AL Oído de Rosendo Romero.
Por: Alfonso Hamburger.
Tengo que decirlo: Admiró a Rosendo Romero Ospino. Es uno de mis poetas favoritos. El poeta de Villanueva pareciera que hubiese hecho algunos versos para mí, porque fue el compositor de mi adolescencia. Y cuando nos vimos en persona, ya nos reconocíamos. Yo como periodista y él como mi ídolo. Fue en la tumba de Luis Enrique Martínez, en Hatico, Fonseca, La Guajira, durante la socialización- casi no me gusta esa palabra- del Plan Especial de Salvaguardia del Vallenato tradicional, del que soy parte como veedor en el comité de seguimiento. Ese cuento me lo sé completo. Aquella vez, Chendo me vio triste, porque realmente con ese documento del PES, el movimiento de resistencia sabanera, estábamos abdicando el trono de nuestro reinado y tácitamente empezaban nuevos vientos en medio de la eterna disputa entre vallenatos y sabaneros, una especie de batalla de flores, nada más. Una batalla sabrosa, de pensamiento, de ideas, de críticas racionales y algunas emotivas, sin muertos a la vita, en medio del reconocimiento: ninguno de los dos estilos es mejor que el otro, sólo diferentes. El poeta me tomó del brazo, me puso una mano en el hombro y me apartó del sonido del amplificador. Ya afuera me dijo: “No estés triste, Poncho, porque nosotros, la élite del vallenato, sabemos quién eres tú, conocemos tu trabajo y te respaldamos”.
Aquellas palabras tan sinceras de un maestro, en una tarde memorable, me llenaron el corazón. Y las celebro, y le agradezco a Chendo, porque me dieron una envión anímico muy grande para seguiré en el camino.
Fueron sólo comparables a las que me dijo el maestro Adolfo Pacheco, en mayo de 1981, en mi primera entrevista como periodista, en su residencia de San Jacinto, y otras que me llevó en persona el maestro Felipe Paternina, cierta vez que un alcalde loco ( el que le puso una vela a Dios y otra al diablo), cerró el Festival Sabanero que yo presidí en homenaje a Adriano Salas, en el 2001. Felipe fue a visitarme para decirme que no estaba solo. Son cosas que jamás se olvidan.
De todos los grandes compositores vallenatos- donde hay toneladas de poesía- es Rosendo el que más cercano he tenido. Es un poeta natural. Ha ido puliendo su discurso. Es un sabio. Escribió una gran novela que tuve el privilegio de leer, “Flor de Tuna”, y sobre la que estoy haciendo un análisis (ya la recomiendo), y con Carlos Llanos, Abel Medina, Roberto Calderón Cujia, Víctor Uribe Porto, Ariel Castillo Mier y el maestro Simón Martínez Ubarnes, somos los pocos sobrevivientes del grupo de WhatsApp del PES VALLENATO, donde se forman hermosas tertulias, llenas de respeto y sabiduría. Uno a veces sólo oye, porque cualquier metida de pata es imperdonable. Donde los sabios hablan, los necios nos callamos.
Ustedes saben, que cuando se encuentran dos vallenatos, uno trata de demostrarle al otro que sabe más vallenato que el otro y se forma unas piquerías de lo lindo. El vallenato vive del vallenato. Desayuna, almuerza y come vallenato. Para ellos no existen otras músicas. Vallenato y más nada. Con ese ímpetu promocional de su vallenato, hablan de un país vallenato, que ya no tiene fronteras y han promovido la sensación de que la música colombiana nació con el festival vallenato. La riquísima historia que tiene el porro, la cumbia y otras músicas, muchas veces se desconocen. No existen. Por lo regular siempre hay un sesgo. Un sentimiento vallenato, desde la forma de hablar, hasta de silbar y discutir. Sin embargo, Rosendo no desconoce que el gran cacumen, está en La Sabana. Algunos de los mejores libros que se han escrito sobre el vallenato, son de autores sabaneros. Juan Gossain dice sin tapujos que, en Sucre, Córdoba y Bolívar, cada diez kilómetros existen un fenómeno nacional en cualquier filón de la vida musical o intelectual. Pero por encima de aquello, el vallenato le basta el vallenato para defenderse, para comunicarse, para enamorar, para vivir la poesía, para respirar. Es un vallenato que va perdiendo peso, porque las tendencias del mercado son fenómenos a veces impredecibles y mientras nosotros discutimos se nos cuela el reguetón. No somos mejores ni peores, somo diferentes, dijo alguna vez Juancho Nieves. Nosotros interpretamos el vallenato casi a la perfección, pero también tocamos muchos ritmos. Somos poliritmicos y Justo Almario habla de la sonoridad sabanera, como una de las más ricas del mundo. Y también componemos muy bonito. El mejor compositor de hoy es de Sincé- Sucre, Leonardo Gamarra. Nos hace falta creernos más y más promoción.
Les pongo un ejemplo. A una parranda inmensa que hicieron en Valledupar, envié los siguientes libros, “Carajo Durán”,” Adolfo Pacheco, el rey del símil y la metáfora”, “Sergio Moya Molina, el sentimiento hecho canción”; “Rosendo Romero, ese que escribe versos” y” Gustavo Gutiérrez, el del cantar herido”, bellamente editados por el doctor en filosofía Álvaro Andrés Hamburger de la editorial Bonaventuriana, pasta dura, full color, con estándares de calidad suprema. Voy allí en calidad de coautor.
Al día siguiente de la parranda, llamé al director del evento y le pregunté que si había recibido los libros. La respuesta fue la siguiente:
–Ñerda, Alfonso, lo único que yo sé fue que nos bebimos 187 botellas de güisqui.
Como dijo Miguel Manrique, está bueno que me pase, porque yo estaba muy sabroso en mi casa. Nada debí hacer por allá.
Ledys ,La hija de Gilberto Torres, rey del paseíto, otro de los olvidados el paseo, reconoce que a mí me pesa la mano cuando escribo y que a veces he sido imprudente. Alguna vez le dije a Rosendo y al resto, que la literatura vallenata dejó de ser mi prioridad, porque ando en otros asuntos. Quiero que mis novelas y cuentos lleguen a una gran audiencia. Sin embargo, el tema vallenato vende. Y siempre nos llegan cosas qué comentar. Además, anualmente, con mi hermano Álvaro, estamos editando un libro de música en el proyecto de expresiones culturales del Caribe colombiano, alternando, uno de la sabana, uno de vallenato como tal. Pero la tendencia es el vallenato, porque en apariencia venden más.
En este mes salió “Miguel Manrique, el canto Faroto”, un compositor tan grande como Adolfo Pacheco. Creo que se proyecta el de Aurelio Núñez para final de año, y otro para El Rey Felipe Paternina, que ya está escrito.
Sin embargo, en Rosendo he venido notando incomodidad en algunos asuntos. Yo sólo pongo cascaritas, la gente las pisa y se resbala. Nunca hay en mi resentimiento de nada. Sólo soy crítico y la labor del periodista es ver más allá que la gente común y corriente. Soy intuitivo y mis intuiciones siempre son ciertas. Hasta yo me tengo miedo. A veces yo me caigo mal, por eso dejé de presentar mi programa de TV por algún tiempo.
En mi escrito de dolor por la muerte de Rafael Ricardo, que compartió Félix Carrillo Hinojosa, expongo una realidad. Allí no se nombra a nadie. Al que le cae el guante que se lo chante. Y Rosendo se tomó el escrito para sí. Y resulta que Rafael acusa en su último video a un Tal Juan Carlos Gaviria, un guitarrista antioqueño, que bien pueden conocer, pero en el patio de su casa.
Escribí la columna sobre Rafael Ricardo al conocer su deceso y no en respuesta al atinado comentario de Rosendo Romero, muy sincero. Mi escrito fue primero. De modo, Chendo, que en ningún caso me referí a usted ni a ningún vallenato. Además, fue El pollo Isrra, el descubridor de Otto Serge y Rafael Ricardo, fue él quien propició esa unión. El 99 por ciento de los lectores de mi columna me han aprobado lo allí dicho. ¡Tenía que decirse y se dijo!
En el grupo yo escucho las intervenciones y guardo silencio. MI última intervención fue a la muerte de Adolfo Pacheco, donde Rosendo habla de la forma cómo le llegaron las primeras canciones del maestro, allá en un billar de Villanueva, tales como “Oye”, “El tu puerto soñé”, pero pronto dejan a Adolfo y se van por vericuetos distintos, hasta terminar en lo que les apasiona: el vallenato. Yo allí no me puedo meter. Es su vida.
Aquello me hace recordar al padre Javier Cirujano Arjona, que empezaba a hablar de mórula y terminaba en comunismo.