Petro le cierra la boca a la oposición y resucita en una marcha histórica Foto del escritor: Iván Gallo – Editor de Contenidos- Pares

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Se llama Gonzalo Acevedo, tiene 72 años y su vida cambió en abril del 2003. Ese día fue notificado oficialmente de que la empresa donde trabajó durante 30 años, Telecom, cerraba sus puertas para siempre. Hoy es martes 18 de marzo y un río de gente está entrando a la Plaza de Bolívar. Sindicatos, estudiantes, muchachos, viejos, es difícil encontrar un uniforme, un color definido. Sólo hay un común denominador, las treinta mil personas que caminan desde el parque Nacional hasta la Plaza de Bolívar creen que en Colombia, históricamente, no existen las condiciones para tener un empleo digno. Esa fue una de las razones por las que eligieron, sin tener una ideología definida, votar por un gobierno que les prometía el cambio. La reforma laboral podía ser la respuesta a un país que, según el DANE, presenta una informalidad del 56%, y en donde sólo 1 de 4 de sus habitantes se pensiona. Por eso Don Gonzalo llevaba una pancarta que recordaba la masacre laboral que constituyó el cierre de Telecom en los años en los que Uribe tenía más del 70 por ciento de popularidad.

Nunca se pudo pensionar, ni él ni otros de sus ex compañeros que han decidido ir y llenar la Plaza de Bolívar en otro día frío de marzo en Bogotá. Al frente de ellos hay una tarima y una pantalla desde donde se transmite, sobre las once de la mañana, una sesión del congreso. La que habla es Esperanza Andrade, miembro de uno de los clanes que se han hecho poderosos en el Huila. Ella es una de las ocho congresistas que decidieron archivar la reforma laboral y no permitir que se discutiera en el senado, ella es una de las razones por las que los colombianos en Barranquilla, Santa Marta, Cali o Medellín decidieron salir a la calle en apoyo al presidente. Cada vez que Andrade daba un argumento por el que había decidido archivar la reforma la gente, en la plaza, bramaba. La llamaba “Mentirosa” y algunos adjetivos que no sería bueno publicar.

En los dos años y medio que lleva Petro como presidente jamás había convocado a tal cantidad de gente. Era una prueba de que no se puede confiar en las encuestas ni en los medios tradicionales. Petro está más vivo que nunca. Como asistente a la Plaza de Bolívar me llama la atención que pocos medios oficiales hayan reconocido que el lugar estaba a reventar, que de la carrera séptima hasta la calle 26 en Bogotá estaba completamente congestionado de personas. Sobre el mediodía, sin esperar a que saliera el sol, Petro apareció en la tarima de la Plaza y dio un discurso que duró dos horas.

Él sabía que este 18 de marzo había vuelto a ganar. Era ótra fecha de gloria, como lo fue el balconazo con el que resistió la embestida del procurador Ordoñez mientras fue alcalde de Bogotá o como ese 20 de junio del 2022 cuando le ganó la segunda vuelta de las presidenciales a Rodolfo Hernández. La calle volvía a ser suya. Por eso no dudó en afirmar que “empieza la consulta popular” A su lado un símbolo de su lucha, María José Pizarro, la hija del comandante de la guerrilla de la que él alguna vez hizo parte, la mujer que le entregó la banda presidencial el 7 de agosto del 2022. La Pizarro llevaba una camiseta que decía “Arriba los de abajo”. Los que estaban abajo de la tarima guardaban en silencio. Algunos se emocionaban hasta las lágrimas. Había una especie de electricidad en el aire. Una atmósfera. Alguna vez Hegel afirmó que había visto como Napoleón se había convertido, al menos por un momento, en la encarnación de un espíritu, de una idea de pueblo. Por unos segundos pasó eso en la Plaza de Bolívar. Olvidamos, por un momento, la sucesión de errores que ha convertido este gobierno en un caos, con episodios tan penosos como el consejo de ministros televisado, el protagonismo de personajes tan lejanos al progresismo como Laura Sarabia o el impresentable Armando Benedetti, por un momento olvidamos todo simplemente porque el pueblo creía lo que había visto: una marcha de un orden impresionante, en donde se bailó, se gritaron proclamas y se condenó a una clase dirigente que ha convertido en un lujo tener un trabajo digno en Colombia.

La alcaldía de Bogotá, a esa misma hora, denunciaba la quema de unos SITP y daños a estaciones de Transmilenio. Acompañando esta marcha durante tantas horas, recorriéndola es factible creer que otra vez los infiltrados de siempre cumplieron su tarea. Los medios minimizaron al máximo una manifestación que recordó la del 5 de octubre del 2016 cuando miles de colombianos salieron a las calles a apoyar el plebiscito de paz del gobierno Santos y las FARC. Porque más allá de que fuera el gobierno Petro el que convocara era claro que la gente en Colombia está cansada de la injusticia laboral. Hay que sacudir el sistema.

Sobre las dos de la tarde la marcha empezaba a disolverse. Los vendedores de banderitas de Colombia a cinco mil pesos y los que ofrecían la biografía de Petro edición pirata a veintiocho mil hicieron lo de la semana. Patricia Ariza, ex ministra de cultura de este gobierno y quien tuvo una relación difícil con el presidente lideró la marcha del colectivo de sobrevivientes de la Unión Patriótica. Cansada, caminó unos pasos hacia el colegio San Bartolomé y se sentó en la acera. Algunos la reconocían y le daban las gracias. Uno de ellos fue don Gonzalo Acevedo quien le agradeció los años de lucha haciendo teatro y desde las toldas de la UP. “Todos ellos sumaron -me dijo Don Gonzalo, preocupado porque la lluvia caería en cualquier momento sobre Bogotá- todos ellos se opusieron a una idea que terminó siendo una realidad, la de un gobierno neoliberal que terminaría arrasando con las empresas estatales. A nosotros no nos indemnizaron bien” decía con encono y cansancio. La vejez ya era más dura que la indignación.

En las noticias pasaban la última victoria del Atlético Nacional, los avances del metro de Galán y la nueva motosierra de Milei. No había espacio para mostrar el río humano que se movió esta mañana por Bogotá.


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