“Los pueblos cuentan conmigo”: Máximo Jiménez, el juglar del Sinú

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En estos días está por estrenarse en Montería, Valledupar y Bogotá, el documental en homenaje a este juglar, codirigido por Jairo Antonio Rojas Garzón y Juan Carlos Gamboa Martínez, producido por la revista Zhátukua y el Colectivo Rueda Suelta. En Bogotá, se estrenará en el marco cultural del FestiVOZ

Juan Carlos Gamboa Martínez

En un recorrido de aproximadamente 30 minutos de duración y bajo la guía de una antología de su prolífico repertorio musical expresado en ocho trabajos discográficos editados entre 1975 y 2017 y algunas de sus canciones inéditas, el documental, fruto de una investigación interdisciplinaria, aborda, a partir de testimonios y de material de archivo, algunos momentos destacados de la trayectoria vital de Máximo José Jiménez Hernández, acordeonero campesino nacido en 1949 en el corregimiento de Santa Isabel en Montería.

La recepción de su obra

Con el transcurrir del documental se advierte cierta tensión que refleja esa triple mirada que siempre ha recaído sobre el protagonista desde que irrumpió con el álbum “El indio del Sinú”, en la escena musical en el año de 1975. En primer lugar, se percibe la de aquellos que no tienen la más remota idea sobre quién es y qué ha hecho como para merecer algún tributo. En segundo lugar, se identifica la de quienes precisamente por conocerlo y saber lo que representa, rechazan con vehemencia sus canciones por cuanto a través de ellas se cuestiona profundamente el establishment que usufructúan. Y, en tercer lugar, se halla la de aquellos que lo tienen en alta estima, porque han escuchado y bailado sus canciones y tienen noticias de su inquebrantable compromiso social con los sujetos sociales subalternos, especialmente con los que viven en el campo.

Esta triple mirada es enteramente comprensible. El que mucha gente no tenga mayor conocimiento acerca de Máximo Jiménez se explica por la confluencia de dos situaciones, a saber: su música fue demonizada y por ello mismo perseguida y proscrita, corriendo igual suerte quienes se atrevían a escucharla más allá de espacios íntimos y privados; y la distribución de sus canciones se hizo de mano en mano, a través de redes informales que rotaban sus acetatos y casetes al interior de pequeños círculos de campesinos, estudiantes e intelectuales progresistas.

Pese a lo anterior los esfuerzos porque la música de Máximo Jiménez cayera en el pozo de la desmemoria no se logró y, contrariamente, tal y como se constata en el documental, viene despertando, inusitado interés en varios jóvenes músicos e investigadores que están volviendo a interpretar sus canciones, a hacer covers en otros géneros y a estudiar su obra y legado musical, no como si se tratara de piezas arqueológicas desenterradas, sino destacando que su mensaje tiene todavía muchas cosas que decirle a las nuevas generaciones.

De otro lado, el que su música fuera denostada y vilipendiada por las élites en el poder, especialmente de aquellas vinculadas a sectores latifundistas y terratenientes, evidencia con meridiana claridad que las letras de sus canciones fueron una herramienta eficaz para transmitir, en palabras sencillas y coloquiales, un fuerte mensaje de denuncia con el que se desnudaban las atávicas injusticias, el acelerado empobrecimiento y la aberrante desigualdad social presentes en la sociedad colombiana, lo que, como era de esperarse, causó temor, malestar y rabia entre quienes usufructuaban el orden social que, a punta de música, se cuestionaba con ingenio e inventiva.

Virtuosismo creativo

Tal y como se sugiere en el documental, la música de Máximo Jiménez ha sido ninguneada en las antologías de música vallenata que se han elaborado por vallenatólogos y vallenatófilos, quienes cuando hacen alguna referencia al respecto, en términos generales, lo ubican como muestra anecdótica de exotismo panfletario, pero sin otorgarle mayor valor musical o literario, lo cual es a todas luces equívoco, no sólo porque en sus mejores tiempos Máximo Jiménez llegó a interpretar con tal solvencia y rigor los cuatro aires definidos por la ortodoxia vallenata que destacaba en su talento para la ejecución del acordeón, sino porque los más recientes análisis musicológicos y semióticos del conjunto de su obra empiezan por resignificarla, subrayando ante todo la calidad en su oficio como compositor y la crucial importancia comunicacional que su producción discográfica ha desempeñado a través de varias generaciones.

A medida que avanza el documental se va asistiendo a la evolución creadora de Máximo Jiménez, quien sin perder nunca su esencia campesina y Zenú en la que, precisamente, reside el ADN de toda su obra musical, comienza en las letras de sus canciones a mostrar preocupación por otras temáticas con mensajes claramente urbanos, ecologistas y animalistas cargados de optimismo sobre el futuro. En este contexto, cabe decir que el exilio que padeció en Austria entre 1990 y 2014 lo marcó profundamente, lo cual se palpa con nitidez en sus últimos tres trabajos discográficos “Idioma español” (2006), “El amor no tiene edad” (2016) y “Soy de donde nace la cumbia” (2017).

La banda sonora de la movilización social

Del documental se colige que entre 1972, momento en que Máximo Jiménez grabó su primera canción titulada A los campesinos, incluida en el sencillo de 45 RPM llamado “Charanga Jiménez”, hasta 1988, dos años antes de irse al exilio cuando vio la luz su álbum “La gente de Montería”, las relaciones entre las movilizaciones campesinas que bajo la consigna de “La tierra para el que la trabaja” llevaron a cabo numerosas recuperaciones de tierras en distintos lugares del Caribe y la música de Máximo Jiménez fueron sumamente estrechas, especialmente con el trabajo desplegado por la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC, Línea Sincelejo, en una de cuyas vertientes él militaba. Así las cosas, se imbrican de tal forma la vida de Máximo Jiménez y la ANUC que es impensable escribir la historia de la segunda sin hacer referencias taxativas al primero así como no se puede entender la importancia y lugar ocupado en esos años por el primero sin hacer una aproximación al despliegue de la segunda.

Es en este contexto cuando con mayor nitidez aparece inscrito Máximo Jiménez como un artista orgánico cuya presencia en las movilizaciones campesinas de ese entonces en modo alguno podría ser vista como secundaria o residual ya que lejos de hacer parte del decorado, el artista no sólo animaba con sus canciones y acordeón a los campesinos en pie de lucha sino que solía participar en las actividades programadas por las organizaciones campesinas. Esta es la época en que en la memoria colectiva campesina Máximo Jiménez parece haber adquirido el don de la ubicuidad pues se lo encuentra en cualquier lugar en donde los campesinos adelantaban algún tipo de movilización y protesta.

Con el regreso de su prolongado exilio, Máximo Jiménez se hubiera terminado de consolidar como el cantautor social y popular por excelencia, a la altura de Alí Primera en Venezuela, Víctor Jara en Chile, Daniel Viglietti en Uruguay y Chicho Sánchez Ferlosio en España, y rápidamente se hubiera conectado con los más importantes procesos sociales del momento, de no ser por los problemas de salud que intempestivamente se le suscitaron y que hoy en día le impiden, como es su deseo, continuar ejecutando la banda sonora de la movilización social y popular, no obstante su inspiración continúa aflorando, aumentando su repertorio.

Como se concluye en algunos de los testimonios recogidos en el documental, hoy en día se echan de menos muchos Máximos Jiménez más. Ciertamente hace falta en la escena musical de estos días la poesía bella y comprometida de este juglar del río Sinú que con sus canciones y legado se ha convertido en un juglar universal. Con este documental se le quiere rendir un homenaje de admiración.

 


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