lugar de ponerme el sombrero revolucionario de mi padre.

Es una situación que amarga mucho, porque te están juzgando por bobadas en un medio donde te estás jugando la vida todo el tiempo.

En China era muy usual que la gente se suicidara por eso.

¿Todavía se siente culpable por disfrutar placeres supuestamente pequeñoburgueses?

No, ya no me siento culpable, pero lo que todavía me queda, un rezago de esa época, es que intelectualmente analizo las cosas, de entrada, con un punto de vista comunista.

Por ejemplo: siempre que leo un artículo o veo una película, tengo una primera reacción de que esto es o no anticomunista.

Luego me sacudo y digo que ahí está ese fantasma comunista obstruyendo mi manera de pensar.

Me pasa igual conociendo gente, o en las actividades cotidianas.

Jóvenes militantes en plena Revolución Cultural china.

¿Mantiene esperanza en el comunismo o en el socialismo?

Espiritualmente sigo pensando que el ideal comunista es hermoso. Nunca se aplicó en ningún país del mundo de manera fidedigna, pero claro: un mundo justo, una repartición de la riqueza equilibrada y la solidaridad son principios de una utopía muy linda, aunque al parecer irrealizable.

El socialismo sí me parece que puede funcionar. En algunos países existe, siempre y cuando se respeten los derechos humanos y algunos principios universales.

A mí lo que me genera dudas es la necesidad de controlar el pensamiento y el deseo de la gente. Ese ha sido el peor efecto del socialismo como lo hemos visto. Porque hizo que las cosas se descarrilaran.

El mundo sigue siendo muy desigual. ¿Qué es ser revolucionario hoy?

Yo mantengo mis ideales, pero ya no me esfuerzo en ser partícipe de los cambios. Me he resignado a aceptar el mundo tal como es.

Desde luego tengo mis opiniones y uso mis películas para decir que lo que pienso. Pero hasta ahí llego.

Hace poco veía una entrevista con (el fallecido filósofo e historiador francés) Michel Foucault en la que le preguntan sobre el papel de los revolucionarios en esta sociedad. Y él dice que los intelectuales deben ser como los cartógrafos: los encargados de hacer el mapa donde se desarrollan los acontecimientos y denunciar los accidentes sociales que los grandes especialistas deben corregir.

Yo trato de hacer eso: de utilizar mi cine para hablar de temas que me interesan.

«La estrategia del caracol» es una de las películas más importantes del cine en Colombia. Uno de sus protagonistas es Fausto Cabrera (derecha), quien según su hijo «hizo de sí mismo»: cerebro de una revolución.

En sus películas hay grandes dosis de ironía. ¿Cómo desarrolló eso, a pesar de que creció en lugares tan rígidos?

Fracasar como revolucionario me enseñó grandes cosas sobre la vida. Y una de esa es no tener ataduras, a pesar de que sigo luchando con ellas dentro de mí.

Los chinos dicen que primero se caen los dientes que la lengua. Porque la lengua es flexible y los dientes, rígidos.

Con el tiempo descubrí que la ironía era una manera fácil de generar grandes reflexiones.

En «Golpe de estadio» (una película sobre una tregua entre guerrilleros y soldados para ver un partido de fútbol) quise hacer una reflexión sobre un mini proceso de paz. Y en «La estrategia del caracol» (sobre una alianza entre vecinos en contra de un desalojo) quise hablar de una mini revolución.

Los colombianos tenemos un gran amor por la ironía, quizá porque hemos vivido tanto horror. Y en mi caso me salen mejor las reflexiones desde ahí. No desde el humor, sino desde la ironía, porque creo que las grandes contradicciones de la vida generan sonrisas, pero no generan carcajadas.

 


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