Ciertas veces ocurre en nuestras vidas la oportunidad de mostrarnos como persona o como grupo; en unos de esos días fue que coincidí con quien hoy es mi cómplice plasmando retratos de mi gran Nación Wayúu; aquella tarde lo vi captando esas imágenes llenas de colores, esos mismos colores que revisten a las hermosas mujeres Wayúu que haciendo alarde de la belleza que le ha brindado la naturaleza, se mostraban aquella tarde imponentes, y mi amigo, aquel fotógrafo, parecía haber sido contagiado por esa magia.
El evento de ese entonces era la Semana Cultural dentro de mi Alma Mater, la Universidad del Atlántico; ese fue el espacio para un primer encuentro, que no sería el definitivo, pero si los cimientos para una futura relación de amigos, el encuentro donde estrecharíamos más nuestra amistad y nos complementaríamos más como equipo; seria en aquella tierra que confunde por sus desiertos que la cubre y que a veces nos traslada a una inmensa nostalgia, pero ciertamente esa concepción cambia cuando en su atardecer vemos ese inmenso cielo allí radiante con una infinidad de colores, ni que decir de las preciosas mantas que cubren a la mujer Wayúu, y todo los elementos que caracterizan a esta tierra confunden, precisamente por el paisaje que dibuja ese majestuoso desierto, que es lo que lleva a esos miembros de la Nación Wayúu a ser tan coloridos en la mayoría de sus elementos y considero que eso fue lo que le llamó la atención en aquella mañana a Carlos “Pelicano” Londoño, quien no pudo ceder a la tentación de tomar fotografías con su prodigioso lente.
Se le veía con gran visibilidad la alegría de estar en la tierra del sol, de estar inmerso en nuestra cultura, de estar en nuestro territorio, de estar con su familia como él mismo nos denominó. A pesar de ser uno de los poco visitantes no Wayúu en aquel segundo velorio que se desarrollaba para aquellas fechas en el norte de La Guajira, conocido como Jarara, más exactamente en Kalemè, Carlos o “Pelicano”, como todos aprendimos a llamarlo con cariño por su carisma, se adoptó muy bien al ambiente festivo, que a diferencia de un velorio alijuna o no Wayúu, los segundos velorio o desentierro de los restos, que para otros ojos no Wayúu puede parecer sólo diversión y no hallarle el sentido, es la expresión de una cultura milenaria que así se ha mantenido a pesar de los avatares del tiempo.
Pero en fin, fue en ese segundo velorio en donde intercambié datos con quien llegué a llamar mi fotógrafo oficial, habida cuenta que para ese entonces recién había sido elegida en el marco del Festival de la Cultura Wayúu como la majayut de los medios de comunicación, y así es que a partir de tantos momentos compartiendo y conversando sobre diferentes culturas, nace la idea de elaborar un libro que hiciera un homenaje a la mujer Wayúu, pero que girara alrededor de la matrilinealidad o matrifocalidad, esa que tanto está presente en cada ámbito o espacio cultural Wayúu.
Desde el baile donde lo que prima es la imagen de la mujer demostrando superioridad ante la figura masculina caída, pasando por su proyección dentro de lo sagrado como lo es en el velorio, hasta llegar a un evento moderno como es el Festival de la Cultura Wayúu, donde la figura central es la imagen de unas doncellas, llamadas majayut que se muestran muy alegres y orgullosas de enseñarles a propios y a extraños sus conocimientos sobre la cultura Wayúu aprendidos de su abuela o madre. Lo mismo ocurre en todo evento que se celebra; incluso en la cotidianidad Wayúu prima desde los orígenes esa localidad desde lo femenino que data desde que el primer Wayúu nace según lo testimonia el relato cosmogónico de Mma, la tierra, es decir los Wayúu somos matrifocales o, lo que es lo mismo, la visión mujer es la que guía nuestro sendero y es la columna vertebral que mantiene nuestra cultura.
Personalmente de tanto hablar de mi cultura Wayúu me causó curiosidad que todo aquel que se me acercaba era para preguntarme sobre la yonna, el baile Wayúu y las razones del protagonismo de la mujer y así mismo el por qué el Festival Wayúu, que hace referencia a todo el universo cultural Wayúu, se centraba en la figura de la mujer para que representara a la Nación Wayúu entre los alijunas del mundo, por aquello de que ya no sólo estamos en La Guajira, o lo que es lo mismo, nuestros ecos ya no sólo se escuchan en Colombia o Venezuela sino que a través de la tecnología hoy en día llegamos a otros rincones por la interculturalidad que cada día tiene mayor fuerza. Sería definitivo en mi visión acerca de la importancia de la mujer y reafirmaría un tanto más el valor de ser mujer, luego de mi participación como majayut en representación de la Comunidad de Estudiantes Indígenas Wayuu de la Universidad del Atlántico (CEIWA), cuando vi que los consejos que nos inculcan eran la base de aquel concurso que, a diferencia de los modernos, no juzgaba la belleza sino el conocimiento y la sabiduría. Y pues eso fue el inicio para plasmar en un libro, la matrifocalidad o matrilinealidad Wayúu.
Como todo proceso necesita un inicio o principio, la matrilinealidad halla su horizonte en un relato cosmogónico al que acudimos los Wayúu para saber acerca de nuestros orígenes y esos mismo nos muestran como protagonistas a Juya (lluvia) a quien según las historias que nos cuentan los alauyayu (viejos sabedores) empezó a caminar y se encontró a Mma (tierra) y brotó con ella, se enamoró de ella y en su alegría cantó y su canto fue un Juka Pula, Juka (rayo), que penetró en Mma y brotó de ella un Ama Kasutai (caballo blanco) que se convirtió en Ali Juna y fue el padre de todos los Ali Juna o blancos.
Mma quería más hijos y entonces Juya siguió cantando y muchos rayos cayeron y Mma parió a Wunu Lia (plantas) que brotaban en su vientre; tenían muchas formas y tamaños, pero todas eran quietas y no se movían. Mma seguía triste porque ella quería hijos que caminaran, se movieran, y fueran de un lugar a otro.
Maleiwa no quería ver triste a Mma, por eso vino a Wotkasairu, en la Alta Guajira y tomó pootchi: — Ustedes serán los Wayúu (personas), hablarán y caminarán por todas partes, esta tierra será suya.
Siguió haciendo figuras pero a ellas les dijo: — A ustedes no las dejo hablar, ustedes serán Muru-ulu (animales). Los hizo de diferentes tamaños y formas, unos grandes y otros pequeños, unos con cuatro patas y otros con dos. A unos les dio alas para volar, a otros los dejó aquí caminando. Maleiwa es el Julaulashi (jefe o autoridad superior). Les ordenó a los Wayúu que no podían pelearse, tenían que vivir en paz y respetarse. Es decir que la figura que da origen a nuestro cosmos es Mma, quien de acuerdo a este relato cosmogónico tenía unas cualidades de ser paciente en esperar a Juya, pero más importante aún era su fertilidad, característica que no todos poseían y que le garantizaba la prolongación de su existencia, que era lo que él buscaba para sus hijos, y con Mma eso se lograría.
En fin, allí en este bello relato empieza la visión Wayúu desde lo femenino, desde el ser mujer, y la misma cualidad que vio Juya en Mma no dista mucho de lo que hoy día un Wayúu hombre busca en una mujer Wayúu: ser la madre de sus hijos e hijas.
Una mujer llena de cualidades se extiende a la figura de una mujer Wayúu que, sin la menor duda, es la luz que alumbra en la penumbra a los hombres y por tanto es la señal de que nuestra cultura milenaria no tendría vigencia hoy en día, sino hubiese esa inculcación del valor y simbolismo que constituye ser una mujer en la gran Nación Wayúu.
Las mujeres Wayúu somos consideradas como algo sagrado, profanado a veces también, pero lo cierto es que desde nuestra cotidianidad hasta en los rituales ceremoniales, la figura femenina siempre será vista como esa noble mujer, como ese ser paciente con sus hijos e hijas, comprensiva con su pareja, lógica y reflexiva en la adversidad que se le presente en su vida y en la de su familia o clan. La mujer Wayúu tendrá en sus manos los remedios para aliviar a los suyos en momentos que lo requieran; por ahí analizamos que ser mujer Wayúu, es una gran responsabilidad y esa responsabilidad no es la misma que nos enseñan en los libros de ética mundial ya que la responsabilidad Wayúu como mujeres es la que aprendemos de las experiencias vividas, de la razón, por la que perdura, porque a pesar de no haber tenido nunca un manual, todo lo tenemos en la memoria, esa misma memoria que es nuestra identidad, nuestra esencia para hacer perdurar lo nuestro. Pero a diferencia de la memoria nueva, la tecnológica, la nuestra sólo se apaga o borra cuando llegamos a Jepirrra (nuestro cielo), cuando nuestros signos vitales por siempre se apagan.
Las abuelas Wayúu, nuestras abuelas, son conscientes del rol importante que desempeña la mujer, por lo que desde muy temprana edad no enseñan algo que puede ser tan básico pero que en un futuro, en nuestro rol como mujeres, será definitivo y marcará la diferencia: se nos enseña en qué hacer en nuestra infancia, con quién jugar o con qué jugar, de ahí nace la figura de la Wayunkerra (muñeca de barro), qué presenciar, que observar, cómo vestirnos, qué postura mantener, cómo dirigirnos a otras mujeres y, sobre todo, cómo debe ser un saludo de una mujer Wayuu a un hombre Wayuu. Un tanto de esto ciertamente ha cambiado por los tiempos que van exigiendo sus propios cambios.
A una mujer para saludar a un hombre le bastaba con pronunciar su nombre, costumbre que aún se mantiene vigente entre los mayores, y para saludarse entre mujeres bastaba con sólo tocarse los hombros; los cambios que se van sucediendo entre la nuevas generaciones hace que entre los jóvenes se saluden como lo hacen los alijunas, que es el del beso, lo cual no es malo en sí mismo, pero en La Guajira esos mismos besos que hoy en día una joven le da en la mejilla a un hombre, desde las miradas de nuestros mayores, implican que mantienen una relación como pareja. Y de ello se va desligando otras situaciones: de la manera como saludemos dependerá la manera cómo seamos calificadas o catalogas por otros Wayúu, si nos verán hacendosas, agiles, sigilosas, imponentes, vanidosas, elegantes, conversadoras, inteligentes, con carisma, o simplemente si seremos llamadas malas mujeres, mujeres flojas, groseras, con poco hábito de relacionarnos, sin carisma y poco agradables, es decir, de lo que a la joven sabuela, madre o tía les enseñen en su encierro, de su paso de niña a mujer, dependerá la manera como se inserten en el mundo social Wayúu.