Las coincidencias entre el vallenato clásico y la literatura, son elocuentes. La fotografía exacta de esa aproximación se le debe a García Márquez, a quien en vida se le escuchó decir que, «Cien Años de Soledad era un vallenato de trescientas páginas”.
Y, siendo coherente con esa preferencia musical, GABO nos regaló en el epígrafe de «El amor en los tiempos del cólera», un sentido homenaje al invidente Leandro Díaz y su Diosa Coronada…
«En adelanto van estos lugares: ya tienen a su Diosa Coronada»
Los juglares vallenatos le cantan al amor, a la amistad, a la muerte, a la naturaleza, a la traición, e incluso, hacen reseñas autobiográficas. Sus versos son expresiones con las que recrean sus vivencias y sus filosofías de vida.
En ese sentido, Enrique Diaz cantaba la tonada de Rafael Valencia “El hombre que trabaja y bebe, déjenlo vivir la vida…”, con la misma elocuencia que otro Díaz, Diomedes, cantaba la canción de Calixto Ochoa “Si la vida fuera estable todo el tiempo, yo no bebería ni me gastaría la plata…”.
A manera de ejemplo, Juancho Polo Valencia en «Alicia Adorada», le cantó a la muerte de su compañera y nos reveló que: «dónde quiera que uno muera/ ay hombe/todas las tierras son benditas», logrando consolidar un mensaje filosóficamente excelso.
A propósito, es importante no perder de vista que las referencias en el Vallenato Clásico no sólo son literarias pues también se hace mención a citas filosóficas.
Parodiando a Sócrates, y al mismo tiempo a Descartes, Fredy Molina, descubre en Amor Sensible, el amor como una fe incontrovertible: «Tanto te quiero que pienso/ sin saber lo que he pensado/ nos acariciamos y luego/sólo sé que yo te amo». El cantor persiste en expresar la idea del amor puro e infinito al mostrar que «Es un amor que nació profundo y limpio como se ve la nevada/ de misterio está lleno el mundo/ no sé qué pensará tu alma»
También, coincidiendo con la manera de titular de Rojas Herazo, con respecto a su obra Respirando el Verano., el mismo Leandro Díaz le canta a esa estación del año… «Vengo a decirles compañeros míos…/ ¡llegó el verano!…/ ¡llegó el verano! Luego verán los árboles llorando/viendo rodar sus vestidos»
Desde luego que esas composiciones tienen una carga poética y se construyen imágenes bien elaboradas, como las de Rosendo Romero, cuyo nombre nos evoca a los personajes del maestro Juan Rulfo, y ello se evidencia a plenitud en la canción Beso de Luna, en donde con un simil se describe, el color exacto de las aguas de un río crecido…
«El río crecido con sus aguas de panela/ quebrando palos, va arrastrando el pajonal/rompió el potrero y aquel beso de la luna/que con su encanto dormitaba el manantial».
Este ejercicio de analizar y recrearnos con los textos y el contexto de las composiciones del buen vallenato clásico, lo adelantamos en un anterior y extenso trabajo, tratando de buscar el sentido filosófico y literario de los excelentes cantos de los juglares.
Pero, volviendo con García Márquez, nuestro genio en sus obras ha dado a conocer un recurso literario notable, el de la «precisión ilusoria», en virtud del cual un narrador da cuenta, de fechas, circunstancias, detalles, lugares, nombres, etc. que hacen creer al lector que lo que se cuenta es una verdad.
Son los hilos ocultos del realismo mágico, y que parecen estar presentes en El cantor de Fonseca; pero la diferencia es que Carlos Huertas aporta evidencias de hechos y personajes verdaderos.
El recurso literario de la precisión, le permite a Carlos Huertas en el Cantor de Fonseca, su obra maestra, hacer una enumeración exhaustiva de personas y pasajes guajiros con los que de manera contundente nos convence del origen de ese personaje que asegura no es de Bolívar, ni de Magdalena ni del Valle del Cacique Upar.
«Yo vi tocar a Santander Martínez/ A Bolañitos, a Francisco el Hombre/ A Lole Brito, al señor Luis Pitre/ los acordeones de más renombre…»
Y, en ese mismo relato Carlos Huertas, nos ilustra sobre su pueblo, al que califica de «emporio de acordeoneros y poetas» y se explaya en el recuento: «Allí toqué con Julio Francisco/ con Moche Brito y con Chiche Guerra/ y conocí a Bienvenido/ el que compuso a Berta Caldera»
En definitiva, el buen vallenato o vallenato clásico, nos invita a revisar con mayor profundidad la estructura de los cantos de los primeros juglares pues sus letras son expresión de su capacidad de asumir la amistad, el amor, la naturaleza y en especial, su interacción con sus festejos y tradiciones, a la manera del amor-amor.
«Este es el amor-amor/ el amor que me divierte/ cuando estoy en la parranda/ no me acuerdo de la muerte»