Luego de seis años El Heraldo de Barranquilla decidió cancelar la columna de Jorge Muñoz Cepeda, uno de sus más reconocidos columnistas. Este escribió un texto de despedida para sus lectores, pero no lo publicaron, en lo que constituye un acto de censura. Por tratarse de un atentado contra la libertad de expresión
La opinión es uno de los ejercicios fundamentales del periodismo. No solo porque sobrepasa el derecho que tienen los ciudadanos de informarse, sino porque su misión supone la materialización de uno quizás más importante: el derecho a decir lo que se piensa.
A través de la interpretación argumentada de la realidad, los columnistas de prensa son los encargados de contar las verdades no oficiales; de propiciar la discusión pública sobre los asuntos más sensibles; de denunciar las injusticias, las inequidades, los abusos de poder; de alertar a la gente sobre los peligros implicados en el conformismo y la quietud; de fomentar la reflexión sobre lo que somos y lo que queremos ser.
Durante algo más de seis años he intentado honrar estos principios en el espacio que generosamente me ofreció El Heraldo, un medio muy cercano a mi corazón, para expresarme con absoluta libertad.
En el camino he debido afrontar, como muchos columnistas en Colombia, las consecuencias de opinar con independencia: insultos, denuncios penales, amenazas. Pero también, y es lo más importante, he recibido la recompensa de contar con el apoyo, el respeto y la lealtad de quienes cada semana me han concedido el favor de su lectura.
A esos lectores debo informarles que El Heraldo, a través de un canal administrativo, me ha comunicado su decisión de prescindir de mi columna de los viernes. Aunque ignoro la motivación editorial de esta medida, comprendo que la nueva dirección tiene la potestad de hacer los cambios que estime convenientes.
No oculto mi decepción y tristeza, no tanto por la cancelación del espacio, sino por la manera en la que me fue anunciada. Una llamada de la directora, un correo electrónico con su firma o un mensaje suyo de chat hubiese sido suficiente muestra de cortesía para despedir a un colaborador leal y, tal vez, para dejar las puertas abiertas a nuevos encuentros en el futuro. No he querido forzar una conversación no deseada con un interlocutor no dispuesto. Ese sinsabor es el sentimiento que prevalece en esta despedida.
Confío en que mis aportes hayan contribuido en alguna medida a generar deliberaciones, a acentuar inconformidades, a desnudar las profundas deudas que tienen los poderosos con este país, a fortalecer las exigencias de construir una sociedad justa, reconciliada y en paz. Si las ideas vertidas en esta tribuna, en la forma de más de 300 columnas, lograron alertar o conmover a una sola de las personas que las leyeron, el trabajo no habrá sido en vano.
A El Heraldo, mis mejores deseos en esta nueva etapa. A los lectores, mi profunda gratitud. A los medios en general, mi llamado a que preserven este género tan necesario, a que protejan el derecho a la opinión libre, y a que no permitan que las voces críticas e independientes se pierdan en el silencio y el olvido.