“Lucas es un ser humano ejemplar, pacífico, noble, amigable, uno de esos estudiantes que marca la diferencia. Estoy destruido, usted no se imagina la persona que era Lucas”: su profe.
Es una nueva sociedad la que está naciendo. La batalla que hoy se libra en las calles de Colombia es la lucha del futuro contra el pasado. La protesta ha hecho que el país descuartizado por el conflicto se reencuentre, no hay estrato que no esté representado. A la intemperie o conectados desde sus casas, se van juntando, se van reconociendo, va creciendo el nuevo consenso social, va naciendo la Colombia del siglo XXI. Del otro lado, mientras la ciudadanía se sacude cada vez más duro, el poder excluyente y sanguinario se retuerce herido y queda al descubierto. Se sienten dueños de todo, del poder ejecutivo, del poder judicial, han bloqueado el Parlamento, controlan la Defensoría del Pueblo y la Procuraduría. Intoxicados por el poder parcen convencidos de defender una democracia, pero luego de lo visto por el mundo en la última semana nadie podrá creer en ellos sin merecer el adjetivo de imbécil o cómplice.
Yo nací en Pereira, Colombia. Me fui de la ciudad dos meses después de terminar mi bachillerato, a los 16 años. Nunca he vuelto para asentarme, pero toda mi familia está allá. Allá están enterrados mis tres abuelos a los que tengo conmigo en cada letra que escribo y allá sigue jugando parqués la abuela a la que de tanta nostalgia casi no llamo. Desde que tengo memoria propia me he sentido orgulloso de haberme desprendido de los regionalismos que de alguna manera desprecio, pero sin lugar a dudas yo soy pereirano. Pereirano es también uno de mis más queridos amigos, profesor en el programa de deportes de la Universidad Tecnológica. El fue profesor de Lucas Villa, también pereirano. A Lucas lo llenaron de tiros en la noche del miércoles 5 de mayo. Los cobardes proyectiles lo atravesaron en el cráneo, cuello, tórax y piernas, luego de haber sido marcado a distancia con un láser, desde un puente peatonal cercano. Lucas estaba protestando pacíficamente. Yo no conocí a Lucas, pero esto fue lo que me dijo su profesor:
“Lucas es un ser humano ejemplar, pacífico, noble, amigable, uno de esos estudiantes que marca la diferencia. Estoy destruido, usted no se imagina la persona que era Lucas”
Lucas es el futuro de Colombia que hoy se debate entre la vida y la muerte en una cama UCI, víctima del uribismo, la expresión más elevada del sistema de violencia y miseria que ha regido en Colombia desde hace más de 50 años. El mismo sistema que después de un año de pandemia no logra ni conseguir el oxígeno suficiente para sus enfermos. Los 37 jóvenes asesinados por la policía hasta el 6 de mayo también son víctimas del uribismo. A pesar del terror son cientos de miles de Lucas, de todas las edades, géneros, estratos, que salen a protestar por toda Colombia y hasta en los pueblos más recónditos del planeta.
Es el uribismo, el non plus ultra de la sociedad violenta y desigual del pasado, contra lo que protestan. El uribismo cuyo jefe máximo, Álvaro Uribe, reconoce tener como ideólogo a un nazi. Es entonces la ideología nazi la que hoy da las órdenes a las fuerzas militares y de policía de Colombia. Hasta este punto ha llegado la élite narcoparamilitar que ha dominado el Estado colombiano en los últimos 20 años. Eso explica que para ellos sea más importante la compra de aviones de guerra que la salud pública en medio de la pandemia. La sociedad colombiana del siglo XX, hecha a imagen a semejanza de ellos, la que discrimina a los indígenas y afros, la que desprecia a los campesinos, la que no reconoce a las diversidades de género y pensamiento, la de la mano negra y los paramilitares, la de los privilegios para muchos y miseria para la mayoría, esa sociedad es el pasado que hoy se quiere dejar atrás.
El mundo debe reaccionar. El que no se pronuncie ahora, el que no haga algo ahora, quedará marcado para siempre con la infamia de haber sido cómplice. No hay táctica o estrategia política que justifique guardar silencio. No solo se debe “rechazar enérgicamente” lo sucedido y parar la masacre, sino que se debe crear una comisión de investigación independiente, con presencia internacional, que esclarezca los hechos y asegure identificar a los culpables, sobre todo a quienes dieron la orden.
Pero es cada uno de los colombianos y colombianas que están en el país los que deben decidirse ahora sí de una vez por todas, nadie vendrá desde afuera a salvarlos. En un buen tiempo, cuando el futuro se haya convertido en presente, alguien te preguntará donde estabas tú durante los levantamientos de mayo, que tu reacción ante la pregunta sea de vergüenza o de alegría depende de lo que hagas ahora mismo.