Es incuestionable que en la vena musical de Rafael Escalona la sangre cienaguera manda.
Édgar Caballero Elías, El Chichi Caballero (1).
Desde tiempos inmemoriales el Magdalena, Valledupar y La Guajira han tenido relaciones ancestrales. Son hebras de sangre: geográficas, históricas, culturales, políticas; y muchas más hilachas de trenzas y trenzas.
La Sierra Nevada, nuestro nido, como toda pirámide, tiene tres esquinas, una en Santa Marta (Magdalena), otra en Bosconia (Cesar), y la otra en Cuestecita (Guajira).
Las tierras, las aguas, la sangre, las lenguas, las músicas, las letras, la historia, la política, y todo lo que vive o muere, es o perdura, a su alrededor o en sus entrañas, ineluctablemente está unido en forma indisoluble al mismo destino.
Antes, todo esto pertenecía a un solo departamento: el Magdalena Grande, La tierra del olvido, misma que el genio garcíamarquiano inmortalizara como Macondo en su universal obra literaria. Hoy son tres departamentos hermanos: Magdalena, Cesar y La Guajira.
La sangre de Rafael Escalona Martínez, por ejemplo, es mitad cienaguera y mitad vallenata. Sus genes paternos son cienagueros, y los más próximos descienden de patricios y aguerridos jefes liberarles, históricos y míticos, verdaderas leyendas, como su abuelo el viejo Clemente Escalona, un hombre “decidido, combatiente y de mucha fama”, quien estuvo en la Batalla de Ciénaga (1820)* y cuya valentía y arrojo llevó a la poesía en El duelo de los machetes, el poeta cienaguero Lino Torregrosa Pérez, y luego el maestro Andrés Paz Barros lo trasvasó a la cumbia (1).
Algunos de sus pasajes, que a continuación traigo, gracias a mi entrañable amigo, el General Manuel José Bonet Locarno (QEPD), quien tuvo la fina atención de regalármelos, y quien a su vez los recibió de su amigo El Chichi Caballero, dicen así:
El duelo de los machetes
Cuenta la historia bravía de mi tierra cienaguera de un tal Clemente Escalona que con una manta a cuestas y al filo de su machete era el terror de la tierra.
Solo el guapo “Manduré” temido en veinte refriegas que se bebía en un sorbo la sangre de las panteras, pudo retarlo en un duelo apostando las cabezas.
No fue una lucha de hombres era una lucha de fieras la tierra quedó manchada como una cortina negra.
Clemente Escalona usaba hoja reluciente y nueva, que al esgrimirla en el aire silbaba como una flecha.
Además éste llevaba de aguardiente siempre media botella, que la escondía, debajo de la franela.
A pesar de que Escalona llevaba ventaja plena, por la calidad del arma, quedó tendido en la arena, tal vez más despedazado que “Manduré” en la contienda.
Compadres eran, compadres en velorios y tabernas, pero quisieron probar su gran valor y destreza, a Escalona lo salvaron, era nativo de Ciénaga en tanto que a “Manduré” dejaron que se pudriera.
Cuenta Caballero Elías (1) que una vez en una gallera en Ciénaga el papá de Rafael Escalona improvisó:
Perdió el “Pinto” cataquero el gran imperdible gallo ahora tengo nuevo ensayo para volverlo a pelear.
Búsquese con brevedad otro que sea más atractivo porque yo en lo relativo soy hombre caballero y tengo bastante dinero para volverlo a pelear.
Como pueden ver, es una décima, y relata la pérdida de un gallo, el Pinto, de Rodrigo Durán, de Aracataca, con el “Morrocota”, del general Guillermo Castro, de Barranquilla. (1).
En el pueblo de Patillal dejó el corazón sembrado.
Clemente Escalona Labarcés, luego de quedar viudo en Ciénaga, en una de sus venidas a tierra vallenata se enamoró perdidamente de Margarita Martínez Celedón y quedó sembrado en Patillal. Fruto de ese amor patillalero fue que nació allí el maestro Rafael Escalona Martínez.
Rafael Escalona nació magdalenense y murió cesarense. Yo nací magdalenense y voy a morir guajiro.
Escalona nació en 1927 y murió en 2009, y yo nací en 1952, y ya es 2021, y ojalá supiera la fecha y hora exactas de mi partida. Lo único seguro es que mi muerte será guajira. La diferencia entre el gran maestro y yo, es que, por un lado, yo no compongo música, sino que la descompongo, y por el otro, yo no he hecho nada por mi departamento ni por su música, dos cosas que aprecio. En cambio él, con el embrujo de sus cantos, el encanto de su innato carisma de palabrero y la sabiduría infinita de relacionista público y con la ayuda de otros insignes valduparenses trabajaron incansablemente e hicieron posibles la existencia del grandioso departamento del Cesar y del estupendo festival que reúne cada año en apretadas competencias a los mejores herederos del vagabundo Francisco Moscote “El Hombre”, que tanto brillo y renombre universal le han dado al Valle del Cacique Upar y a nosotros.
En buena hora, en hora encantada, como dice mi entrañable Rafa Valle.
Bibliografía.
- Caballero Elías Édgar (El Chichi Caballero). En: Guillermo Buitrago: cantor del pueblo para todos los tiempos.
- Marulanda Plata Stevenson. En: La venganza del Ángel Malo. Raíces y alas de la música de acordeón y del vallenato.